sábado, 27 de febrero de 2021

Diarios, Alejandra Pizarnik


Si no me escribo soy una ausencia. El sexo y la escritura me permiten tener forma de algo.

Este pensamiento tan duro, tan contundente, tan árido, es una constante (enunciado de mil y una forma diferentes) a través de las casi 1100 páginas que ocupan los Diarios (Lumen, 2006) de Alejandra Pizarnik, escritora, traductora y crítica literaria argentina (1936-1972). Fue su hermana la que decidió que una selección de sus textos (no están todos, cómo se nos indica en la introducción a la obra, para preservar la intimidad de ciertas personas) vieran la luz de manera póstuma allá por 2002, y la edición que tenemos entre manos se trata de una nueva selección, mejorada y ampliada.

Ya en las primeras páginas de la obra la escritora nos ofrece su definición perfecta de sí misma: "alejandra-mujer-angustiada" y la motivación que la lleva a escribir incesantemente los diarios: "encontrar el centro de su ser, el yo fugitivo". Encontrar la voz de una mujer que comenzó a coquetear con la idea del suicidio a los 18 años y ya no la abandonó nunca. Son estas páginas, pues, gritos en tinta donde Alejandra explota  las infinitas posibilidades del campo semántico de la angustia con una belleza, una contundencia y una dureza extremas. Dolor, vacío, miedo. Caos y melancolía. Neurosis. Obsesión. Barra libre de haloperidol y benzodiazepinas mientras escribe, furiosa o extática, acerca de fragmentos de obras que va leyendo. César Vallejo (su máxima inspiración en sus inicios, según parece), Proust y el tiempo perdido, Rimbaud, Rilke, Góngora, Quevedo, Dostoieivski, Cervantes, Cortázar, Borges... son nombres que se repiten una y otra vez en sus páginas. Contradicciones permanentes. Un mismo poema puede ser una maravilla inigualable o una catástrofe sin precedente depende del día. El mundo es para ella una fuente inagotable de tristeza y las almas que lo pueblan incontestables posibilidades de agresión. Alejandra, víctima de una sed constante, de agua, de afecto, de sexo,  sueña continuamente con abandonar la poesía y escribir una prosa breve pero hermosa que sea capaz de traducir sus miserias en belleza. Porque para ella belleza y tristeza han de ir de la mano, siempre.

No recuerdo ya bien el motivo por el que comencé a leer sus diarios. Ahora que lo pienso, fue para buscar un texto suyo que una vez leí en alguna red social y con el que me identifiqué plenamente. Mala suerte, no lo he encontrado entre estas páginas, pero sí otros muchos fragmentos que me han hecho, como poco, tragar saliva y tener que enjugarme alguna lágrima. Qué belleza. Qué intensidad. Qué tristeza. He de confesar que salgo de sus páginas habiendo pagado un peaje emocional mucho más alto de lo que esperaba. Muchos de los textos, sobre todo los que giran en torno a sus amores imposibles o no correspondidos (que son más que muchos, y de índole diversa: heterosexuales, homosexuales, físicos, místico-espirituales...) se me han quedado clavados como agujas en la carne del alma.
Tengo hojas y hojas y más hojas del cuaderno llenas de fragmentos anotados. No obstante, solo os puedo dejar unos pocos:

"Era algo que la mordía por dentro, algo fiero y oscuro y grande y tremendo" (p. 34)
"Soy un signo de interrogación rodeado de ojos y de fuego" (p. 40)
"Soy un ser triste vestido por error de euforia"(p. 79)
"Soy un deseo suspendido en el vacío. No sé ni comprendo nada. Solo sé que deseo, deseo, deseo" (p. 185)
"Solo un adherirse a un  ser que no me estima, solo un desgarrarse, un golpear del corazón, solo un no poder más, un reventar a gritos, a llanto, porque no puedo más, porque quiero su mano amiga y no la tengo" (p. 201)
"Alzarse en la noche con un puñal en la mano y devastar el país de los sueños. De aquellos sueños divorciados de la realidad" (p. 215)
"Aunque te revuelques en las cenizas, el florero dará siempre la hora del dolor" (p. 228)
"No invocarlo, no invocarlo. Morderse los dientes, comerse la voz, pero callar, callar como las piedras cuando meditan en la muerte, callar como los árboles cuando se enferman de pájaros. Llorar, callar" (p. 229)

