miércoles, 26 de abril de 2023

El infinito en un junco, de Irene Vallejo

«El libro es, sobre todo,
un recipiente donde reposa el tiempo.
Una prodigiosa trampa con la que la inteligencia
y la sensibilidad humana
vencieron esa condición efímera, fluyente,
que llevaba la experiencia del vivir
hacia la nada del olvido».
Los libros y la libertad, Emilio Lledó.

Podría escribir un millón de líneas (o más) tratando de explicar qué significan para mí los libros, el relevante papel que desempeñan en mi existencia diaria y bla bla bla... Sin embargo, sé que el resultado sería una parrafada cursi, repetitiva y quasi denunciable. Por lo tanto, me abstendré y solo mencionaré que, en mi mundo, libros, besos, sonrisas, caricias y gestos de amor cohabitan el espacio de lo importante, donde nace, crece y se expande la magia. Los libros me han brindado tantas oportunidades, tantas primeras veces. Algunos han cambiado en mí paradigmas que creía inamovibles y me han abierto los ojos a realidades imposibles a priori. Gracias a ellos me he enamorado (yo, que pensaba que lo de las mariposas en el estómago no era más que una hiperbólica y estúpida invención), he sentido que... Pero bueno, si he dicho que no me iba a poner cursi... Dejémoslo en que son mi hábitat natural, mi fortaleza inexpugnable, mi lugar en el mundo. Algo similar debe de ocurrirle a la zaragozana Irene Vallejo, doctora en Filología Clásica y autora de la obra que acabo de terminar. El extracto que encabeza esta entrada es uno de los seleccionados por la escritora como introducción, y uno de sus primeros aciertos.

No suelo frecuentar mucho el terreno del ensayo, pero El infinito en un junco (Siruela, 2019) –una obra que trata sobre la historia del libro y su evolución a lo largo del tiempo– era demasiada tentación para no abordarlo siquiera. En ella, Irene Vallejo elabora  un análisis crítico sobre la importancia del libro y su papel en la historia de la humanidad, y lo hace con detalle, pasión, un amplio bagaje de conocimientos sobre la Antigüedad y una extraordinaria documentación. La primera parte de El infinito en un junco está dedicada al papel fundamental que la Antigua Grecia desempeñó en la consolidación del libro como vehículo para retener y difundir el conocimiento. De manera especial, de ahí la preciosa metáfora del título, la autora señala el descubrimiento de los rollos de papiro como clave en el avance en la historia del libro. El papiro sustituyó a las rudimentarias las tablillas de arcilla,  pues era un material fino, ligero, flexible y relativamente sencillo de conseguir en Egipto, donde se instalaron el Museo y la Biblioteca de Alejandría, hermosas iniciativas de Alejandro Magno llevadas a la práctica por Ptolomeo (y sus homónimos sucesores) que convirtieron a la ciudad egipcia en el epicentro cultural de Oriente y Occidente, tanto por el número de letras almacenadas como por la presencia en el Museo de numerosos sabios que explotaron al máximo las posibilidades de sus respectivas ciencias. En Europa, donde el papiro era proclive a sufrir numerosos desperfectos por el frío y la humedad, fue sustituido por el pergamino, elaborado con pieles ovinas o bovinas. Conforme el libro fuera ganando entidad y empaque, surgirían las bibliotecas y las librerías (artesanales copisterías en origen), todavía de forma ocasional y marginal, pero con un protagonismo creciente que, en la época romana, a la que está dedicada la segunda parte, adquirirá importantes dimensiones para la difusión de las obras y  de la cultura en general (parece que también dieron un ligero empujoncito a la fama de los autores). Irene Vallejo describe el imparable proceso de democratización del libro con numerosos detalles, historias y anécdotas, desde el nacimiento de las ediciones de bolsillo a la proliferación de librerías, pasando por el auge de los códices, las bibliotecas públicas y la irrupción del bendito papel, facilitador del proceso de producción. El hilo de la narración no es en absoluto lineal. La autora a menudo recurre a las digresiones como ampliación de ciertos temas o para focalizar en historias secundarias, como la de Demetrio de Falero, el primer bibliotecario; o la desaparición de la Biblioteca de Alejandría; los numerosos casos de biblioclastia en la antigüedad, o el prestigio que tuvo en la educación de aquellas épocas el conocimiento de los autores griegos, sobre todo la obra homérica. Asimismo, la autora reflexiona sobre la importancia del libro como objeto cultural y su relación con la tecnología.

