sábado, 29 de enero de 2022

Imperia. Portadores de luz, de Carola Vercaigne

Pocas emociones conozco en la vida como la que provoca comenzar una obra y y tener que dedicar cada uno de tus momentos de asueto a devorarla porque no aguantas un minuto más sin saber qué les ocurrirá a sus personajes. Desear durante todo el día el ansiado momento en que te encuentras con sus páginas y te pierdes en ellas. Querer avanzar y saber pero, al mismo tiempo, ser consciente de que estás disfrutando tanto que realmente no quieres terminarla. Es un auténtico regalo encontrar obras así.

Hoy os hablo del segundo volumen de la saga de fantasía de Carola Vercaigne, que lleva por título Imperia. Portadores de luz (Editorial Palabras de Agua, 2018). Reconozco que hacía tiempo que no había devorado un libro con tantas ganas como lo he hecho con este. En Imperia. Portadores de luz partimos justo del momento final de Imperia. Los predestinados, con los cinco jóvenes (sí, sí, eran cinco) a punto de dejar atrás su amurallada ciudad y cruzar el umbral que los conducirá al otro lado, al universo oscuro y salvaje que les enseñaron a temer desde el mismo momento de su nacimiento, empujados por la necesidad de encontrar respuestas que les ayuden a hallar la solución que devuelva a sus petrificados congéneres a la vida. Acompañaremos a Eris, Daniel, Nathan, Yered y Zack a través de un bosque siniestro donde acecha el peligro, los veremos realizar proezas inimaginables hasta para ellos mismos, y compartiremos su sufrimiento al descubrir la gran mentira que, hasta ahora, les ha acompañado durante toda su vida. Los primeros habitantes de Imperia no fueron los únicos supervivientes tras la destrucción de la Tierra (por motivos que todavía no se nos desvelan). Hay otros ahí afuera, y constatan este hecho al vislumbrar la Ciudad del Abismo, primera de las ciudades del Reino de Liras, gobernado por un esperpéntico personaje y cuya estructura social es radicalmente distinta a la imperiana. En este nuevo territorio, los cinco chicos vivirán una serie de experiencias que les harán crecer y pondrán a prueba su capacidad de modelar su carácter imperiano en su propio beneficio. ¿Lograrán nuestros protagonistas su objetivo? ¿Les serán de ayuda los lirenses? Si quieren saberlo, ya saben...

Ritmo trepidante, a veces frenético, personajes muy bien construidos –e insisto, muy humanos–, una bien lograda arquitectura narrativa, una complicada historia de amor (no podía faltar) y algún giro sorpresivo son algunos de los ingredientes de esta obra que me ha embelesado durante un par de días. Y ahora, si me disculpan, me espera la tercera entrega de la saga. Mientras tanto, ustedes, pasen y lean.

martes, 25 de enero de 2022

Imperia. Los predestinados, de Carola Vercaigne

Cada vez con mayor frecuencia, siento la necesidad de volver a mis orígenes lectores. De dejar atrás –al menos durante un rato– lo real, lo verosímil, lo que puede de algún modo recordarme el suelo que piso y el aire corriente que respiro, y traspasar el umbral de otros universos donde brotan imposibles en las ramas de los árboles. Busco entonces  refugio en la fantasía, y, casi siempre, termino alejándome tanto del mundo que a menudo acabo encontrándome conmigo misma. Esta vez lo he conseguido adentrándome en Imperia, el territorio ficticio ideado por Carola Vercaigne y que da nombre a una saga compuesta por cuatro entregas.