Tengo muchas más, pero ya está bien. Hay lecturas de las que no se sale indemne. Esta es una de ellas.

jueves, 11 de febrero de 2021

El sueño del escondite, de Emilio Soler


 

Juego al escondite

con mis amantes,

juego a que me encuentren

y no estoy;

juego a aparecer

cuando no me buscan,

juego a ser, a veces,

quien no soy.

Les presento la primera estrofa de “El sueño del escondite”, uno de los cuarenta y siete poemas que integran El sueño del escondite, del autor Emilio Soler, publicado por La Fea Burguesía en septiembre de 2020.

En los agradecimientos, Emilio Soler nos cuenta que dedica el poemario a todas las mujeres que han estado en su vida, literalmente: “a aquellas que amé y me amaron; a las que no supe amar y tanto me dieron; a aquellas que vieron en mis pupilas parte de ese universo reluciente que buscaban [] A esa mujer que conformaron todas y cada una de ellas”. Es, por tanto, el amor uno de los ingredientes principales de este suculento volumen en el que el poeta se despoja de todo aquello que resta de piel para afuera y sale de su “escondite” (paradójico escondite de tempestad y de calma) desnudo, vulnerable y con el alma por bandera.

No nos muestra en sus líneas la figura de un enamorado gozoso (su “gozo es un pozo/ cubierto de sal) y satisfecho, sino más bien la de un hombre de carne y hueso desvelado por la incertidumbre y la zozobra, azuzado por las sombras de lo que pudo ser y no fue. El poeta convierte su desasosiego y su miedo en nubes negras y en tormenta: “y nada es nada si en el alma/ se avecinan nubes negras” (“Se avecina tormenta”). Canta “a la luna quejosas nanas/ de hambre y cebolla, de mar y sal” (“Escondiendo palabras”) y se refugia en el sueño para deshacerse del frío y de las sombras: “Escribo mejor mientras duermo/ vuelo libre y no estoy despierto” (“Mientras duermo”). Un alma pesarosa por el transcurrir del tiempo que, en “Mayoría de edad” nos dice: “Me hago mayor/ envejezco por momentos”. Una voz poética que traduce su pena y su amargura en un bello y profundo “Llanto oscuro” (quizá el que más he sentido del poemario; será que estoy en horas bajas):

El llanto oscuro que mana

de dentro,

de lo más profundo del alma,

no calla,

aunque no se oiga”


Afortunadamente, entre tantas horas grises despunta de cuando en cuanto una luz jubilosa y le ofrece a su interlocutora, femenina y etérea “Luz y alegría/ de mi lagar;/ néctar libado/ de bienestar” (“Quieres mis versos”). Sueña y se ensueña con preciosas imágenes de “El mar, el mar, el mar...”: “Quietud en movimiento,/ sonoro, dulce, salino”, incluso “En el metro”: “el mar en calma es mi playa”. Con recuerdos de caricias, de besos y de sonrisas. Con serenidad y aplomo diluye su dolor en versos breves de mensaje profundo, ritmo y sonoridad muy agradables. Se redime de sí mismo dejando salir a borbotones su caudal de temores y recuerdos amargos para dejarnos, al final de la obra, un sabor dulce de luminosidad y esperanza:


Pronto, muy pronto volaré

y no podrás alcanzarme.

Surcaré cielos y océanos,

valles y altas montañas,

ríos de limpio cristal

donde lavar mi cara

y contemplar mi reflejo

sin miedo alguno a lo que hay detrás”


Ay, quién pudiese deshacer el miedo, el silencio y la pena en versos tan hermosos como los suyos.



martes, 9 de febrero de 2021

Palimpsesto azul, de Rosario Guarino


 

Quiero ver en tus ojos

la alborada,

que con la luz me llegue

tu sonido,

que me tejas de besos

un vestido

y me pinte los labios

tu mirada.

