lunes, 28 de diciembre de 2020

Poemas del desamor verdadero, de Pascual García

...porque fuimos ceniza de amor huido

y somos únicamente ceniza

a la espera del viento.


La RAE define el desamor como una falta de amor o de amistad, o como una falta del sentimiento y afecto que inspiran por lo general ciertas cosas. Sin embargo, estas definiciones me parecen insuficientes ante uno de los sentimientos más humanos y más dramáticos, existencialmente hablando, que pueden experimentarse, bien porque el amor se ha acabado, bien porque nunca empezará y solo pertenece al territorio de los sueños.

Pascual García dibuja muy bien los contornos de esa aflicción en las cincuenta y dos composiciones que integran Poemas del desamor verdadero, poemario publicado en el año 2019 y ganador del XV Premio de Poesía Dionisia García. Trazos finos y precisos esbozados por una pluma solvente y cargada de una sabiduría que solo puede derivar, a mi juicio, de un conocimiento profundo y certero de los escenarios emocionales que con tanta maestría plasma el autor sobre el papel.

Tres son los tiempos que se conjugan en los versos de Pascual García en torno a la sombra del desamor. En primer lugar, el pasado remoto de la juventud, el que se inaugura lleno de luz con los amantes “cogidos de la mano, juntos/por las calles sencillas de una ciudad pequeña” mientras gozan de “el purísimo amor de dos criaturas/que creían aún en las palabras”, un ayer de noches interminables, sábanas y pieles incendiadas de deseo, besos de miel y sueños de futuro azucarado. Días pretéritos que se esfumaron “porque los años ganaron la batalla triste de la pasión y del deseo nuevo” hasta alcanzar un pasado más reciente, más cercano, donde solo quedaron las cenizas de aquel amor, y la miel, los sueños y el deseo se tornaron “ruina, niebla y despojos”, convirtiendo el dulce lecho de sexos ardientes e inquietos en “la cama amplia e inhóspita de las noches unánimes”. Soledad, vacío, escarcha y silencios separaron manos, ojos y fuegos dejando dos almas a la deriva de la costumbre, dos glaciares inmunes a las caricias, a la ilusión y a la llamada del placer carnal. Ambos pasados, el dulce y el amargo, se entrelazan en el tercer tiempo, el presente desgarrado desde el que el poeta derrama sus lágrimas de tinta, debatiéndose entre gozar de la caricia de “las manos cálidas y tristes de la memoria” o escapar del “lodazal del tiempo perdido”. Perdido en el laberinto de los recuerdos y los anhelos.

Pascual García vuelve a hilvanar en este poemario imágenes sencillas pero de alta potencia que conectan con la mente del lector de manera casi instantánea (¿quién podría no identificarse con ellas en presente o en pasado?), apoyadas por iteraciones léxicas que refuerzan el tempus fugit (“un día y otro día y otro día”, “huían los años y la esperanza”) y embellecen el cajón semántico de la tristeza. Y nos regala versos de una dureza demoledora, versos que escuecen como vinagre sobre una herida recién abierta.

“¿qué fue del amor que nunca se hizo,

dónde está la carne que no tocamos

y aquellos besos que el amanecer olvidaba?” (p. 89)

 

“Se nos fueron las noches para siempre” (p. 21)


“Yo no fui otra cosa, amor, más que tú

y anduve con tu nombre entre mis labios

mientras amanecía...” (p. 23)


“Fuimos naufragio desde el primer día” (p. 41)


Y muchos otros que leería y leería por el placer macabro que produce el dolor. Porque el desamor es también ese viento frío que se cuela por las rendijas del corazón cuando no hay manera de cerrar la puerta, “por más que nosotros nos empeñemos en un olvido imposible”.


 

domingo, 27 de diciembre de 2020

El orden de la vida, de Pascual García

Irene era, en todo caso, el exceso que no creyó merecer nunca, y Onofre era casi el hombre que Irene no hubiese acertado a encontrar ella sola en otros años y en otra tierra. Y ninguno era lo que hubiese querido ser para el otro.

