Lo cierto es que, con todo lo que tengo pendiente de leer, no entraba en mis planes leer dos títulos seguidos del mismo autor, pero el destino (poca broma con el Señor Destino tras leer los últimos dos libros que han caído en mis zarpitas) ha elegido por mí. «¿El destino? Será lo cotilla que eres», me dice la voz de mi Pepito Grillo particular. Y razón que tiene, oigan, porque fue terminar El día que se perdió la cordura y, después del final que invitaba a continuar con la historia, replantearme mi siguiente lectura. Y así, volvemos hoy con Javier Castillo al blog.
En El día que se perdió el amor (Suma, 2018), Javier Castillo nos sitúa en diciembre de 2014. Un año después de los sucesos ocurridos en Boston y relatados en El día que se perdió la cordura, Amanda Maslow y Jacob intentan rehacer su vida en Nueva York y recuperar todos los años de amor que una maldita secta de desquiciados les robó. Sin embargo, una turbadora llamada y la aparición de una espiral negra pintada en una de las paredes de su salón evidenciarán que la pesadilla todavía no ha acabado, como demuestra la nueva desaparición de Amanda. Al mismo tiempo, una joven desnuda aparece por las calles de Nueva York portando un taco de papelitos amarillos con nombres y fechas escritos en ellos. El FBI no tarda mucho en detenerla por escándalo público, y el inspector Boring Boring (telita con el nombre) se dispondrá a interrogarla con el tedio de aquel que se ve obligado a hacer lo que menos le apetece. Para su sorpresa, la detenida parece saber mucho sobre su vida y sobre el caso que hace unos años no pudo resolver y se le quedó clavado en el alma como una espina. La aparición de un cadáver propietario del nombre de uno de los papelitos amarillos desatará una investigación a ritmo frenético para tratar de averiguar la conexión con su caso no resuelto. Mientras tanto, en capítulos entremezclados con las dos tramas anteriormente mencionadas, el narrador nos lleva a un lugar desconocido nueve años antes de lo relatado en el presente, un enclave escondido donde conoceremos la voz y las vivencias de una adolescente que desapareció hace dieciocho años para el mundo y está tocada por el don de ver aquello que pocos pueden.
No cabe duda de que Javier Castillo vuelve a ofrecernos una novela con un inicio inquietante (una joven desnuda en el centro de Nueva York que afirmará ser conocedora del destino). Al mismo tiempo, es hábil para generar la empatía del lector hacia unos personajes poco dibujados pero con contornos definidos. El día que se perdió el amor es una obra de lectura fácil y rápida que aumenta el nivel de intriga al final de cada uno de los capítulos, breves y bastante concisos, que van picando la curiosidad lectora generando la necesidad de resolver los enigmas que plantean, que ya se ve desde un principio que están vinculados. Llama la atención que, aunque la novela está escrita en tercera persona, los capítulos de Jacob están escritos en primera persona y tiempo presente, transmitiendo de modo más directo sus emociones y su preocupación. Misterio, familias, secuestros y extorsiones, enfermedades mentales y mucho amor serán algunos de los ingredientes de un thriller entretenido que permite una lectura cómoda (gracias a su estructura clara y a su estilo directo) que te hará disfrutar de buenas ratos, sin más pretensiones. Termino con unos fragmentos que me han gustado especialmente:
«Pero la casualidad comparte el defecto de la ambigüedad con el destino»
«La casualidad no es más que el destino disfrazado de inocencia»
«No hay dolor más intenso que el que te transmite, con su mirada, el amor de tu vida»
«Dentro de la felicidad siempre subyace el miedo a perderla»
«A veces el amor te pone en el camino equivocado para que sepas cuánto duele».
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