HORIZONTAL (SIETE LETRAS): Fragmento de superficie irregular, fino, alargado y puntiagudo, que se desprende de la madera, de un hueso, de un mineral, etc., o se forma en ellos, al partirlos o al romperse.
En el ámbito de la Física, los principios de la mecánica de fractura establecen la relación entre propiedades, niveles de tensión, presencia de defectos y mecanismos de propagación de grietas, con el objetivo de hallar hipótesis que expliquen la rotura de un objeto. Según la fuerza aplicada, la temperatura y la tenacidad del material, este se fisurará en mayor o menor medida, se escindirá en partes, se hará añicos o será, directamente, pulverizado. Prueben ustedes a dejar caer al suelo un cuenco de loza o uno de aquellos míticos vasos de Duralex y podrán comprobar empíricamente cómo aplican esas leyes. Sin embargo, ¿podría alguien decirme qué principios rigen cuando se nos rompe el alma? Ningunos, será su respuesta lógica, puesto que el alma carece de sustancia definida. Será, entonces, cuestión de metafísica, porque el alma es susceptible de hacerse pedazos y, cuando esto sucede, se nos quedan adheridos a la piel ciertos fragmentos que los años no depuran. Invisibles pero latentes, pasan en décimas de segundo de la catalepsia forzosa a una catarsis dolorosa de consecuencias imprevisibles. Y como dice Álvaro Vázquez de Aro, uno de los protagonistas de la novela que acabo de terminar, «hay astillas que conviene no extraer jamás, estén clavadas donde estén».
Astillas en la piel, publicada por Suma de Letras (de Penguin, 2021), es el título y César Pérez Gellida el nombre del autor. Novela negra, sí, pero diferente. El asesinato del inicio es brutal, hay cierta dosis de investigación (lo menos relevante, al fin y al cabo), pero el corte de la lectura es profundamente psicológico. Tras el golpe de efecto inicial, Pérez Gellida sitúa al lector en la localidad vallisoletana de Urueña, en mitad de una cencellada de proporciones quasi-apocalípticas. En tales circunstancias nos presenta a Álvaro, afamado escritor de novela negra y residente en Madrid, que se ha desplazado unos cientos de kilómetros impelido por la súplica de un amigo de adolescencia, Mateo, crucigramista en bancarrota. El argumento será desgranado en dos líneas temporales y alternas en el relato. El personaje de Mateo –un Mateo de 13 años– narrará la línea del pasado, los sucesos que tuvieron lugar entre los años 1993 y 1994 en el Colegio San Nicolás de Bari, donde ambos amigos permanecían internos, y que exigen resarcimiento en la línea temporal del presente, contada por un Álvaro ya adulto que piensa, con este viaje, dar por saldada su deuda con Mateo. Un pasado traumático de abusos dolorosos y vergonzantes que desembocará en la vendetta de un presente trazada durante años y concretada en un plan que saldrá a pedir de boca hasta que el autor decide ponerlo patas arriba y dejar al lector con la boca abierta y los ojos como platos. No les cuento más. Tendrán que leerla si su curiosidad se ha visto de algún modo afectada.
En Astillas en la piel, César Pérez Gellida nos ofrece un plato que, en el menú de clasificaciones literarias, se encuadraría en la sección de género negro, pero con matices que lo hacen sustancialmente diferente. Su planteamiento, original. Su narración es sumamente visual y deja clara su maestría en el manejo de la intriga y su habilidad para cocinar una historia compleja de incertidumbre y a ratos locura, con giros argumentales insospechados que podrían aturdir al lector más avezado. Original también su encabezamiento de los capítulos a modo de definición de crucigrama. Una buena lectura, sí señor.
Nunca extraerlas, para no olvidarlas. Nunca olvidarlas, para extraerlas.
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