El fragmento anterior, extraído de la página 41 de la obra que nos ocupa, es uno de los que quizá mejor representa el gris deslavazado de la historia de los dos personajes principales de El orden de la vida, de Pascual García, publicada en 2018 bajo el sello de Malbec. Onofre, un muchacho apocado, gordo, manso, a quien la vida ha sonreído en bien pocas ocasiones, decide cambiar el entorno agreste y serrano de Los Olmos (paisaje literario al que ya nos tiene habituados Pascual García) por la atmósfera pesada, monótona y asfixiante de Las Arenas, donde lo único que brilla es el reflejo del sol sobre el plástico de los invernaderos acompañado por el fétido aroma de la fruta y verdura en descomposición, con el objetivo de ganar algo de dinero y, si es posible, conseguir una mujer, para regresar triunfante y ufano a las calles que lo vieron crecer y ya lo despreciaron cuando apenas levantaba unos pocos palmos del suelo. En el almacén donde lo emplean ve por primera vez a Irene, otra alma truncada y resabiada con la vida. Inmediatamente, la mujer se convierte para Onofre en “la sombra de un milagro con el que solo se permitía soñar unos minutos antes de entrar en el otro sueño, el de su cuerpo descansando del día y del trabajo” (p. 28). Por ella, Onofre accede a romper las hasta entonces sagradas barreras de lo lícito y acepta transportes esporádicos de mercancías ilegales que le reportarán cuantiosos beneficios monetarios con los que seguir construyendo sus castillos en el aire. Y el sueño de Irene, contra todo pronóstico, desemboca en una historia de (des)amor (por llamarlo de algún modo) en la que ambos personajes compartirán un sinsabor tras otro, degustarán hieles en lugar de pieles, se irán hundiendo cada vez más en el lodo de su anodina existencia, e incluso tendrán una hija que se convertirá en el pilar fundamental de la vida de Onofre y que acabará por distanciar aún más a la pareja. Hasta que un día, asediado por el hastío, el infortunio, el vacío y la posibilidad de volver a Los Olmos con el rabo entre las piernas, Onofre decide que la única solución viable es apretar, con el dedo gordo del pie, el gatillo de su propia escopeta, y acabar por fin con todo.

Así, con la muerte como dueña y señora del páramo gris de la existencia, como anestesia contra el dolor para unos y sorbo de acíbar para otros, inicia Pascual García El orden de la vida, una polifonía perfectamente orquestada por la pluma del autor. Por un lado, la voz del narrador nos desgrana una trama turbia de nadas, de nadies, de ceros a la izquierda que acaban pagando el precio de sus decisiones erróneas. Por otro, la voz interior de los personajes, señalada en cursiva, que aporta una profundización psicológica en los caracteres que densifica, tensiona o dramatiza aun más si cabe el trenzado argumental. Y, como colofón, el lamento de Antonia, la madre, en soliloquio, las notas amargas de un corazón que sigue latiendo a pesar de que se le ha muerto el alma.

El orden de la vida vuelto del revés al ritmo de la prolepsis gris ceniza y la analepsis expiatoria (Pascual García nos hace viajar constantemente entre el presente, el pasado y el futuro del pasado dotando al relato de una intensidad tremenda) y bordado por una impresionante riqueza léxica que es ya marca identificativa de las letras del autor. Y un lenguaje profundamente lírico que señala sin duda su vocación de poeta.


Historia triste, literatura hermosa.


lunes, 21 de diciembre de 2020

Aniversario en París, de Pascual García

Déjame que recuerde la ternura,

ciertas palabras y lo que yo quise

que fuéramos entonces para siempre.

Volvemos, con estos versos, al terreno de la poesía de Pascual García, terreno donde fulge de manera excepcional un autor sensible y, a mis ojos, honesto cuando se trata de emociones y sentimientos. Aniversario en París, la obra que nos ocupa, se compone de veintiocho poemas, que podrían leerse como uno solo pero también ser apreciados en su compleja individualidad, y nos lleva de la mano, junto al poeta y su esposa, a un viaje de aniversario a la ciudad de la luz y el amor por antonomasia. Asistimos junto a ellos a un reencuentro que es al mismo tiempo una despedida, a los últimos instantes de un amor que se fue diluyendo en los días, en los años, en la costumbre. A un armisticio que las agujas del reloj transformarán en clausura, como parece anunciar el poeta al encabezar el poemario con la DESPEDIDA y usando el ENCUENTRO como cierre.

“Este es un viaje para rescatarnos

de todos los días en que no fuimos” (p. 23)

 

“Este es el viaje que nos consolará de todo,

el viaje del amor y de los besos

que no dimos, que se esfumaron raudos” (p.31)


“París nos ha ofrecido un armisticio

y hemos hecho las paces” (p.45)


París se convierte así, en el universo del poeta y de su amada, en un lugar que solo será suyo unos pocos días, un lugar donde no tendrán cabida el hastío, la indiferencia, el deterioro, la erosión o el desamor. En aquella ciudad mágica únicamente existen la felicidad, la hermosura, las almas enamoradas de los primeros momentos. Pero entre sus grandes avenidas, los museos, el champán, la lluvia, los besos y el sexo dulce asomarán indicios claros del irreversible fin:

“Debo decirte que eras muy hermosa

y que yo estaba muy enamorado.” (p.55)

Hasta llegar a la última línea del último poema, el doloroso y “último abrazo de despedida”.

Veintiocho poemas intimísimos, impregnados de una sensibilidad sobrecogedora, que se adentran en el territorio de los sentimientos y las emociones de forma profunda y conmovedora, a través de la maraña de sensaciones, dudas, recuerdos, sufrimientos y deseos expresados por la voz del poeta que provocan sin duda la empatía del lector. Incluso la descripción de los paisajes y el clima, como viene siendo típico en las obras de Pascual, contribuyen a esa atmósfera ambigua, de notas agridulces, que configura el tono predominante del poemario. Versos cuidados, lenguaje nítido pero imágenes y metáforas extremadamente sugerentes para dibujar la cualidad destructora del discurrir del tiempo y el deseo de detener su avance, la lluvia y las lágrimas en silencio por los sueños que no llegaron a ser, el anhelo de pieles en fugaz reencuentro.