Hoy os traigo el primer volumen: Imperia. Los predestinados, publicado por Palabras de Agua Editorial a finales de 2016. En esta primera entrega, Carola Vercaigne le abre al lector las puertas de Imperia, la última ciudad habitada en la tierra, y a su historia. Tras unos acontecimientos distópicos sin determinar (al menos, por el momento) cuatro líderes fundan la ciudad de Imperia para salvar a la humanidad. Sin embargo, la rivalidad y el odio entre los cuatro fundadores son más poderosos que el loable objetivo comunitario y degeneran en un territorio dividido en cuatro sectores claramente delimitados y prohibidos para el resto. Los Hijos del Leviatán, los del Dragón, los del Unicornio y los de la Libélula nacen, crecen, viven y se nutren del odio atávico hacia sus congéneres al otro lado de las murallas interiores de Imperia y del miedo patológico a las horripilantes criaturas al otro lado de la muralla exterior. Para controlar y facilitar las relaciones entre los diferentes sectores, y para que los imperianos nunca olviden la terrible amenaza del mundo exterior, la autora se vale de la venerable Orden de los Ságritos, clérigos de la fe a la que se someten todos y cada uno de los habitantes). Así transcurren siglos y siglos de historia hasta que, un día determinado, acaecen ciertos sucesos terribles profetizados en el sagrado Libro de la Vigilia y que ponen en peligro el futuro de Imperia. Su salvación queda en manos de cuatro jóvenes, cada uno perteneciente a un sector, que tendrán que dejar de lado sus diferencias y trabajar codo con codo para hallar la solución.

Aventuras, enigmas, animales mitológicos y emblemáticos, magia y relaciones humanas son los ingredientes que mezcla Carola Vercaigne en Imperia. Los predestinados con un resultado más que aceptable. Cabría destacar la construcción de los personajes, pobladores de un mundo mágico pero absolutamente humanos, con sus virtudes y sus muchos defectos, y el contraste en la obra entre lo mítico y lo prosaico (a veces es hasta cómico). Catalogada como lectura juvenil –o, con más glamour, new adult–, resulta interesante, motivadora y, por qué no decirlo, engancha casi desde el prólogo. Si gustan, pasen y lean.


martes, 18 de enero de 2022

Mortales (21 relatos de viaje al otro barrio), de Antonio J. Ruiz Munuera

La única certeza que tenemos de la vida es que un día u otro (cuanto más tarde, mejor) llegará a su fin. Son muchas las preguntas que nos hacemos al respecto (al menos yo) para las que no hay respuesta, por eso en la mayoría de ocasiones obviamos el tema de la muerte, como si fuera un acontecimiento en el devenir ajeno y no en el propio. Sin embargo, algunas personas miran a los ojos a la ineludible parca y hasta se atreven a fabricar carcajadas con la tela sobrante de su manto de sombra.

Antonio J. Ruiz Munuera es uno de esos autores que ya le gana el pulso a la muerte haciendo más llevaderas todas esas horas en las que no morimos. Acabo de terminar de leer Mortales (21 relatos de viaje al otro barrio), publicada por MurciaLibro a finales de 2019, y la sensación es de sorpresa y de gratitud. Sorpresa, porque no es habitual sonreír (ni reír a mandíbula batiente) cuando se lee acerca de nuestro último viaje. Gratitud, porque esas sonrisas han sido un potente faro para esta lectora en medio de una tempestad de días difíciles. En Mortales, Ruiz Munuera ofrece al lector 21 relatos (y explica bien por qué elige dicha cifra), dispuestos en riguroso orden cronológico –desde la concepción hasta la ausencia nacida del deceso– donde la brevedad, el humor y el ingenio brillan a partes iguales. Personajes variopintos, desde simples legos a siervos del Altísimo, nos ofrecen en sus líneas diferentes perspectivas sobre el tránsito final. Lean y escojan ustedes su(s) favorito(s). Yo ya tengo los míos.

Una vez más, Ruiz Munuera acierta de pleno en su elección del humor como estandarte, provocando un distanciamiento que permite al lector relajarse ante tan escabroso asunto como es la muerte e incluso reflexionar sobre ella sin rendirse a excesivos dramatismos. Lo hace, eso sí, valiéndose de una prosa mimada y trabajada que dota a los relatos de una calidad literaria que iguala a la narrativa. Las ilustraciones, a cargo de una jovencísima Clara Hernández, conectan a la perfección con la sustancia de los relatos, y ponen el broche de oro al conjunto. No esperen más. Pasen y lean (mientras les quede tiempo). 

domingo, 9 de enero de 2022

Rosas Negras, de Ginés Cruz Zamora

En general, se considera a las flores como símbolo de la naturaleza en su cénit. Entre ellas, podría decirse que las rosas negras son unas de las flores más llamativas del mundo. Su color suele asociarse siempre con la muerte, la tristeza y el duelo. Si lo piensan detenidamente, encontrarán que la rosa negra es la metáfora perfecta de la existencia humana: vida y muerte, belleza y quebranto, sonrisas y lágrimas se entremezclan en sus pétalos alumbrando un milagro tan precioso como breve.

