jueves, 15 de septiembre de 2022

Cuentos de miedo para jóvenes valientes, de Paco López Mengual

 


Cuando miro hacia atrás, no me recuerdo como una criatura miedosa. Siempre quise conocer a los monstruos, los vampiros y los fantasmas que aparecían en los libros. Pensaba que tan malos no serían, y casi siempre tenían un punto simpático. Pero, claro, esos eran los de los libros. Otra cosa muy distinta eran esos personajes que aparecían en las historias que nos contaban los adultos para intentar que nos portásemos bien y que luego los niños repetíamos a nuestros amigos y vecinos con un temor reverencial. O las primeras experiencias de quasi-adolescentes en el terreno de lo esotérico (la memoria de las tijeras de Verónica me sigue espantando, la verdad). Lo cierto es que esa rumorología de lo oculto, de lo misterioso, de lo cabalístico, resulta un excelente acicate para la imaginación popular.

Eso debió pensar Paco López Mengual cuando concibió la obra sobre la que versa esta entrada: Cuentos de miedo para jóvenes valientes (Alfaqueque Ediciones, 2020), una colección de quince relatos “reales” donde personajes peculiares y situaciones escabrosas procedentes en su mayoría de la tradición oral estimulan la imaginación y el morbo (aunque no queramos reconocerlo, somos morbosos) del lector y le hacen preguntarse hasta dónde llega el hecho y donde empieza la leyenda urbana. Tumbas vacías y cadáveres desaparecidos, fantasmas de diferente condición (ojo a la estudiante universitaria cuya compañera llevaba fallecida más de dos décadas y a la Dama de Negro que provoca sobresaltos a quienes se acercan a la casa Díaz Cassou) o algún traje de marinerito capaz de erizar el vello al más valiente se combinan en las páginas de esta obra con pinceladas de la vida de un supuesto licántropo, con supervivientes de catalepsia que provocan fulminantes ataques al corazón  e incluso con la siniestra merced de cierto santo. Sin embargo, la historia que realmente resucita mi pavor infantil es, sin duda, la del Tío Saín, único ser –divino o terrenal– capaz de impedirme salir a jugar en la calle a la hora de la siesta y morador de alguna que otra de mis pesadillas.

Quince relatos narrados con la inteligencia, la solvencia y esos trazos de humor que caracterizan a López Mengual y le convierten, a mi humilde parecer, en un mago cuentahistorias. Sepan ustedes que tuve la fortuna de asistir a una presentación de Cuentos de miedo para jóvenes valientes que hizo el autor en la puerta del cementerio de Molina, y les puedo asegurar que, si leídas, las historias provocan cierto repelús, contadas de viva voz (y a las puertas del camposanto) el efecto es ciertamente desasosegante. Ya saben, si gustan ustedes de un ratito de miedo y morbo, pasen y lean.

 


domingo, 11 de septiembre de 2022

Un paseo literario por las calles de Murcia, de Paco López Mengual

«Los científicos dicen que estamos hechos de átomos, pero a mí un pajarito me contó que estamos hechos de historias» (Eduardo Galeano)

Comienzo esta entrada con la célebre cita del periodista y escritor uruguayo porque, no sé si será una verdad universal que nos aplique a todos, pero está claro que no podría ser más certera en el caso del escritor-mercero que ostenta la autoría de esta obra, que no es otro que el molinense Paco López Mengual, un exepcional contador de historias que, encima, sabe escribirlas. No es mi afán adularlo (no se me suelen dar bien esas cosas), pero pocos le hacen sombra en ese terreno.

