Juego al escondite
con mis amantes,
juego a que me encuentren
y no estoy;
juego a aparecer
cuando no me buscan,
juego a ser, a veces,
quien no soy.
Les presento la primera estrofa de “El sueño del escondite”, uno de los cuarenta y siete poemas que integran El sueño del escondite, del autor Emilio Soler, publicado por La Fea Burguesía en septiembre de 2020.
En los agradecimientos, Emilio Soler nos cuenta que dedica el poemario a todas las mujeres que han estado en su vida, literalmente: “a aquellas que amé y me amaron; a las que no supe amar y tanto me dieron; a aquellas que vieron en mis pupilas parte de ese universo reluciente que buscaban […] A esa mujer que conformaron todas y cada una de ellas”. Es, por tanto, el amor uno de los ingredientes principales de este suculento volumen en el que el poeta se despoja de todo aquello que resta de piel para afuera y sale de su “escondite” (paradójico escondite de tempestad y de calma) desnudo, vulnerable y con el alma por bandera.
No nos muestra en sus líneas la figura de un enamorado gozoso (su “gozo es un pozo/ cubierto de sal) y satisfecho, sino más bien la de un hombre de carne y hueso desvelado por la incertidumbre y la zozobra, azuzado por las sombras de lo que pudo ser y no fue. El poeta convierte su desasosiego y su miedo en nubes negras y en tormenta: “y nada es nada si en el alma/ se avecinan nubes negras” (“Se avecina tormenta”). Canta “a la luna quejosas nanas/ de hambre y cebolla, de mar y sal” (“Escondiendo palabras”) y se refugia en el sueño para deshacerse del frío y de las sombras: “Escribo mejor mientras duermo/ vuelo libre y no estoy despierto” (“Mientras duermo”). Un alma pesarosa por el transcurrir del tiempo que, en “Mayoría de edad” nos dice: “Me hago mayor/ envejezco por momentos”. Una voz poética que traduce su pena y su amargura en un bello y profundo “Llanto oscuro” (quizá el que más he sentido del poemario; será que estoy en horas bajas):
“El llanto oscuro que mana
de dentro,
de lo más profundo del alma,
no calla,
aunque no se oiga”
Afortunadamente, entre tantas horas grises despunta de cuando en cuanto una luz jubilosa y le ofrece a su interlocutora, femenina y etérea “Luz y alegría/ de mi lagar;/ néctar libado/ de bienestar” (“Quieres mis versos”). Sueña y se ensueña con preciosas imágenes de “El mar, el mar, el mar...”: “Quietud en movimiento,/ sonoro, dulce, salino”, incluso “En el metro”: “el mar en calma es mi playa”. Con recuerdos de caricias, de besos y de sonrisas. Con serenidad y aplomo diluye su dolor en versos breves de mensaje profundo, ritmo y sonoridad muy agradables. Se redime de sí mismo dejando salir a borbotones su caudal de temores y recuerdos amargos para dejarnos, al final de la obra, un sabor dulce de luminosidad y esperanza:
“Pronto, muy pronto volaré
y no podrás alcanzarme.
Surcaré cielos y océanos,
valles y altas montañas,
ríos de limpio cristal
donde lavar mi cara
y contemplar mi reflejo
sin miedo alguno a lo que hay detrás”
Ay, quién pudiese deshacer el miedo, el silencio y la pena en versos tan hermosos como los suyos.
¡¡¡Qué bonita reseña!!!
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