Sucede que, en ocasiones, la vida nos obsequia con guiños amables tales como el aroma de un café recién hecho, un arcoiris después de la tormenta, un abrazo de primavera que rompe el gris del invierno, o la posibilidad de llenarse los ojos con las letras de nuestro Pascual García. El momento justo anterior a sentarse con una de sus obras entre las manos supone una brisa de expectativa gozosa que jamás se ve defraudada y un manantial de sosiego en medio del inestable mar de turbulencias que acompaña a esta lectora estos días.
En El lugar de la escritura vuelvo a leerlo tal y como lo conocí, escribiendo, certero y generoso, sobre las obras de otros autores a los que tiene en gran consideración. Autores y obras de acá, de allá o de más allá todavía que, por un motivo o por otro, han conquistado los ojos y el alma de un lector voraz, experimentado, detallista como pocos y dueño de una exquisita sensibilidad literaria que impregna cada uno de sus comentarios. Dice de él Rubén Castillo (otro de los moradores del Olimpo, cuya sapiencia literaria y su extrema generosidad a la hora de compartirla con los demás en su blog y en sus redes me siguen maravillando día tras día) en la presentación de la obra: “Dicen los papeles que Pascual García es profesor de literatura, y es una gran verdad; pero no porque enseñe esa materia (lo cual hacen muchos, entre la modorra y el funcionariado), sino porque la profesa, porque la vive como una religión, como un bálsamo, como un arbotante para el alma. De ahí que pertenezca a la estirpe, gozosa y reducidísima, de quienes abren, atesoran y beben los libros con unción.” Y no podría ser más cierto. Pascual García es, sin lugar a dudas, en el lugar donde anidan la escritura y la lectura más vocacionales, una figura regia que ilumina y enriquece nuestros conocimientos (pequeñitos en mi caso) en relación a las obras de Miguel Espinosa, de su venerado Pedro García Montalvo, de José Luis Castillo-Puche, Rubén Castillo (no diré nada de los comentarios de Pascual acerca de una de mis obras preferidas para que no me otorguen el puesto de honor en el podium de los cansinos), sobre los Coños de Juan Manuel de Prada, la excelencia de Muñoz Molina, Delibes y otros tantos autores a los que comenta con sabiduría, con aplomo, con agradecimiento y admiración encomiables, como si los contemplase con los ojos de un niño que experimenta por vez primera la belleza de una puesta de sol o una inopinada lluvia de estrellas.
Además de brillante escritor y apasionado y generoso lector, resulta tremendamente didáctico y esclarecedor (ay, las haches de Cortázar, cuántos quebraderos de cabeza me habrán procurado). Resumiendo, Pascual García es todo un diamante (y no precisamente en bruto) de incalculable valor. Vuelve a aumentar la lista de mis lecturas pendientes (incluyendo relecturas) para poder disfrutarlas con la nueva luz que me ha regalado él.
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