En esta ocasión, López Mengual nos invita a ponernos calzado cómodo y activar nuestra imaginación para dar Un paseo literario por las calles de Murcia (La Fea Burguesía, 2016) y dejarnos seducir por las historias de su historia, vivas en sus muros y en sus adoquines para todo aquel que quiera leerlas y disfrutarlas. En primer lugar, nos habla de "El árbol de Santo Domingo", un enorme ficus (enorme ahora, claro, pues han pasado más de 120 años desde que fue plantado) situado en la plaza bautizada con el nombre de tan descansado santo gracias a Ricardo Codorniu (personaje interesante este, responsable de la repoblación forestal de ciertas partes del Levante español). ¿Sabían ustedes que este anciano gigante llegó a Murcia como un pequeño esqueje desde Australia oriental? ¿Y que el inocente vegetal cuenta ya con tres muertos en su historial? Además, esa misma plaza donde está ubicado el ficus, la de Santo Domingo, fue testigo del ajusticiamiento público de "Jaime Alfonso el barbudo", un bandolero que sembró el terror en el sureste español durante el siglo XIX (impresiona leer la rapidez con la que pasa uno de villano a héroe y viceversa), y  presenció "El milagro de San Vicente Ferrer" en el siglo XV, cuando el fraile quizá más peculiar de toda la cristiandad pronunció un vehemente sermón que expulsó, según el testimonio de los que allí estuvieron, al maligno de la capital murciana. Si el lector atraviesa el Arco de Santo Domingo llegará a otra hermosa plaza que le narrará, si tiene a bien escucharla, "La maldición del Romea", pronunciada por un fraile loco hace más de siglo y medio al contemplar la exhumación de sus difuntos hermanos de hasta aquel entonces su camposanto para edificar el Teatro Romea (leyenda o no, se siguen tomando ciertas precauciones que eviten que la maldición se cumpla). Fueron los alrededores del teatro maldito por aquel orate los que acogieron los primeros correteos y los juegos infantiles de Don José Echegaray y Don Jacinto Benavente, ambos notables académicos de la Lengua y premios Nobel de Literatura. Por lo que nos cuenta López Mengual, la capital murciana es la única del mundo que puede presumir de tener "Dos premios Nobel de Literatura".  También en los aledaños del Romea, la calle Alfaro, una de las antiguas callejuelas que integraban la Murcia del siglo XVIII, tiene algo que contarnos: "El asombroso caso del caballero cornudo", cuyas astas eran protuberancias reales y no alusión metafórica a infidelidad alguna. Si los lectores continúan paseando por las páginas de esta ilustradora obra, llegarán al antiguo Pórtico de San Antonio, ahora calle Sánchez Madrigal, donde tuvo lugar “El crimen del hostal La Perla", quizá el más popular de los acaecidos en Murcia y el que propició la última ejecución pública realizada en nuestro país. También nos lleva el autor de la mano a conocer el antiguo Café Santos, centro neurálgico de las letras murcianas, donde tantas veces acudiera el grandísimo escritor caravaqueño "Miguel Espinosa" (injustamente ignorado por nuestras instituciones), y a la casa Díaz Cassou, sita en la calle de Santa Teresa, donde una dama de negro se asoma a un balcón acristalado para contemplar la Murcia que la vio nacer y morir demasiado joven, circunstancia que utiliza el autor para explicarle al lector la arraigada creencia murciana en "Las ánimas". Si aún les aguantan los pies y las ganas, sigan paseando hasta la misma puerta del Ayuntamiento, abran bien la mente y empápense de la historia de Antonete Gálvez, una de las figuras más destacadas del republicanismo federal español en el siglo XIX (lean, lean que fuimos los primeros independentistas y que incluso pudimos ser el 51° estado de E.E.U.U). Nuestro paseo finaliza en "La plaza de Santa Catalina" , lugar elegido por "La Santa Inquisición" para sus castigos ejemplares, por el Consejo de Hombres Buenos para sus primeras reuniones y donde se sitúa la vivienda donde nació el célebre actor teatral Julián Romea. El olor a pastel de carne de las calles que rodean la plaza viene acompañado por las andanzas de Charo Baeza, famosa murciana afincada en E.E.U.U.

Con los pies algo cansados de tanto andar y plena conciencia de lo ignorante que era acerca de muchas de las historias que cuenta el autor, acabo este viaje por el espacio y el tiempo de nuestra capital murciana agradecida por un lado y con la curiosidad muy despierta por otro. Procuraré caminar más atenta cuando transite sus calles para ver si a mí también me cuentan algo. 

jueves, 8 de septiembre de 2022

El archivo vampiro, de A.A.V.V.

Vuelvo, sí, aunque mientras estoy escribiendo estas letras me cueste creérmelo. Y vuelvo con nada más y nada menos que con otra de mis debilidades literarias: los vampiros. Entre manuscritos innombrables y otros menos, he pasado el verano leyendo The vampire archive (El archivo vampiro), una antología de relatos vampíricos en lengua inglesa editada por Otto Penzler (una autoridad en la materia) y publicada en 2009 por la británica Quercus. Debí comprarla por el año 2010 con poco criterio, puesto que el formato es pesado e incomodísimo. Suerte que gran parte del contenido ha hecho que merezca la pena el esfuerzo, aunque no le perdono no haber podido llevármelo a la cama.