Rosas negras (Raspabook, 2017) es el título que Ginés Cruz escogió para la novela que acabó de terminar y que, a decir verdad, me ha dejado con ganas de más. El autor sitúa la trama en el barrio del Molinete de Cartagena, en julio de 1936, poco después de la sublevación militar que diera lugar a la Guerra Civil española. En las primeras páginas, el lector se cuela en el burdel regentado por Caridad la Negra, y allí comienza a tomar contacto con los personajes. Mientras se nos narra la situación en la ciudad portuaria tras el levantamiento, caracterizada básicamente por la falta de información, la ansiedad y la crispación, iremos conociendo también la historia personal de Caridad, de alguna de las prostitutas que trabajan para ella y de otros personajes del barrio. Lucía, que vino a parar a Cartagena en condiciones lamentables y le debe la vida a su patrona, Rosa la Galatea, Juana la Gitana..., el Chipé (delincuente protegido por los potentados cartageneros) así como de ciertos hombres con cargo relevante en la ciudad que deberán enfrentarse a una situación extremadamente difícil de gestionar. La gota que colma el vaso, la muerte de un joven anarquista que, voluntariamente, fue a luchar contra fuerzas sublevadas en Albacete, provoca una revuelta de la izquierda radical que, como en el resto del país, se propone expulsar de la ciudad a la Iglesia y destruir todos sus símbolos. Caridad y sus chicas pondrán en riesgo su vida para impedir, a cualquier precio, la destrucción de la iglesia que acoge a la patrona de la ciudad. ¿Lo conseguirán? Tendrán que leer la novela para averiguarlo.

Además de una historia bien narrada, trenzada con multitud de historias humanas y circunstancias políticas, Ginés Cruz le ofrece al lector en Rosas Negras un magnífico retrato de la Cartagena de los años 30, de sus usos y costumbres, de sus tabúes y sus reglas no escritas. Si desean un ratito agradable de lectura, ya saben, pasen y lean. 

jueves, 6 de enero de 2022

Grandes minicuentos fantásticos, de VV. AA.

Cuando se despierta del sueño de las vacaciones y se ha de volver a una realidad más bien gris y anodina, se necesitan grandes dosis de literatura y de fantasía para evitar la caída –posiblemente mortal– en el abismo sin fondo de un lunes eterno que solo da paso al cruel martes. Hay obras que, si bien son incapaces de impedir el involuntario descenso, lo amortiguan, poniendo a punto nuestras alas invisibles, o prestándonos unas en caso de carecer de ellas. El caso es que nuestra imaginación alce el vuelo y ya no haya nada que la sujete al sustrato lodoso de la rutina. Así me ha ocurrido a mí con Grandes minicuentos fantásticos, publicada por Alfaguara en el año 2005.

Esta antología, compilada por Benito Arias García, recoge una selección de textos breves (o brevísimos) escritos desde el s. XVIII al s. XX, clasificados por orden cronológico de escritura o edición y agrupados por temas. Entre los autores que Arias García selecciona para la obra encontramos nombres archiconocidos como el maestro Augusto Monterroso, Julio Cortázar, Muñoz Molina o el inigualable Ramón Gómez de la Serna, y otros menos conocidos (al menos, por esta lectora). La mayoría de ellos son hispanohablantes, lo que en parte demuestra la supremacía de los centroamericanos en el microrrelato, aunque también hay contribuciones de Max Aub, Paul Auster, Michael Ende, Frederic Brown y R. L. Stevenson, entre otros. Las diversas temáticas tienden indefectiblemente al misterio, al terror, a lo maravilloso o a lo insólito (y al escribir esto no puedo evitar pensar en uno de mis autores favoritos, Manuel Moyano; seguro que algunos de los textos le hubieran encantado). Dios contra el diablo, o la supuesta batalla sempiterna entre el bien y el mal, mitología y folklore, fantasmas, muertos, la parca, metamorfosis, seres y situaciones terroríficas, objetos y criaturas mágicas, doppelgängers, sueños y poderes mágicos, son los elementos habituales que el lector encontrará entre las páginas de Grandes Minicuentos Fantásticos.