Comienzo con la primera estrofa de “Simbiosis”, el poema que encabeza la obra y que marca, en mi opinión, el significado general del volumen que tenemos entre manos, Palimpsesto azul, de Rosario Guarino, publicado por Raspabook en 2015 en segunda edición. Aunque ya el título da al lector una idea bastante aproximada de a qué se enfrenta. Un palimpsesto no es otra cosa que un manuscrito en el que se ha borrado (raspando o de algún otro modo) el texto original para volver a escribir un texto nuevo. La vida de todos nosotros es ese palimpsesto, en el que borramos (o lo intentamos) experiencias, recuerdos, emociones y los sustituimos por otros conforme van apareciendo. Reconozco que a veces esos acontecimientos, reales o imaginados, dejan una huella perenne en nuestro manuscrito que, por más esfuerzo que pongamos, no somos capaces de eliminar. Palimpsesto azul. El azul es un color imbuido de magia; alude al cielo y al mar; en el Antiguo Egipto era el color de la verdad. En India, representa el amor del Maestro que enseña a los hombres (la piel de Krishna es azul). Para los afortunados gnósticos que pueden ver auras, el amor azul es el más profundo e inmortal de todos. Así, a través de sus bellas palabras (debimos sospecharlo al leer las palabras de Antígona en la cita inicial: “No fui creada para compartir odio, sino amor”), el manuscrito poético de la autora se va reescribiendo con líneas preñadas de (des)amor (al final son lo mismo, solo cambia el resultado), del “más impune de los sentimientos humanos y al mismo tiempo el más ajeno al entendimiento” (no sé si habré leído alguna vez afirmación más cierta). También de amagos de olvido, de tristeza, de melancolía, y de una esperanza voluntariosa. Si esas líneas vienen de la experiencia objetiva o simplemente de la imaginación lo desconozco, pero no se desvían un milímetro del centro de la diana emocional en la que nos convierte la obra, al menos de la mía.

No pretendo desarrollar aquí un análisis académico ni riguroso de la obra pues, en primer lugar, carezco de las herramientas (el análisis poético nunca fue lo mío y la métrica devino tortura) y, además, no creo que aporte mucho en este contexto. Solo quiero plasmar lo que el poemario me sugiere, lo que pienso, lo que experimento, lo que imagino al leerlo por segunda vez. Confieso que, de primeras, anoche lo devoré, tal vez sintiendo demasiado, y esta tarde he vuelto a él con más mesura y he sacado algunas conclusiones. Si volvemos a la cabecera de esta entrada, observaremos que un “quiero” es la palabra que inaugura el primer poema, “Simbiosis” y, si continuamos leyendo, página tras página nos daremos cuenta de que son el verbo “querer”, de forma explícita o implícita, y con el modo imperativo (“quédate”, “no me abandones”, “no me dejes”) los que rigen el poemario. Por un lado, deducimos entonces que nos hallamos ante un anhelo, ante un deseo, ante el ansia de poseer y ser poseído por el otro. Por otro lado, el uso constante del imperativo evoca una inevitable voluntad de la voz poética de amar y de que la amen. Tampoco puede soslayarse la presencia continua de besos, miradas, caricias, pieles y voces añoradas. El amor es a la vez el fuego que le enciende la piel y el alma y la lluvia que se derrama y se filtra hasta sus entrañas. Asistimos a poemas repletos de belleza e intensidad, tanto en los clímax como en los anticlímax, a versos breves (libres, creo, aunque alguno me ha recordado a un soneto), habitados sin duda por la ternura, la candidez y la sensibilidad más femeninas. Percibimos en la obra una mirada íntima y una voz que combina el lenguaje culto (con una profusión de reminiscencias grecolatinas en referencias a poetas, deidades, criaturas mitólogicas, mitos, temas clásicos como el Carpe Diem...) con el coloquial. Coexisten en ella el mundo clásico de Horacio y Ovidio, el mundo mítico de Troya y de Penélope, y el mundo cotidiano de Escarlata O'Hara y Lady Di. Contrastes, matices, connotaciones que enriquecen aún más el tema complejísimo en torno al que giran los versos, crónicas de un olvido anunciado (“Carpe Diem”, p.26-27), de una duda indeleble (“lo que tal vez nunca fue/ ni quizá ya jamás/ podrá llamarse tuyo”) que, sin embargo, ultiman en una línea de esperanza: “tejiendo minutos con horas/ ese nostos que a mí te devuelva”. Reverbera en mis oídos (entiéndase con sinestesia, por favor) la voz de una mujer que ansía que el amor del hombre la haga vibrar de emoción, de pasión en el poema “De carne y piedra” (“cuando logró en el mármol/ sentir latir la sangre/ y sus manos hallaron/ en la materia inerte/ el calor de la vida”, p.29), la entrega total de “Abandono”, la inocencia y el erotismo a un tiempo en “Añoranza”, y la melancolía de una Penélope destinada a la espera eterna en “Ausencia a la luz de la luna” o “La espera”. Galopa el corazón con los versos sencillos y directos de “Pequeños placeres”: “Me gusta que me hables”, “y pensar que me piensas también”, “Me gusta saber que ocurrió y que existes”.

