Canela se condena toda la vida.
Así reza la solapa de la contraportada de Cuentos eróticos de andar por casa, que ostenta el importante subtítulo de Con voz de mujer. Pero, ¿quién es Canela y a qué se condena? Canela es el alter ego de la locutora de radio y televisión, presentadora, organizadora de eventos y poeta (y algunas cosas más) María José Navarro. Canela se conoce y me conoce (aunque su alter ego y yo hayamos coincidido únicamente un par de veces). Por motivos diversos, en numerosas ocasiones las turbulencias que comparte en redes son las mías propias. No negaré que ese ha sido uno de los motivos que ha despertado mi interés en la obra que nos ocupa. Y tampoco negaré que su lectura ha sido agradable, provocadora, estimulante en todos los sentidos y que me ha venido como anillo al dedo para ciertos asuntos de índole personal. ¿A qué se condenará Candela?, me pregunto, y presiento que conozco la respuesta.
Empezaré pidiendo disculpas a las co-autoras de la obra por no haber seguido las instrucciones de la “Guía del lector” al pie de la letra, omitiendo el máximo de dos relatos por sesión (ay, no se me da muy bien eso de ser obediente y los he leído todos en dos días). Pero, por lo demás, he cumplido. Cuatro gotas de Aire Loco de Loewe (mi perfume favorito), el aftereight en helado, el chocolate, los auriculares y la cama de mi despacho me han acompañado en el proceso.
Para empezar, la estructura de la obra ya es absolutamente deleitosa. Hablamos de treinta y cinco piezas compuestas por los siguientes elementos: un código QR que, tras pulsar un par de teclas en el móvil (casi todos los dispositivos cuentan ya con scanner de QR), lleva al lector a escuchar la canción sugerida (con bastante tino, por cierto) para crear ambiente y agudizar la sensibilidad; un delicioso acróstico (bellísimo en forma y fondo) que nace de las iniciales de un nombre de mujer, y a partir de ahí vuela poderoso y mágico desencadenando alborotos varios; una ilustración magnífica que realza la plasticidad del conjunto y evoca, con mayor o menor simbolismo, la esencia de una mujer real, de una mujer de verdad absolutamente ajena a cánones y demás servilismos cosméticos (o al menos así las percibo yo); y, por último, un breve relato en clave femenina, con hermosa voz de mujer en primera persona cuyo nombre de pila coincide con las iniciales del acróstico. Nos hallamos, pues, frente a treinta y cinco mujeres distintas, de edades diferentes y situaciones de lo más variopinto, cuyo nexo común es que narran al lector su actitud, sus vivencias, su experiencia en las lides del placer sexual. Relatos construidos desde un estilo coloquial, fresco, directo, elemental y eficaz, alejado de artificios literarios. Humor e ironía en muchas de las páginas, algo de tristeza y grisura en alguno de los finales, pero siempre una sonrisa de complicidad al sentirme identificada con uno u otro aspecto de la vida de estas mujeres, tan ficcionales como verosímiles, en uno u otro momento de mi vida. Desde los iniciales “¿Y tanto misterio para esto?”, “¿Y esto dicen que es maravilloso?”, “A ver si acaba pronto que ponga la secadora”, hasta: “Dios, esto no lo puedo controlar”, “no quiero pensar, solo sentir”.
Recuerdo con precisión casi milimétrica (y han pasado ya casi trece años) el momento en que el sexo se convirtió, para mí, de un mero convencionalismo (para el que era necesario tener pareja, por supuesto) consistente en unos repetitivos ejercicios mecánicos y epidérmicos, en un verdadero placer. Preguntas acerca de dónde me gustaba que me acariciaran, que cómo me gustaba que me lo hicieran, y otras cosas para las que no tenía respuesta pues, hasta entonces, no me las había tenido que plantear. Me recuerdo irritada porque yo no quería pensar, solo sentir, pero también me acuerdo de cómo aprendí, de los pasos que di, de la primera vez que sentí deseo. Leer y sentir esta obra me ha abierto el baúl de la memoria, y ha venido a recordarme que mi deseo y mi placer son míos, aunque me guste compartirlos, y que ante nadie he de justificarme. Ahora lo sé. Y deseo (y mucho). Y sé a qué se condena Canela, e imagino por qué lo hace.
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