Como en toda antología, hay piezas que son verdaderas joyas, otras que son simplemente correctas y otras que... mejor olvidarlas. Como es imposible hablar en esta entrada de todas y cada una de ellas, o siquiera de algunas cuantas sin que esto se haga eterno y aburrido, les diré que he disfrutado como una niña con la genialidad de Ramón Gómez de la Serna (¡qué imágenes es capaz de crear este autor!), con los textos de Juan José Millás o Fernando Iwasaki, con las Propiedades de un sillón de Julio Cortázar y con las brevísimas letras del mejicano José Emilio Pacheco (todo un descubrimiento, la verdad). Como conclusión, podría decir que cada vez me gusta más el género del microrrelato (tantas veces y por tantos denostado), pues la fantasía y las posibilidades de la imaginación nadan en él como peces en el agua, y que, la creatividad (y, en ocasiones, la genialidad) precisan de poco espacio. Si desean desconectar un rato del suelo que pisan, pasen y lean. 

domingo, 2 de enero de 2022

Ojo de pez, de Antonio J. Ruiz Munuera

Comienzo el año releyendo una novela que, en su día, me causó una honda impresión. Empezaba por aquel entonces mis andanzas por las letras de autores murcianos cuando me crucé con Ojo de pez, de Antonio J. Ruiz Munuera, publicada por Editorial Juventud. Recuerdo que, al acabarla, me quedé cabalgando entre dos sensaciones. La primera, positiva, debido a la calidad de la obra; la segunda, de cabreo por las tropelías perpetradas contra el medio ambiente en las costas murcianas (un asunto al que no se le ha puesto freno y mucho me temo que no se le va a poner). Casi cinco años después, tras leerla de nuevo, vuelvo a sentir lo mismo.

Lo primero que llama la atención de Ojo de pez es la original introducción de cada uno de sus dieciocho capítulos, que consiste en un fragmento de receta de diferentes guisos marineros. Este autor debe de tener también alma de cocinero, y de los mejores, puesto que el plato que nos presenta en la novela no podría ser más gustoso. Uno de sus ingredientes principales, el inspector de homicidios Lucas Daireh, de origen magrebí, disfruta de unas anheladas vacaciones cuando una inoportuna llamada lo manda todo al garete. Ha aparecido el cadáver de una joven en la costa cartagenera, más concretamente en La Algameca Chica. Una pobre toxicómana más, en principio. Sin embargo, el papel de periódico utilizado como envoltorio de un pastel de cierva comenzará a sembrar las dudas en la mente del inspector Daireh. Con la ayuda de una peculiar forense, de apellido Escarbajal, intentará esclarecer las circunstancias de la muerte de la chica. Un barco de Greenpeace fondeado en la Bahía de Portmán, una empresa minera de capital francés, unos agentes de la benemérita que, tal y como son presentados, provocan más náusea que admiración, serán los ingredientes restantes de una trama que, inevitablemente, podría resumirse en una de las afirmaciones más certeras de la novela: "El dinero lo compra todo, y el silencio y la vergüenza no iban a ser una excepción" (p. 74).

Con una prosa ágil y un lenguaje directo y coloquial (muy verosímil en los cambios de registro), patente sobre todo en los diálogos,  Antonio J. Ruiz Munuera nos propone en Ojo de pez una novela repleta de crudeza y, por desgracia, realidad, que despertará, si estuviera adormecida, la conciencia medioambiental del lector. Destacaría la maestría del autor para combatir la crudeza de la trama con humor (muy negro a veces) y con ciertas pinceladas de poesía. La misma pluma escribe, en la página 12, "El sol, ocupado en momificar a los turistas centroeuropeos que renegaban de su condición de sapiens, se regodeaba en la arena con sus cuerpos de mojama" y, poco después, en la 22, "Aunque fuese un contrasentido, me pareció una visión hermosa, una licencia poética robada a la muerte". Si tienen la oportunidad, disfrútenla. Merece la pena. 

Aurora no se durmió, de Judith Romero

Cuando era pequeña me encantaba que me contaran cuentos. Mi madre me enseñó a leer muy pronto y comencé a leerlos a una velocida...