Habitualmente, los afortunados primermundistas que vivimos alejados de escenarios de guerra o violencia extrema, exceptuando el riesgo de las cada vez más frecuentes pero imprevisibles catástrofes naturales y los estigmas sociales en aumento progresivo, nos sentimos a salvo. Nos levantamos cada día dando por garantizada nuestra invulnerabilidad, como si fuera algo permanente e inmutable. Pero, ¿qué ocurriría si un buen día nuestra seguridad y la de todo nuestro entorno se vieran seriamente amenazadas por un crimen y una bomba, acompañados de un manifiesto que deja entrever que se destruirán las iglesias más simbólicas de nuestra ciudad? ¿Y si para evitarlo necesitáramos a una periodista con un carácter de mil demonios proclive a estar en el epicentro de las situaciones más inverosímiles? Pues eso es justo lo que sucede en la novela que acabo de terminar, una novela negra en la que su autora demuestra su gran habilidad en crear situaciones de alta tensión.
Los hijos malditos (Contraluz, 2024), de May R. Ayamonte, es la tercera entrega de la trilogía protagonizada por la periodista Jimena Cruz. Aunque yo recomiendo siempre leer las entregas por orden, por no perderse nada de la evolución de los personajes y sus circunstancias, lo cierto es que se puede leer como novela independiente, puesto que la autora aporta continuamente datos importantes sobre ellos e información que tuviera relevancia en pasado y presente para comprender el trasfondo y las motivaciones de los principales personajes. Al igual que en las entregas anteriores, May nos sumerge profundamente en las luces y las sombras de Granada, con una protagonista en precario equilibrio entre su necesidad de recuperarse de las secuelas psicológicas de los casos anteriores y sus ganas instintivas de investigar los terribles sucesos que vuelven a poner en jaque la paz de la capital granadina. La historia comienza en plena Semana Santa, mientras Jimena acompaña a su hermana y a la familia de esta a disfrutar de la célebre Procesión del Silencio. De repente, entre el gentío, la emoción más o menos contenida, el olor a cera de las velas y las capas de los penitentes, alguien comienza a gritar de forma desgarradora, y el foco de una cámara ilumina fugazmente el cuerpo de una mujer con hábito de monja colgada del campanario de la iglesia de San Pedro y San Pablo. Este será solo el punto de inicio de una cadena de atentados perpetrados por lo que parece una secta religiosa que ha publicado en redes un manifiesto en el que amenaza la integridad de las iglesias más significativas de la ciudad. A pesar de su voluntad de no implicarse en el caso, por salvaguardar los avances que ha conseguido en terapia, la situación y el animal investigador que lleva dentro obligarán a Jimena a meterse de lleno en la investigación, lo que la llevará a establecer relación con Zacarías Lara, un teólogo granadino afincado en Nueva York que volverá a suponer un desafío a su estabilidad. En paralelo a esto, Jimena seguirá buscando a su familia biológica y alejada de sus padres adoptivos. En medio de la investigación, una llamada de la clínica estadounidense donde envió su ADN la informa de una posible coincidencia con una persona que también vive en Granada. Por otro lado, su compañero de investigación le despierta sentimientos que rechaza, mucho más cuando descubra ciertas sorpresas que se ha guardado en la manga... Todos estos hilos mantendrán en vilo tanto a la periodista como a los lectores, que se verán envueltos en una trama tensa cuya intensidad se agudiza hacia el final.
Los hijos malditos, siguiendo el canon de la novela negra clásica, está contado por un narrador omnisciente que va dosificando el suspense a lo largo de las páginas. A nivel estructural, la obra está dividida en varias partes, encabezadas por un capítulo donde se ofrece al lector la perspectiva interna de la secta religiosa, en un tono muy críptico y lleno de enigmas, lo que refuerza el aura misteriosa de la historia. Como he dicho al principio, si hay algo en lo que destaca May R. Ayamonte es en plasmar sobre el papel situaciones con mucha tensión, lo que provoca que el lector viva momentos de alto impacto emocional. Eñ primer capítulo de esta novela ya lo deja claro y nítido. Otro de sus puntos fuertes es la creación de su protagonista, Jimena, quien, a pesar de que a veces dan ganas de abofetearla o directamente matarla, es un gran personaje. Mal hablada, disfuncional, profundamente marcada por su pasado y autodestructiva en muchos sentidos, Jimena encarna muchos de los rasgos del investigador de la novela negra tradicional. Por otra parte, la ciudad de Granada no es solo el escenario donde se desarrolla la trama, sino un personaje más que respira en las descripciones magníficamente detalladas de la autora y enriquece la narración. La centenaria Granada, rica en historia, y su trasfondo religioso, proporciona la ambientación perfecta a una trama que, como en las novelas anteriores, explora temas universales e imperecederos: la religión y su impacto social, la familia, el sentimiento de pertenencia, la lacra del machismo o cómo la mayoría de veces el pasado extiende sus tentáculos hasta el presente son algunos de ellos. En definitiva, Los hijos malditos es una novela que cumple con las expectativas de los amantes del misterio y del suspense, rica en matices y con una lectura muy asequible que atrapa desde el inicio. Si podéis, no dejéis de leerla.