viernes, 18 de diciembre de 2020

Trabajan con las manos, de Pascual García

“El hombre que trabaja con sus manos

lleva el alma en la punta de los dedos

y cava zanjas en la tierra seca,

poda los árboles de otoño, sueña

con herramientas y suda las horas

que trascurren tan lentas, tan espesas

como el invierno, el frío y la nostalgia.”

 Esas son las primeras líneas de Trabajar con las Manos, poema que, de no ser por la consonante final, daría título a la obra de Pascual García que acabo de terminar. Trabajan con las manos, un hermoso poemario cuyos protagonistas indiscutibles son aquellos que viven, sufren, adoran y trabajan la tierra en busca de sustento, de fe inquebrantable y de armonía con el mundo. Treinta y tres elegantes composiciones que se agrupan en cinco grupos, cada uno de ellos auspiciado por uno de los cinco elementos que bautizan los poemas que inauguran cada una de las secciones: la tierra, que es “fe en la vida y en la sangre y es credo para toda la familia”; el fuego, “que era el espíritu de la cocina todo el invierno hasta la primavera, toda la noche hasta la luz del día”; el aire puro que acaricia “la memoria de una infancia dulce”; el agua, “la sangre que solivianta los campos de cereales”; y la luz, que interrumpe el sueño de los hombres y dispersa las tinieblas inaugurando un nuevo día.

En Trabajan con las manos, Pascual García vuelve a deleitarnos con sus recuerdos de infancia, conectados a la tierra que le vio nacer y crecer y a las personas cuya huella de amor resta indeleble en sus adentros y en los trazos de su prolífica y regia pluma. Son sus versos un himno al aroma de la tierra y sus frutos, a la familia, al amor y a la vida sencillos y sin imposturas, un canto alejado de notas bucólicas e idealistas, una melodía agridulce que surge de las entrañas de la “puerca tierra”, amada y maldita a un tiempo, la que obliga a “sudar como esclavos del sol y de la lluvia”, la que hombres y mujeres “labran juntos y aman juntos con idéntico desprecio” y de la que obtienen difícil recompensa. Hombres y mujeres condenados, desheredados, sin más dios que el fruto de sus fatigas y de sus anhelos. Manos que con esfuerzo cuidan el mundo y, callosas y sumisas, acarician pieles sobre las que, inexorable, discurre el tiempo vaciándolas de vida y de sueños y acercándolas a los negros parajes donde únicamente se salva la memoria.

Un poemario donde el autor, con sus manos y su incuestionable habilidad para moldear climas, paisajes y temperaturas a través de la palabra, nos emociona con escenas sobrias, preñadas de una belleza serena y sencilla. Una obra donde Pascual García comparte con el lector una de sus más preciosas pertenencias, la memoria. 

Me destierro a la memoria,

voy a vivir del recuerdo.

Buscadme, si me os pierdo

En el yermo de la historia. (Miguel de Unamuno)

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