1064 páginas (a las que hay que añadir otras pocas más de referencias bibliográficas) y 85 piezas constituyen la tentadora selección de Otto Penzler para explorar los distintos enfoques de la literatura vampírica. En primer lugar, os diré que casi todo lo que creáis saber sobre los vampiros es cierto. O no. Tratar de entender el mito del vampirismo sería equiparable a intentar comprender el concepto de Dios. Todo depende de la cultura, de la época y de la capacidad imaginativa y credulidad individual. En el mundo occidental contemporáneo, el concepto de vampiro que aceptamos coincide con el personaje de la novela icónica victoriana de Bram Stoker: Drácula. Para la mayoría de lectores y cinéfilos, un vampiro es una criatura inmortal que bebe sangre y ostenta poderes sobrenaturales, capaz de adoptar otras formas presentes en la naturaleza: murciélago, lobo, o algún otro animal. Duerme durante las horas diurnas, normalmente en un ataúd o una tumba, y se despierta al anochecer para dar caza a sus víctimas mordiéndoles el cuello. Hasta ahí ya lo sabíais, ¿verdad? Pues yo he estado indagando sobre el mito del vampirismo, y soy consciente de que ni en dos vidas podría empaparme de todo... Si nos centramos en el campo de la literatura, si bien es cierto que Drácula es la historia de vampiros más conocida, no es la primera, pues fue antecedida por El vampiro de John Polidori en 1816, aunque lamentablemente su lectura no suele ser habitual en estos días.

En El archivo vampiro, Otto Penzler selecciona multitud de relatos en la línea de Drácula y el vampiro de Polidori: criaturas de la noche escondidas en castillos, panteones o sepulturas que atacan a nuestros pobres e incautos protagonistas. Abundan también las femmes fatales, hermosas, hermosísimas, que seducen a sus víctimas para luego hincarles el diente. Aunque la mayoría de las piezas son en prosa, también inspiró la figura del vampiro poemas como, por ejemplo, "La novia de Corinto" de Goethe, "El Giaour" de Lord Byron (de corte oriental) y "La bella dama sin piedad: una balada", de John Keats. De entre todos los relatos, mi favorito es, sin duda, "Carmilla" (1870) de Sheridan Le Fanu, protagonizado por una vampiresa lesbiana con la habilidad de convertise en un gato gigante (me encanta imaginar cómo debió de escandalizar en su día a los lectores victorianos). Tampoco son nada desdeñable las contribuciones a la antología del propio Bram Stoker, de Lovecraft, D. H. Lawrence, Zelazny, Harlan Ellison, Clive Barker, Anne Rice o incluso Stephen King, entre muchos otros, más o menos conocidos. Destacaría el enfoque metafísico de E. A. Poe y su hermosa "Ligeia". O el personaje atrapado en la narrativa de un libro maldito encontrado al azar en la estantería de un anticuario ("Revelaciones en negro", de Carl Jacobi). O la tensión, el miedo y la locura que desprenden las páginas de "El horror del Castillo de Chilton", de Joseph Payne Brennan. Quizá también la intriga omnipresente en "La habitación de la torre" de E. F. Benson. Y el vampirismo psíquico en "El parásito" de Arthur Conan Doyle. Incluso nuestro apreciado Sherlock Holmes y su insuperable Watson se asoman a nuestra antología para investigar un peculiar caso de vampirismo ("La aventura del vampiro de Sussex" , Conan Doyle). Como original, señalaría "La historia de Chugoro", de Lafcadio Hearn, en la que una bella vampiresa (para variar), que resulta ser una mujer rana, arrastra cada noche a du presa bajo las aguas de un gran río.

Podría seguir escribiendo, pues la mayoría de piezas de la antología han resultado más que interesantes, pero como ni vosotros ni yo somos inmortales (¡maldición!), lo dejaré aquí por ahora. Quien sabe si continúe otro día. Ya saben, si les interesa, pasen y lean, pero sean más inteligentes que yo al elegir el formato.




Aurora no se durmió, de Judith Romero

Cuando era pequeña me encantaba que me contaran cuentos. Mi madre me enseñó a leer muy pronto y comencé a leerlos a una velocida...