Ay, el amor, ese sentimiento hermoso y terrible que provoca que el suelo tiemble bajo tus pies, esa criatura salvaje y caprichosa a la que todas las voluntades le son ajenas, capaz de elevarte hasta el más azul de los cielos o hacerte descender al más oscuro de los infiernos. Qué triste cuando se apaga o pierde la purpurina...

domingo, 20 de diciembre de 2020

Nunca olvidaré tu nombre, de Pascual García

 

Me pregunto qué te ha hecho más daño, si la venganza o el amor.

Habiendo acabado de leer Nunca olvidaré tu nombre, me queda más claro todavía (si es que era posible albergar algún tipo de duda) que Pascual García es un escritor enorme dotado de una pluma increíblemente versátil, que lo mismo nos deleita con sus versos exquisitos, nos ilumina con su ensayo certero o nos deja perplejos con sus relatos. Ahora, por fin, lo conozco en su faceta de novelista y, como siempre me ocurre con él, me queda el poso de una lectura de calidad, completa en todos y cada uno de sus sentidos y que supera con creces mis ya buenas expectativas.

En Nunca olvidaré tu nombre, el lector se encuentra con Aníbal Salinas (que ya debería conocer si ha leído Solo guerras perdidas... pero ay, impaciencia la mía que no he podido esperar a leerlas en orden cronológico), un hombre, un anciano que, a las puertas de la muerte, regresa a Los Olmos, la tierra que le vio nacer, impulsado por dos razones idénticamente tristes e idénticamente desgarradoras. “Había regresado a Los Olmos para ejecutar una venganza y dar término a una antigua y dolorosa historia de amor”. Así de rotundamente nos lo enuncia el narrador en la página 19 de la obra. Vengarse de la persona cuya orden puso fin a la vida de su padre, a pesar de todos los intentos de Aníbal por salvarlo, y cerrar el capítulo de su relación con Elvira, que había quedado en suspenso cuarenta años atrás, al alistarse Aníbal en el bando sublevado cuando estalló la Guerra Civil. Elvira, su amante, una mujer que, por no ser de Aníbal, decidió no ser de nadie más. La que no dejó de esperarlo ni un solo día durante los primeros diez años, la que se convirtió en su viuda sin realmente serlo ni merecerlo. La que, incluso cuarenta años después, provoca en Aníbal ternura y desolación a partes iguales: “Es hermosa como la sensación de haber tocado un sueño con los dedos.” (p. 131). Ambos personajes se convierten, pues, en perfectos símbolos de la funesta época que les había tocado vivir, de las vivencias nefastas que sufrieron en sus carnes todos aquellos que se vieron inmersos en el horror de aquella guerra fratricida. Bendecidos y malditos con un amor que fue al tiempo hermosura y veneno. Impasibles, hastiados, resignados a ellos mismos y a sus circunstancias, a la decrepitud, al tiempo y a las ilusiones perdidas, a la cercanía de la muerte, al vacío de los días, pero capaces aún de emocionarse con el color de unos ojos, con la intensidad de una mirada, con el roce de una piel erosionada por las caricias que no fueron y ya nunca serán. Pascual García embarca a estos personajes en un continuo y melancólico vaivén entre el presente y el pasado lleno de contrastes, de matices y, sobre todo, de un desgarro doloroso, presididos ambos tiempos por una soledad inequívoca, honda y lacerante. “No es que esté solo, es que he nacido para estar solo como si se me hubiera condenado desde el vientre de mi madre.” (p.145)

El autor vuelve a situarnos en un entorno rural, agreste como es Los Olmos (que ya hemos visitado anteriormente en alguno de sus relatos), por lo que la naturaleza tiene presencia propia en la obra: los paisajes de la sierra, el viento arisco que arrastra el aroma del pino y la aliaga, la tierra dura y hosca donde se marchitan los sueños. La historia que cuenta nos llega en dos formas: por un lado mediante la voz del narrador y, por otro, mediante los pensamientos de los personajes, señalados en cursiva a modo de voz en off, lo que dota a la novela de una profundidad y una complejidad que le confieren un atractivo singular. Si añadimos, además, la riqueza de un lenguaje que sugiere tanto como afirma, el resultado no puede ser distinto a excepcional, a lo que ya deberíamos estar acostumbrados cuando de trata de Pascual García. Pero qué bonito es no sentir el peso de la costumbre y seguir abriendo mucho los ojos al leerlo.