Sin embargo, hay en este volumen un poema para el que no tengo palabras, solo emoción (quizá injustamente) desbocada. Su título es “Figuraciones” y os lo traslado íntegro porque no puedo explicarlo de otro modo:

Fuente de fuego ardiente,

ígnea roca de lava,

mar profundo y oscuro

de insondable misterio,

tanto como la luna,

con su tapiz de estrellas.


Unicornio con alas,

centauro sobre ruedad,

te quieros imposibles,

urdimbres de ceniza.

 

Hermosas imágenes las de esta obra. ¿A quién no le ha temblado el pulso imaginando a dos “amantes abrazados en confusión proteica”?

lunes, 8 de febrero de 2021

Cuentos para viajes propulsados, de Rocío la Pequeña


"Cuentos para viajes propulsados es un libro de cuentos para adultos que narran y acompañan, desde el cariño, al aprendizaje de algunas situaciones cotidianas en las que el miedo, la resiliencia, el afán de cambio y la consciencia, nos hacen salir de nuestra zona de confort y viajar por el universo para seguir creciendo".

Comparto el texto que figura en la contraportada Cuentos para viajes propulsados (Ediciones Dokusou, 2020), de Rocío la Pequeña) porque considero que transmite de manera precisa y rotunda la esencia de este libro maravilloso que ha conseguido ponerme muchas sonrisas en la cara y que ha aliviado el peso de mi corazón estos días que son un poco grises. 

A todos nos encantaban los cuentos cuando éramos niños (a algunos todavía nos gustan a pesar de haber arrancado ya muchas hojas del calendario) y nos poníamos en la piel de príncipes, princesas, animalitos desvalidos y otros personajes entrañables (a mí siempre me dijeron que era rara, porque empatizaba con las brujas y los lobos, sobre todo con el de Caperucita). Ahora, obras preciosas como esta dan la oportunidad a los adultos y a las adolescentes eternas (como yo) de disfrutar los cuentos desde una perspectiva diferente. Cuentos para viajes propulsados es una hermosa colección de ocho relatos cuyas protagonistas, con nombres y atributos femeninos, han de enfrentarse a diversas situaciones que las harán evolucionar y desarrollarse, como personas primero y como mujeres después. Sí, son mujeres, pero sus dilemas, sus cruces de caminos, sus motivaciones y sus emociones son universales. Algunas luchan contra sus circunstancias o contra los convencionalismos para ser quienes quieren ser. Eva se percata de que, sin darse cuenta, ha perdido una parte de sí misma. Vega mira a su Miedo a los ojos, lo saca a pasear y le enseña quién manda (yo de mayor quiero ser Vega, porque anda que no es difícil). Se cuentan a ellas mismas, se dejan llevar y lo consiguen. Mi favorita es, sin duda, Lili, valiente como ella sola para escoger el camino por donde seguir, aunque el destino al que la conduce sea incierto (ay, quién pudiera escoger el camino azul...).

