Amó lo prohibido y castigado fue por ello
porque se pagan todos los errores,
los de la carne y los del alma, todos
con soledad y con desprecio,
y ahora, sentado en una silla en el balcón
de la casa solitaria y oscura
donde fue confinado, piensa en ella
y admite su culpa de hombre ciego
que amó lo prohibido
y entregó su paz a cambio.
Es inevitable comenzar a hablar de la última obra de Pascual García, Un hombre solo (La Fea Burguesía, 2021) con los versos, íntegros, de “Pecado original”, la pieza que, a modo de flecha lacerante, abre este poemario de exquisita factura y esencia intimísima de un autor que nos demuestra, ahora más que nunca, que literatura y vida son para él una misma cosa. Un poemario lleno de dolor, de desgarro, de recuerdos amargos, pero también de valentía, de resiliencia, de lucidez y de la brisa limpia de la esperanza.
Pascual García estructura los sesenta poemas que componen el volumen en tres partes simétricas (de 20 poemas cada una, aunque quizá los de la primera parte sean comparativamente más extensos que los dispuestos en las dos posteriores) que marcarían tres ciclos diferentes en ese calendario de soledades, penumbras y vacíos que nos presenta como una suerte de diario de un hombre que recibe de repente el zarpazo de su soledad sola al entrar en una casa extraña y debe encontrar el camino de vuelta desde el infierno de las sombras hasta la paz que le otorgue la luz.
El primer ciclo aparece bajo el título de “Último anochecer de agosto”. Es la etapa más cruel, más descarnada de su viaje. En ella, el profundo dolor que lo atormenta sofoca cualquier sonido procedente del exterior, sumiéndolo en un silencio feroz solo roto por las notas de Mozart de cuando en cuando. “Le duele el tiempo que ya no suena”, “las horas han perdido su música de siempre”, nos cuenta el poeta en “Diario de un hombre solo” (p.20), y que “las voces que escucha/están en su cabeza solo”. En el mismo poema, uno de los más representativos del ciclo, nos confiesa también que la penumbra y la oscuridad le ganan cada segundo la batalla a la luz: “y la luz se esfuma...”, “come con la tristeza de la luz caída”. Nos habla de soledad, de miedo, de destierro (“Nadie en el cuarto de al lado”, p.22). El tiempo se torna obsesión, como muestran las continuas referencias temporales a las horas, los días (sobre todo a “Los días iguales”, p.36-37), el día o la noche, los meses y los años, las estaciones: “son iguales las horas y los panes/las sábanas de invierno y el otoño” (p.22). “Que no llegaba nunca”, “Compañía”, “Desnudos pero ajenos”, “Un lecho de piedra”, son los títulos de algunos de los poemas que contribuyen a crear y a perpetuar la atmósfera sombría, cruel y dolorosa de este primer ciclo, que se abre con “Pecado original” y nos entrega, quizá, la cifra del sufrimiento del vate: la culpa. No es difícil averiguarlo cuando se comprueba que el término “culpa” aparece ni más ni menos que 20 veces a lo largo del poemario, seguido de “condena” (14 veces), “castigo” (13 veces) y “error”(8 veces). Suerte que la palabra “perdón” aparece 8... Sin embargo, me gustaría destacar también la honestidad y la valentía del poeta en los versos iniciales de “El amor no pasa nunca” (p. 25):
“Tengo el amor de mi mano derecha
porque el amor no pasa nunca, dice
San Pablo, y en la mañana, turgente
me saluda mi sexo solitario
fiel a su cita con mi mano...”
(Honesto, valiente y grandioso, sí señor.)
La segunda etapa en su almanaque de redención la marcan los poemas agrupados bajo el título de “Mediodía en octubre”. Aquí encontramos ya a un hombre distinto, doliente aún pero más consciente de sí mismo, gracias a la reflexión y al diálogo constantes con el pasado, con el presente, con el amor, y consigo mismo.
“Durante muchos días ha pensado
el hombre en sí mismo, ha discutido
con él y con los espectros que fueron
sus fantasmas nocturnos, pues estuvo
solo y habló en voz alta...” (“Sumario”, p.65)
“Fracaso postergado”, “El poder de las sombras”, “Viene el amor de la memoria”, o “Brindis”, por seleccionar unos cuantos ejemplos, nos narran ya un periodo donde el miedo (que también es débil) le va cediendo paso a la esperanza y al consuelo, y la memoria muta de castigo doloroso a refugio cálido. Porque “había aprendido a estar en calma” (“Un año”, p.74-75) y que quizá toda la culpa no fuera suya (“Absolución”, p.67) y, aunque experimenta aún breves periodos de zozobra donde no percibe “nada salvo un tiempo vacío y homicida” (“El buque fantasma”, p.69), ya no es un extraño en su entorno (“Amanecer”, p.72-73) y ya le pertenece su casa en “La calle de los hombres libres” (p.78).
El tercer ciclo en su metamorfosis de hombre solo y triste en hombre solo y libre lo conforman los poemas auspiciados bajo el epígrafe “Amanece en diciembre”. Son estos versos ya más dulces, más cálidos, testigos de la “Travesía” (p. 96-98) del poeta por los mares de la resiliencia hasta alcanzar las costas de la “Salvación” (p. 94) en el mes de “Diciembre” (p.83-84). El hombre enfoca el futuro, solo pero libre, con mirada sosegada, pues su proceso de aprendizaje le ha valido estar ya “reconciliado con su destino y con su vieja culpa” (“Redención”, p.106), ha alcanzado su propio “perdón puro” y “ha cambiado el frío de las noches/ por las plazas pobladas de la vida” (“Su perdón puro”, p.85) y se ha encontrado a sí mismo en su soledad:
“De repente el hombre encontró su centro
visitó las estancias que ignoraba,
se internó en novedosos aposentos
y visitó lugares apartados.
Fue en esos sitios otro hombre, nuevo...” (“Otros días”, p.86)
El poeta y el hombre celebran ya con más ahínco (en realidad nunca dejaron de hacerlo) el amor y los placeres de la carne (“...pues el amor/ se da a manos llenas y no lo para/ nada, no es una quimera ni vuelve/ su rostro dulce a la carne gozosa”, nos dice en “A manos llenas”, p.91-92). El poemario no podía terminar mejor, y el broche final es del todo amable y optimista, pues el volumen inicia en el silencio más descarnado y acaba con la esperanza del poeta mientras “Silba una canción” (p.113): “es casi primavera y amanece/ y no va solo porque lleva siempre consigo/ una palabra amable y misteriosa”.
Honestamente, todo un alivio para el lector que acabe así, ya que durante la primera parte hemos sufrido junto a Pascual García versos que duelen y desarman (“se sienta solo/ en su sofá de nadie”, p.20; “y estaba el café amargo y las tostadas/ sabían a carbón y a noche”, p.28; “mientras naufraga en un lecho de piedra/ vasto como la mar y solitario”, p.40) y que el poeta crea sin usar más palabras que las necesarias. Una verdadera joya de poemario donde el tiempo, la culpa, el silencio, la luz y la ausencia de ella son los protagonistas, junto a nuestro estimado autor.
Y para acabar esta entrada tan larga, os dejo uno de los poemas que más ... (a vuestra imaginación lo dejo). Si lo véis desde la versión sencilla para móvil, probablemente no aparezca el vídeo; por eso, aquí os dejo el enlace: https://www.youtube.com/watch?v=MRY7ChNMTOQ