Y, para despedirme, un fragmento que se me ha grabado a fuego, un fragmento que refleja a la perfección la tristeza de los amores que se quedan en palabras:

“Palabras sucias y palabras dulces y palabras de fuego. Voy a tener que recordarlas todas y repetirlas como una oración.” (p. 117)

Aunque, en el improbable caso de que fuese posible, lo más sensato hubiera sido olvidarlas.

viernes, 18 de diciembre de 2020

Trabajan con las manos, de Pascual García

“El hombre que trabaja con sus manos

lleva el alma en la punta de los dedos

y cava zanjas en la tierra seca,

poda los árboles de otoño, sueña

con herramientas y suda las horas

que trascurren tan lentas, tan espesas

como el invierno, el frío y la nostalgia.”

 Esas son las primeras líneas de Trabajar con las Manos, poema que, de no ser por la consonante final, daría título a la obra de Pascual García que acabo de terminar. Trabajan con las manos, un hermoso poemario cuyos protagonistas indiscutibles son aquellos que viven, sufren, adoran y trabajan la tierra en busca de sustento, de fe inquebrantable y de armonía con el mundo. Treinta y tres elegantes composiciones que se agrupan en cinco grupos, cada uno de ellos auspiciado por uno de los cinco elementos que bautizan los poemas que inauguran cada una de las secciones: la tierra, que es “fe en la vida y en la sangre y es credo para toda la familia”; el fuego, “que era el espíritu de la cocina todo el invierno hasta la primavera, toda la noche hasta la luz del día”; el aire puro que acaricia “la memoria de una infancia dulce”; el agua, “la sangre que solivianta los campos de cereales”; y la luz, que interrumpe el sueño de los hombres y dispersa las tinieblas inaugurando un nuevo día.

En Trabajan con las manos, Pascual García vuelve a deleitarnos con sus recuerdos de infancia, conectados a la tierra que le vio nacer y crecer y a las personas cuya huella de amor resta indeleble en sus adentros y en los trazos de su prolífica y regia pluma. Son sus versos un himno al aroma de la tierra y sus frutos, a la familia, al amor y a la vida sencillos y sin imposturas, un canto alejado de notas bucólicas e idealistas, una melodía agridulce que surge de las entrañas de la “puerca tierra”, amada y maldita a un tiempo, la que obliga a “sudar como esclavos del sol y de la lluvia”, la que hombres y mujeres “labran juntos y aman juntos con idéntico desprecio” y de la que obtienen difícil recompensa. Hombres y mujeres condenados, desheredados, sin más dios que el fruto de sus fatigas y de sus anhelos. Manos que con esfuerzo cuidan el mundo y, callosas y sumisas, acarician pieles sobre las que, inexorable, discurre el tiempo vaciándolas de vida y de sueños y acercándolas a los negros parajes donde únicamente se salva la memoria.

Un poemario donde el autor, con sus manos y su incuestionable habilidad para moldear climas, paisajes y temperaturas a través de la palabra, nos emociona con escenas sobrias, preñadas de una belleza serena y sencilla. Una obra donde Pascual García comparte con el lector una de sus más preciosas pertenencias, la memoria. 

Me destierro a la memoria,

voy a vivir del recuerdo.

Buscadme, si me os pierdo

En el yermo de la historia. (Miguel de Unamuno)

miércoles, 16 de diciembre de 2020

El lugar de la escritura, de Pascual García

Sucede que, en ocasiones, la vida nos obsequia con guiños amables tales como el aroma de un café recién hecho, un arcoiris después de la tormenta, un abrazo de primavera que rompe el gris del invierno, o la posibilidad de llenarse los ojos con las letras de nuestro Pascual García. El momento justo anterior a sentarse con una de sus obras entre las manos supone una brisa de expectativa gozosa que jamás se ve defraudada y un manantial de sosiego en medio del inestable mar de turbulencias que acompaña a esta lectora estos días.

En El lugar de la escritura vuelvo a leerlo tal y como lo conocí, escribiendo, certero y generoso, sobre las obras de otros autores a los que tiene en gran consideración. Autores y obras de acá, de allá o de más allá todavía que, por un motivo o por otro, han conquistado los ojos y el alma de un lector voraz, experimentado, detallista como pocos y dueño de una exquisita sensibilidad literaria que impregna cada uno de sus comentarios. Dice de él Rubén Castillo (otro de los moradores del Olimpo, cuya sapiencia literaria y su extrema generosidad a la hora de compartirla con los demás en su blog y en sus redes me siguen maravillando día tras día) en la presentación de la obra: “Dicen los papeles que Pascual García es profesor de literatura, y es una gran verdad; pero no porque enseñe esa materia (lo cual hacen muchos, entre la modorra y el funcionariado), sino porque la profesa, porque la vive como una religión, como un bálsamo, como un arbotante para el alma. De ahí que pertenezca a la estirpe, gozosa y reducidísima, de quienes abren, atesoran y beben los libros con unción.” Y no podría ser más cierto. Pascual García es, sin lugar a dudas, en el lugar donde anidan la escritura y la lectura más vocacionales, una figura regia que ilumina y enriquece nuestros conocimientos (pequeñitos en mi caso) en relación a las obras de Miguel Espinosa, de su venerado Pedro García Montalvo, de José Luis Castillo-Puche, Rubén Castillo (no diré nada de los comentarios de Pascual acerca de una de mis obras preferidas para que no me otorguen el puesto de honor en el podium de los cansinos), sobre los Coños de Juan Manuel de Prada, la excelencia de Muñoz Molina, Delibes y otros tantos autores a los que comenta con sabiduría, con aplomo, con agradecimiento y admiración encomiables, como si los contemplase con los ojos de un niño que experimenta por vez primera la belleza de una puesta de sol o una inopinada lluvia de estrellas.

