miércoles, 9 de diciembre de 2020

El Intruso, de Pascual García García


 

y no saben que todo yacer para el amor es siempre también un yacer para la muerte...

Herman Bosch

Esa acertadísima cita es la que elige Pascual García como estandarte de su primera obra publicada, allá por 1995, por Los Libros de la Frontera, una colección de trece relatos titulada El Intruso que ya permite al lector reconocer (repito, primera obra publicada) que se encuentra frente a un escritor de raza, frente a una pluma habilidosa de primer nivel y a todos los niveles.

Una carta que anuncia la llegada de un extraño a un hogar destartalado en la ladera de un monte. Un hombre que se aferra con uñas y dientes a la vida en forma de pared pedregosa del pozo donde ha caído. Una mujer ¿enamorada? que llega a Los Olmos para recuperar el cadáver de su ¿amor? asesinado. Un chico que busca a su amigo en una estación de tren con un resultado de lo más insólito. Una velada inolvidable para un matrimonio de clase baja que decide pasar la noche en el pueblo que han visitado. Una viuda que abre la puerta para encontrar a un prófugo de la justicia en estado deplorable. Un anciano armado con una guadaña que vigila a una pareja inmersa en intimidades junto a un almacén en ruinas. Un sujeto que se encuentra con su propia foto en la portada de un diario que lo señala como sospechoso de un crimen cometido la noche anterior. Un marido y un detective desahuciados de la vida por una mujer. Un cincuentón que mantiene durante las tardes estivales encuentros sexuales furtivos con una veinteañera. Una esposa que, tras cinco años de desgraciado matrimonio, decide abandonar el hogar conyugal sito en un paraje de lo más inhóspito. Un médico que no logra reunir el coraje necesario para decir una verdad. Un varón sin experiencia con las mujeres que cae rendido a los pies de una prostituta. Esos son algunos de los integrantes del elenco de personajes que encontrará el lector en El intruso.

A través de estos trece relatos, Pascual García va construyendo un universo luctuoso y descarnado de paisajes hoscos y desabridos, bien localizados en parajes rurales y hostiles o en la atmósfera cargante y mugrienta de cuartuchos, habitaciones de hotel, bares o burdeles. Paisajes que concuerdan a la perfección con el mundo interior inhóspito, desapacible, incómodo, de su galería de personajes: individuos de carácter agreste, trato difícil y gesto adusto, modelados quizá por las inclemencias de su entorno; caracteres cuyo nexo común es la desolación, la desazón existencial, la soledad y la tristeza más miserables; personajes de alma agria y mirada desportillada que se agarran a cualquier atisbo de amor o bondad aunque no sea más que un espejismo en medio del desierto acerbo de sus días. Y el frío, la lluvia, la nieve, el viento, el barro, la humedad siempre presentes. Por fuera y por dentro.

Fuerza expresiva bestial e indudable solvencia narrativa página tras página, mesura y aplomo en cada párrafo hacen de esta lectura una compañía como pocas. Y estas joyas que me quedo para mi colección:

“... cuando el silencio daba paso a la barahúnda del viento y el frío llenaba las habitaciones de una tristeza primitiva...” (El intruso, pág. 24)

“Era, otra vez, la ternura ciega desfalleciendo en un semblante sin rasgos, como si ninguna de sus palabras armonizara con la dureza de un alma separada de los miembros que la cubrían.” (Crisantemos, pág. 46)

“Tenía esa fealdad natural que solo el campo o los lugares solitarios otorgan a ciertas personas.” (Eva, pág. 63).

“... porque muy pocas cosas la habían doblegado, y en su cuerpo perduraban caminos que nadie recorrería, parajes intocables y un último afán, como la sombra del deseo, velado y triste.” (Clara y el fugitivo, pág. 73)

“Pedimos que la verdad nos sea respetada, pero ignoramos de que materia está hecha.” (Luna de miel, pág. 142)


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