Rocío la Pequeña acompaña los cuentos con unas ilustraciones muy personales, delicadas y potentes a la vez. Azul, rojo, negro y gris son la seña de identidad de sus mujeres de cuerpo redondito y mejillas destacadas que aportan al conjunto de la obra fuerza y mucha valentía. Las combina con un lenguaje sencillo, asequible y directo, pero con guiños muy tiernos cuyo recuerdo me hace sonreír. En realidad, más que cuentos, son píldoras de luz, o así lo siento yo al menos.


domingo, 7 de febrero de 2021

Cuentos eróticos de andar por casa. Con voz de mujer, de VV. AA.


 Por unos minutos de placer,

Canela se condena toda la vida.

Así reza la solapa de la contraportada de Cuentos eróticos de andar por casa, que ostenta el importante subtítulo de Con voz de mujer. Pero, ¿quién es Canela y a qué se condena? Canela es el alter ego de la locutora de radio y televisión, presentadora, organizadora de eventos y poeta (y algunas cosas más) María José Navarro. Canela se conoce y me conoce (aunque su alter ego y yo hayamos coincidido únicamente un par de veces). Por motivos diversos, en numerosas ocasiones las turbulencias que comparte en redes son las mías propias. No negaré que ese ha sido uno de los motivos que ha despertado mi interés en la obra que nos ocupa. Y tampoco negaré que su lectura ha sido agradable, provocadora, estimulante en todos los sentidos y que me ha venido como anillo al dedo para ciertos asuntos de índole personal. ¿A qué se condenará Candela?, me pregunto, y presiento que conozco la respuesta.

Empezaré pidiendo disculpas a las co-autoras de la obra por no haber seguido las instrucciones de la “Guía del lector” al pie de la letra, omitiendo el máximo de dos relatos por sesión (ay, no se me da muy bien eso de ser obediente y los he leído todos en dos días). Pero, por lo demás, he cumplido. Cuatro gotas de Aire Loco de Loewe (mi perfume favorito), el aftereight en helado, el chocolate, los auriculares y la cama de mi despacho me han acompañado en el proceso.

Para empezar, la estructura de la obra ya es absolutamente deleitosa. Hablamos de treinta y cinco piezas compuestas por los siguientes elementos: un código QR que, tras pulsar un par de teclas en el móvil (casi todos los dispositivos cuentan ya con scanner de QR), lleva al lector a escuchar la canción sugerida (con bastante tino, por cierto) para crear ambiente y agudizar la sensibilidad; un delicioso acróstico (bellísimo en forma y fondo) que nace de las iniciales de un nombre de mujer, y a partir de ahí vuela poderoso y mágico desencadenando alborotos varios; una ilustración magnífica que realza la plasticidad del conjunto y evoca, con mayor o menor simbolismo, la esencia de una mujer real, de una mujer de verdad absolutamente ajena a cánones y demás servilismos cosméticos (o al menos así las percibo yo); y, por último, un breve relato en clave femenina, con hermosa voz de mujer en primera persona cuyo nombre de pila coincide con las iniciales del acróstico. Nos hallamos, pues, frente a treinta y cinco mujeres distintas, de edades diferentes y situaciones de lo más variopinto, cuyo nexo común es que narran al lector su actitud, sus vivencias, su experiencia en las lides del placer sexual. Relatos construidos desde un estilo coloquial, fresco, directo, elemental y eficaz, alejado de artificios literarios. Humor e ironía en muchas de las páginas, algo de tristeza y grisura en alguno de los finales, pero siempre una sonrisa de complicidad al sentirme identificada con uno u otro aspecto de la vida de estas mujeres, tan ficcionales como verosímiles, en uno u otro momento de mi vida. Desde los iniciales “¿Y tanto misterio para esto?”, “¿Y esto dicen que es maravilloso?”, “A ver si acaba pronto que ponga la secadora”, hasta: “Dios, esto no lo puedo controlar”, “no quiero pensar, solo sentir”.