En El infinito en un junco, Irene Vallejo ofrece al lector un homenaje –repleto de emoción– a las palabras, al libro y a la cultura en general, narrado de forma elegante y exquisitamente literaria que huye de la árida rigidez, el academicismo y el tono argumentativo que suele caracterizar a las obras de investigación. Además de servirse de anécdotas, citas y referencias que tienden un sólido puente entre el presente del lector y el pasado del relato, incluye también algunas historias personales que añaden al libro un toque de cercanía y de memorialismo. Son tantas las cosas que se quedan fuera de este –ya demasiado largo– intento de pequeño resumen, que tendrán que aventurarse entre sus páginas para disfrutar de la obra en todo su esplendor. Adelante. No se arrepentirán.

domingo, 9 de abril de 2023

Las lágrimas de Kaiu, de Mónica Cueto y David Espada

Leer sobre un lugar en el que nunca hemos estado activa, sin lugar a dudas, nuestra imaginación. Hacerlo sobre un territorio fantástico no solo la activa, sino que la hace volar. Desplazarse mentalmente a un mundo imaginario, contemplar sus fortalezas, sus montañas escarpadas y sus paisajes repletos de color supone, para unos, un mero ejercicio intelectual. Para otros, entre los que me incluyo, es más un acto de amor incondicional, una necesidad imperiosa de confirmar que la magia existe más allá del recóndito enclave –accesible para pocos– donde la protegemos, cual llama olímpica, de la grisura, del tedio, de lo anodino y de lo ordinario. Estas mini-vacaciones he aprovechado para practicar algo de «turismo fantástico» y mis alas me han llevado hasta tierras de Ostrom, legendarium concebido y desarrollado a cuatro manos por Mónica Cueto y David Espada.

Las lágrimas de Kaiu, que vio la luz en 2021, es otro de los ejemplos que demuestran que la autopublicación (en este caso en Amazon) no está reñida con la corrección y la calidad literarias. Esta obra de fantasía épica –juvenil, es decir, para lectores de cualquier edad, insisto– es el inicio de una saga que se promete interesante y cautivadora llena de magia, de intrigas políticas que persiguen el poder y de personajes bien construidos que harán las delicias (y las angustias) de los lectores. Mónica Cueto y David Espada nos sitúan en el territorio de Ostrom, dividido en cinco reinos –Roresland, Reiver, Fivoria, Ashtia y Dekyria– que conviven en una relativa paz y armonía desde hace más de un siglo. En el prólogo, se nos narra la última batalla, acaecida cien años atrás, y se nos presenta a los Guerreros Legendarios, dejando la intriga y las ganas de saber más flotando en el aire. En el primer capítulo de la obra, ya se nos informa de los dos elementos de peso que van a regir el macrocontexto de la la trama. Por un lado, asistimos a un Año del Juicio, enigmático acontecimiento que se repite cada 56 años y que parece consistir en que determinados individuos –los señalados– contraen una misteriosa enfermedad que les depara o bien la muerte o bien la adquisición de unos dones excepcionales de naturaleza esotérica. La facción religiosa, por supuesto, tendrá algo que decir al respecto e intentará, para variar, subyugar a la población por la vía del miedo. Por otro lado, y también ya en el primer capítulo, seremos testigos de la muerte del rey Ulcaraz Cuthrane, soberano del reino de Roresland –el más fuerte, militarmente hablando, de los cinco reinos– que pondrá en riesgo la estabilidad política del territorio de Ostrom ante una inminente guerra de venganza. En este contexto irán apareciendo los personajes clave de la historia: Tae'sha, una joven dekyriana que se ve obligada a huir de su hogar para evitar una más que segura sentencia de muerte; Hargar, un herrero con un pasado misterioso que aborrece todo aquello que huela a militar; y Kardán, ex-miembro de una orden de asesinos cuyo objetivo último es encontrar a La Voz que asesinó a su familia. Los caminos de estos tres protagonistas se cruzarán entre sí y, junto a otros personajes secundarios, deberán hacer frente a la amenaza inminente que se cierne sobre sus vidas.

En Las lágrimas de Kaiu encontramos todos los elementos que hacen atractiva una novela de fantasía. Aventuras, magia, lucha, amistad, lealtad y, cómo no, su medida dosis de amor. Los autores manejan bien la tensión y la intriga, relajándola por momentos para que el lector pueda permitirse el lujo de respirar. Le añaden a la trama incluso un punto cómico protagonizado por unas curiosas criaturas fantásticas –los gorgim– cuya interacción provocará más de una sonrisa. Juegan muy bien con los personajes para que, aunque ausentes, nunca dejen de estar presentes. Y provocan, en general, la sensación que me confirma que algo me gusta: las ganas de más.