Además de brillante escritor y apasionado y generoso lector, resulta tremendamente didáctico y esclarecedor (ay, las haches de Cortázar, cuántos quebraderos de cabeza me habrán procurado). Resumiendo, Pascual García es todo un diamante (y no precisamente en bruto) de incalculable valor. Vuelve a aumentar la lista de mis lecturas pendientes (incluyendo relecturas) para poder disfrutarlas con la nueva luz que me ha regalado él.


 

sábado, 12 de diciembre de 2020

Fábula del tiempo, de Pascual García


 

Las palabras son tiempo en el olvido.

Confieso no ser lectora habitual de poesía (desconozco el motivo), aunque últimamente lo cierto es que algunos versos me atraen bastante. Será que estoy cambiando, o será que algunos autores son atractivos escriban lo que escriban. Este es uno de esos casos y, ya puestos a confesar, diré que lo he leído dos veces en su totalidad, y más de diez veces algunos versos que aún recuerdo mientras escribo estas líneas.

“...Son ceniza y veneno.

Presumen el error

de otro aroma imposible...” (p. 21)

Fábula del tiempo, así se titula el primer y delicioso libro de poemas de Pascual García, publicado en 1999 por el Servicio de Publicaciones de la Universidad de Murcia.

En “El fracaso de la oscuridad”, breve pero bellísima introducción al poemario, se nos presenta a un escritor, “junto a la ventana por donde entra la última luz del Invierno” (p. 11; muy apropiado su invierno con mayúscula), inmerso en la tarea de plasmar sobre el papel “la fábula de un tiempo breve como la vida” (p. 11).

Es, pues, esta obra un precioso bordado donde priman los hilos ocres de la memoria junto al blanco invernal de los paisajes de una tierra sufrida, amada y añorada. Un tapiz de primera calidad donde se entretejen los recuerdos de infancia, los amores de ayer, la melancolía, la certeza de que “nada queda de los días salvo el miedo” (p. 34) y el aroma de los pinos, la nieve y el cierzo de los parajes gélidos de su niñez y su juventud. Versos colmados de belleza y emotividad, especialmente los vinculados al amor del autor por sus padres y por la tierra que le vio nacer, cuya profundidad queda palpablemente manifiesta en el poema “Volver” (p. 35-37), el más largo del poemario, donde fulgen con un brillo particular, a mis ojos, estas líneas:


“Es tarde en la cocina. El viento muerde

en las ventanas y arden los troncos

que mi padre ha cortado con paciencia.

Viene su voz de lejos y huele a fruta

y almendras...”


“... como si el nuevo aire del invierno

acercara las palabras antiguas

y sus labios repitieran fugaces

los menudos deseos incumplidos,

pero también la dicha de tener

tan cerca al niño que criaron, al hombre

que los mira con ternura y respeto.”


“Con doloroso afán

tocan mis pies la tierra que he perdido.”


Un gozo para los ojos lectores, como todo lo que hasta ahora he leído de Pascual García.

Todos los días amor, de Pascual García

Nada mejor que la fantasía del ser humano para edificar siniestras mazmorras y castigos sin nombre. El vaticinio de lo infausto es anterior a la tragedia, pero es, por desgracia, más real.

Leo la última línea de esta obra con la profunda certeza de haber disfrutado, y mucho, de algo enorme. Todos los días amor, una colección de nueve relatos que constituyen, sin duda, otra prueba más de la altura literaria en la que se sitúa la mente creadora que los pergeñó y la pluma que los hizo ver la luz. 

Un matrimonio que goza de la comodidad de un amor perfecto hasta que la chispa en los ojos de la esposa se torna velo melancólico. Otra pareja que disfruta de unas vacaciones rodeados de naturaleza hasta que unos pasos, unos gruñidos, unas sombras, emergen de algún lugar en la noche coincidiendo con la salida de la luna. Una mente hastiada que narra la historia de un pasado oscuro en compañía del frío y del silencio que obsequia la muerte mientras los pies que la transportan caminan exánimes hacia la antesala prometida a la que no se arriba jamás. El susurro en sepia de unos antiguos inquilinos que acabará gobernado las noches y los días de los nuevos propietarios de una casa. Una carta anónima de confesión que cumple el último deseo de un condenado a muerte. Un ángel de amor de corta edad y su Ángel Custodio que despierta entre sangre tras la última noche que pasa junto a ella. Un viaje cuyo final se desconoce pero se ansía, alentado por el odio, la rabia y un amor que perdura más allá de todo pronóstico. Una vida convertida en un continuo de desgracias al bajar una escalera y pisar sin querer la cola de un gato que dormita tranquilamente en uno de los rellanos. Dos hombres y dos mujeres embarcados en una excursión a un lugar recóndito que se enfrentan a un desolador destino muy distinto al esperado. 