Recuerdo con precisión casi milimétrica (y han pasado ya casi trece años) el momento en que el sexo se convirtió, para mí, de un mero convencionalismo (para el que era necesario tener pareja, por supuesto) consistente en unos repetitivos ejercicios mecánicos y epidérmicos, en un verdadero placer. Preguntas acerca de dónde me gustaba que me acariciaran, que cómo me gustaba que me lo hicieran, y otras cosas para las que no tenía respuesta pues, hasta entonces, no me las había tenido que plantear. Me recuerdo irritada porque yo no quería pensar, solo sentir, pero también me acuerdo de cómo aprendí, de los pasos que di, de la primera vez que sentí deseo. Leer y sentir esta obra me ha abierto el baúl de la memoria, y ha venido a recordarme que mi deseo y mi placer son míos, aunque me guste compartirlos, y que ante nadie he de justificarme. Ahora lo sé. Y deseo (y mucho). Y sé a qué se condena Canela, e imagino por qué lo hace.

sábado, 6 de febrero de 2021

La otra historia. Un libro para sorprenderse, de VV. AA.

...que el mundo es sorprendente,
que la cultura es diversa,
que siempre aporta más de lo que recibe,
que es solidaria,
que hay mucho talento en el sureste
y que la generosidad tampoco escasea.

Una de las cosas que más aprecio desde que era niña es que me sorprendan (en positivo, entiéndase bien) y que me ilustren acerca de temas sobre los que no sé prácticamente nada (que son muchos, por lo que las posibilidades son infinitas). Si, además, puedo aunar sorpresa y aprendizaje con mi mayor vicio confesable, la lectura, el escenario es ya de lo más prometedor. Si encima colaboro en cierta medida con un proyecto solidario destinado a fomentar la lectura entre los sectores más vulnerables, ¿qué más puedo pedir?

Pues todo eso precisamente se conjuga cuando una pasea serena, con los ojos y la mente bien abiertos, por las páginas de La otra historia. Un libro para sorprenderse, una obra solidaria integrada por treinta y tres artículos de divulgación aportados, editados y distribuidos de manera completamente altruista por autores, editores y gestores, cuyos beneficios van dedicados íntegramente a repartir esa justicia social que tanto parece escasear en estos tiempos, concretamente a la compra de lectores de libros electrónicos para mantener los clubes de lectura inclusivos que impulsa la ONG Solidarios para el Desarrollo. Artículos escritos con solvencia por parte de treinta y tres figuras relacionadas de uno u otro modo con la cultura de nuestra región y que abarcan temáticas diversas desde un enfoque lúdico a veces, didáctico en su mayoría. 

La obra se abre con un interesante texto sobre la enigmática historia de parafilia romántica de un (parece ser) conocido radiólogo alemán. A partir de ahí, se desgrana todo un abanico de anécdotas, acontecimientos, formas de ver la vida, biografías de personajes conocidos o no tanto, inventos o patentes, historia, literatura, música, geografía y otros tantos asuntos cuya relevancia radica no solamente en los objetos de estudio, sino también en las reflexiones que indefectiblemente surgen durante la lectura y, con toda probabilidad, en momentos posteriores a la misma. De todos ellos me queda la satisfacción de haber aprendido algo que no sabía (no es difícil, ya lo he dicho, pues cada día soy más devota del planteamiento cartesiano y solo sé que no sé nada), pero destacaría quizá la magnífica reflexión de José de Paco acerca de "Cine y revisionismo" (ay de los ofendiditos que buscan la ofensa con la descontextualización por bandera), el artículo titulado "De fronteras, medianeras y otros dominios" (José Antonio García Ayala me ha dejado, francamente, con la boca abierta por la información que aporta), el relato de cómo "García Lorca dibujó su muerte" (cuando sepan quién es el autor no tendrán ni que preguntarse por qué)... y paro el carro porque esto se está haciendo tremendamente largo. 

Resumiendo, una oportunidad inmejorable para conjugar lectura, aprendizaje y justicia social, de la mano de Pedro Quílez, la Asociación Palin de Creadores y Ediciones Dokusou.

Aurora no se durmió, de Judith Romero

Cuando era pequeña me encantaba que me contaran cuentos. Mi madre me enseñó a leer muy pronto y comencé a leerlos a una velocida...