P.D. Gracias, Miguel, por tu insistencia prolongada en el tiempo (más de un año dándome la tabarra para que la leyera), por conocerme como nadie y por alimentar la llamita de magia que me hace ser quien soy.


domingo, 2 de abril de 2023

Astillas en la piel, de César Pérez Gellida

HORIZONTAL (SIETE LETRAS): Fragmento de superficie irregular, fino, alargado y puntiagudo, que se desprende de la madera, de un hueso, de un mineral, etc., o se forma en ellos, al partirlos o al romperse.

En el ámbito de la Física, los principios de la mecánica de fractura establecen la relación entre propiedades, niveles de tensión, presencia de defectos y mecanismos de propagación de grietas, con el objetivo de hallar hipótesis que expliquen la rotura de un objeto. Según la fuerza aplicada, la temperatura y la tenacidad del material, este se  fisurará en mayor o menor medida, se escindirá en partes, se hará añicos o será, directamente, pulverizado. Prueben ustedes a dejar caer al suelo un cuenco de loza o uno de aquellos míticos vasos de Duralex y podrán comprobar empíricamente cómo aplican esas leyes. Sin embargo, ¿podría alguien decirme qué principios rigen cuando se nos rompe el alma? Ningunos, será su respuesta lógica, puesto que el alma carece de sustancia definida. Será, entonces, cuestión de metafísica, porque el alma es susceptible de hacerse pedazos y, cuando esto sucede, se nos quedan adheridos a la piel ciertos fragmentos que los años no depuran. Invisibles pero latentes, pasan en décimas de segundo de la catalepsia forzosa a una catarsis dolorosa de consecuencias imprevisibles. Y como dice Álvaro Vázquez de Aro, uno de los protagonistas de la novela que acabo de terminar, «hay astillas que conviene no extraer jamás, estén clavadas donde estén».

Astillas en la piel, publicada por Suma de Letras (de Penguin, 2021), es el título y César Pérez Gellida el nombre del autor. Novela negra, sí, pero diferente. El asesinato del inicio es brutal, hay cierta dosis de investigación (lo menos relevante, al fin y al cabo), pero el corte de la lectura es profundamente psicológico. Tras el golpe de efecto inicial, Pérez Gellida sitúa al lector en la localidad vallisoletana de Urueña, en mitad de una cencellada de proporciones quasi-apocalípticas. En tales circunstancias nos presenta a Álvaro, afamado escritor de novela negra y residente en Madrid, que se ha desplazado unos cientos de kilómetros impelido por la súplica de un amigo de adolescencia, Mateo, crucigramista en bancarrota. El argumento será desgranado en dos líneas temporales y alternas en el relato. El personaje de Mateo –un Mateo de 13 años– narrará la línea del pasado, los sucesos que tuvieron lugar entre los años 1993 y 1994 en el Colegio San Nicolás de Bari, donde ambos amigos permanecían internos, y que exigen resarcimiento en la línea temporal del presente, contada por un Álvaro ya adulto que piensa, con este viaje, dar por saldada su deuda con Mateo. Un pasado traumático de abusos dolorosos y vergonzantes que desembocará en la vendetta de un presente trazada durante años y concretada en un plan que saldrá a pedir de boca hasta que el autor decide ponerlo patas arriba y dejar al lector con la boca abierta y los ojos como platos. No les cuento más. Tendrán que leerla si su curiosidad se ha visto de algún modo afectada.

En Astillas en la piel, César Pérez Gellida nos ofrece un plato que, en el menú de clasificaciones literarias, se encuadraría en la sección de género negro, pero con matices que lo hacen sustancialmente diferente. Su planteamiento, original. Su narración es sumamente visual y deja clara su maestría en el manejo de la intriga y su habilidad para cocinar una historia compleja de incertidumbre y a ratos locura, con giros argumentales insospechados que podrían aturdir al lector más avezado. Original también su encabezamiento de los capítulos a modo de definición de crucigrama. Una buena lectura, sí señor.








Aurora no se durmió, de Judith Romero

Cuando era pequeña me encantaba que me contaran cuentos. Mi madre me enseñó a leer muy pronto y comencé a leerlos a una velocida...