Nueve cuentos donde el autor disecciona con extremada pericia el miedo, la decepción, el desvalimiento y la orfandad de protección que sufren sus personajes frente a los caprichos el inmanejable azar. Nueve relatos cuyos verdaderos protagonistas son el amor, la muerte, o ambos unidos de la mano, tocados con un velo de enigma, de misterio, que cautiva a los ojos lectores prácticamente desde el primer párrafo. Vástagos de un narrador excepcional que domina a su antojo las posibilidades del lenguaje, dotándolo de una sensacional fuerza expresiva que impregna cada una de las páginas. Y el frío, tan presente y tan bien plasmado en la atmósfera narrativa. 

Y acabo, como casi siempre, dejándoles algunos de los fragmentos que, por un motivo o por otro (cosas del alma en su mayoría) me han dejado una huella más profunda: 

"Bajo sus pies temblaba el universo y los días agonizaban efímeros." (Todos los días amor, pág. 14)

"Sus habitantes habían dejado en el aire la vida finísima que respiramos en los sueños." (Compraventa, pág. 49)

"Las palabras de la verdad contienen a veces una ponzoña de fatales consecuencias." (Toda la verdad, pág. 67)

"... ya ve usted que las cosas no siempre salen como debieran, que algo se tuerce en nuestro camino y nos queda solo la amargura para después, para los días en que el recuerdo trae su imagen de nuevo..." (Dolly, pág. 73)

"La memoria es el único equipaje que nos queda." (El viaje concluido, pág. 94)


miércoles, 9 de diciembre de 2020

El Intruso, de Pascual García García


 

y no saben que todo yacer para el amor es siempre también un yacer para la muerte...

Herman Bosch

Esa acertadísima cita es la que elige Pascual García como estandarte de su primera obra publicada, allá por 1995, por Los Libros de la Frontera, una colección de trece relatos titulada El Intruso que ya permite al lector reconocer (repito, primera obra publicada) que se encuentra frente a un escritor de raza, frente a una pluma habilidosa de primer nivel y a todos los niveles.

Una carta que anuncia la llegada de un extraño a un hogar destartalado en la ladera de un monte. Un hombre que se aferra con uñas y dientes a la vida en forma de pared pedregosa del pozo donde ha caído. Una mujer ¿enamorada? que llega a Los Olmos para recuperar el cadáver de su ¿amor? asesinado. Un chico que busca a su amigo en una estación de tren con un resultado de lo más insólito. Una velada inolvidable para un matrimonio de clase baja que decide pasar la noche en el pueblo que han visitado. Una viuda que abre la puerta para encontrar a un prófugo de la justicia en estado deplorable. Un anciano armado con una guadaña que vigila a una pareja inmersa en intimidades junto a un almacén en ruinas. Un sujeto que se encuentra con su propia foto en la portada de un diario que lo señala como sospechoso de un crimen cometido la noche anterior. Un marido y un detective desahuciados de la vida por una mujer. Un cincuentón que mantiene durante las tardes estivales encuentros sexuales furtivos con una veinteañera. Una esposa que, tras cinco años de desgraciado matrimonio, decide abandonar el hogar conyugal sito en un paraje de lo más inhóspito. Un médico que no logra reunir el coraje necesario para decir una verdad. Un varón sin experiencia con las mujeres que cae rendido a los pies de una prostituta. Esos son algunos de los integrantes del elenco de personajes que encontrará el lector en El intruso.

A través de estos trece relatos, Pascual García va construyendo un universo luctuoso y descarnado de paisajes hoscos y desabridos, bien localizados en parajes rurales y hostiles o en la atmósfera cargante y mugrienta de cuartuchos, habitaciones de hotel, bares o burdeles. Paisajes que concuerdan a la perfección con el mundo interior inhóspito, desapacible, incómodo, de su galería de personajes: individuos de carácter agreste, trato difícil y gesto adusto, modelados quizá por las inclemencias de su entorno; caracteres cuyo nexo común es la desolación, la desazón existencial, la soledad y la tristeza más miserables; personajes de alma agria y mirada desportillada que se agarran a cualquier atisbo de amor o bondad aunque no sea más que un espejismo en medio del desierto acerbo de sus días. Y el frío, la lluvia, la nieve, el viento, el barro, la humedad siempre presentes. Por fuera y por dentro.

Fuerza expresiva bestial e indudable solvencia narrativa página tras página, mesura y aplomo en cada párrafo hacen de esta lectura una compañía como pocas. Y estas joyas que me quedo para mi colección:

“... cuando el silencio daba paso a la barahúnda del viento y el frío llenaba las habitaciones de una tristeza primitiva...” (El intruso, pág. 24)

“Era, otra vez, la ternura ciega desfalleciendo en un semblante sin rasgos, como si ninguna de sus palabras armonizara con la dureza de un alma separada de los miembros que la cubrían.” (Crisantemos, pág. 46)

“Tenía esa fealdad natural que solo el campo o los lugares solitarios otorgan a ciertas personas.” (Eva, pág. 63).

“... porque muy pocas cosas la habían doblegado, y en su cuerpo perduraban caminos que nadie recorrería, parajes intocables y un último afán, como la sombra del deseo, velado y triste.” (Clara y el fugitivo, pág. 73)

“Pedimos que la verdad nos sea respetada, pero ignoramos de que materia está hecha.” (Luna de miel, pág. 142)


martes, 8 de diciembre de 2020

La sinagoga del agua, de Pablo de Aguilar González


 

Hace quinientos años una simple frase escrita en un documento perdido definió mi futuro. O al menos, señaló un camino que yo no hubiera encontrado solo.

Con esas líneas se abre la puerta a La sinagoga del agua, última obra publicada de Pablo de Aguilar González. Con esas palabras comienza a relatarnos Dante los imprevisibles resultados del universal y eterno efecto mariposa, que provoca que arrancar a un recién nacido de los brazos de su hermano a finales del siglo XIV tenga consecuencias en la vida de varias personas casi seis siglos después.

Pogromo de 1391. Los Cerros, Úbeda, Jaén. Una jauría de cristianos exaltados entra en tromba en una sinagoga, diezmando considerablemente la comunidad judía allí reunida para la celebración del rito circuncidador. Un aterrorizado niño de ocho años escondido en una tinaja con el recién circuncidado en brazos, lágrimas en los ojos y una promesa atenazándole la garganta. Francisco, un albañil cristiano cuyo vástago muerto a los pocos días de nacer le ha sembrado el alma del odio y la sinrazón más absolutos. A bebé muerto, bebé puesto. Unos ojos que se anegan de tristeza, unas vidas que a partir de ese momento girarán en torno al silencio y los remordimientos.

Año 2007. Dante y Mara acaban de finalizar sus estudios de Historia en la universidad. Una peculiar sonrisa desdentada en un tablón de anuncios los llevará hasta esa misma población de Los Cerros para trabajar en las excavaciones de lo que parece ser una sinagoga descubierta gracias a unas obras junto a la vivienda del antiguo inquisidor. Investigando, descubrirán la historia de la sinagoga, que cambiará su vida de modo distinto, pero igual de sustancial, a cómo se la cambió a sus primeros inquilinos. El aleteo de las alas de la mariposa de las circunstancias provocará que se cruce en su camino la arrolladora Elena, la de la sonrisa perenne, la mujer insaciable, la que guarda un terrible secreto que ensombrece en ocasiones su mirada limpia.

Pablo de Aguilar entremezcla en esta obra, de manera equilibrada y original, dos tramas temporales donde se entrelazan pasado y presente, con la sinagoga como fondo, símbolo y nexo de unión entre ambos. La narración omnisciente del pasado sitúa al lector a finales del violento y desgarrador siglo XIV, partiendo de un acontecimiento desolador relacionado con la sinagoga y sus antiguos moradores, hasta llegar a 1492, año en el que el Edicto de Granada de los Reyes Católicos expulsa definitivamente a los judíos de España. Destacar, en esta trama, la maravilla de construcción de la ambientación histórica de aquella sociedad plena de ignorancia, intolerancia e hipocresía. En el hilo temporal tejido en la actualidad, el lector encontrará los recuerdos de Dante en primera persona. Dante de Alcaraz. El conflicto casi permanente entre quién se es y quién se quiere ser. La sinagoga o la granja. El amor que se le escapa entre los dedos como agua de arroyo mientras ignora deliberadamente que ese amor nunca ha existido. ¿Dónde confluyen ambas líneas temporales? ¿Derribarán los vestigios de lo que una vez fue o los conservarán en detrimento del beneficio inmobiliario? Tendrán que leer la obra para averiguarlo.

Novela de corte histórico (impresionante el conocimiento sobre los rituales judaicos, sobre todo el de la muerte, y de los tejemanejes interesados de la Inquisición) pero a la vez novela de sentimientos, de identidades escondidas, de desasosiegos de la conciencia, de amores y odios, de pasiones arrebatadoras. Prosa sencilla pero pulcra y cuidada. Tramas bien construidas y ensambladas. Ritmo ágil. Pareciera que las páginas se pasan solas. Y, ante todo, otra evidencia más de la gran solvencia de Pablo de Albacete a la hora de dibujar personajes inolvidables, profundos, emotivos, centrándose en el componente humano. Personas normales y corrientes, complejas, con sus luces y sus sombras. Definitivamente humanos y verosímiles. 

Espectacular, como diría el Gran Maestro.

domingo, 6 de diciembre de 2020

Cuéntame cosas que no me importe olvidar, de Pablo de Aguilar González


Me detengo frente a la muñeca, una de esas que guardan otra dentro que a su vez contiene otra más. Es como nosotros: somos esto que la gente ve, aunque dentro contenemos aquel que fuimos y más dentro aún, todos los que alguna vez hemos sido.


Cuéntame cosas que no me importe olvidar, aunque luego sea difícil olvidarlas. Cuéntame la historia de unos cuantos personajes cuyo nexo común es el desgarro, los tonos del gris al negro que pinta la vida a veces, la tristeza y lo desapacible del mundo de fuera y del universo de dentro. Eso es lo que ha hecho Pablo de Aguilar en la segunda novela de su autoría que he tenido la oportunidad de leer y disfrutar sufriendo.

El argumento de la obra gira en torno a cinco personas desempleadas que se han conocido en una oficina de empleo y que se reúnen a fumar y a compartir sus miserias en un parque que parece no estimarlos demasiado. Uno de ellos falta a su cita una mañana. Ha sido asesinado. Unos días antes la fortuna y los juegos de azar le habían regalado un buen pellizco económico. Susano, principal sospechoso del asesinato por haber comido con él el día de su muerte, será quien narre la historia de estos cinco perdedores (y del resto de personajes de la trama, perdedores también) al lector y a otro de los personajes en su lecho de muerte. 

Crisis, desengaños, traiciones, negrura y el frío inmisericorde del más crudo invierno se alían en las páginas con amores insensatos, esos amores que miran en silencio con ojos de grito de corazón en llamas bocas que no se pueden besar, pieles que no se podrán acariciar. Dolor. Lágrimas. Impotencia. 

Y ese ritmo que Pablo imprime a sus historias. Lectura muy recomendable.

martes, 1 de diciembre de 2020

Lo que está por venir, de Pablo de Aguilar González

Las historias las cuenta quien las vive.
Aunque esa no es toda la verdad; al menos, no la verdad completa: las historias las cuenta quien las conoce, quien las descubre, quien las adivina, quien las siente, quien las comparte...
Después de tanto tiempo, se ha cerrado el círculo. Hoy se termina todo. Yo soy quien conoce esta historia.

Y una historia magníficamente narrada, sí señor. Año 1936. Madrid se prepara para los bombardeos de las fuerzas fascistas sublevadas contra la Segunda República. Ese es el telón de fondo histórico contra el que recorta Pablo de Aguilar los retazos de vida de Fidel, Lisandro, Magdalena, Victoria, Matías, Don Onofre, Don Adolfo, y algún que otro personaje más. Cuerpos y almas arrastrados por la vorágine de una guerra en la que todos, independientemente del bando al que sean afines, pierden algo en el camino. Salvar el pellejo y medrar será el objetivo de unos. Salvar las pinturas del Museo del Prado, el de otros. Tramas entrelazadas de amores, desamores, traiciones, heroísmos, vilezas y otras pasiones humanas conforman el paisaje narrativo de esta novela y empujan al lector a beberse página tras página con los ojos bien abiertos para no perder detalle.

Lo que está por venir es una obra que me ha sorprendido gratamente: las expectativas eran buenas, pero las ha superado con creces. Por un lado, por la forma en que el autor presenta a los personajes, dejando que el lector los vaya conociendo poquito a poco, hasta que se vuelven tan reales que casi saltan de la página y se sientan contigo en el sofá. Destacaría incluso su magnífica construcción del anti-héroe. Por otro lado, la voz narrativa en primera persona que se esconde en una tercera persona cuando cuenta la historia de otros es, sencillamente, una maravilla. Otro punto a favor es cómo se aleja el autor del maniqueísmo a la hora de dar vida a sus personajes: ni buenos ni malos, simplemente humanos con todo lo que ello conlleva. Una verdadera delicia de la obra es, a mis ojos, el ritmo que le imprime el escritor a la narración mediante el uso de frases o coletillas a modo de coro, de letanía: "lo que está por venir", "las primeras veces nunca se olvidan", "a veces las cosas son lo que parecen".

En definitiva, lectura más que recomendable, tanto por contenido como por calidad literaria. Si tuviera que escoger qué personaje se queda conmigo para siempre, lo tendría claro: Magdalena. La puta bíblica. La de las tetas preciosas. La conocedora de pitos. La que folla de una manera para ganarse la vida y de otra muy distinta cuando la traspasa el amor. Sin duda, uno de los mejores personajes que he tenido la oportunidad de conocer.

Aurora no se durmió, de Judith Romero

Cuando era pequeña me encantaba que me contaran cuentos. Mi madre me enseñó a leer muy pronto y comencé a leerlos a una velocida...