Ayer, gracias al trasiego de libro para acá, libro para allá en que vivo estos últimos días llegó a mis manos un tesoro que no recordaba y que me hizo muchísima ilusión encontrar. Se trata de La Biblioteca: Memoria de la Humanidad, obra pergeñada y editada por D. Julián Alarcón (mi profesor de literatura de 3° de BUP) y D. Ignacio García (no fue profesor mío pero lo recuerdo, de cruzarnos en los pasillos, siempre con gesto amable y una sonrisa en la cara) donde se incluyeron textos de alumnos en relación a la temática de las bibliotecas y donde tuve el honor de participar con un pequeño escrito (no sabría cómo llamarlo, la verdad) sobre La Biblioteca de Babel, de Jorge Luis Borges. Fue publicado en el año 2000 aunque, si la memoria no me falla, yo debí de escribir el texto en algún momento del curso 1997-98. Que sensación tan extraña la de encontrarte a tu yo de 16 ó 17 años ya devota del mundo de las letras. Qué simplicidad, qué candor, qué idealismo, qué ingenuidad. Espero sean benevolentes y lean con indulgencia los deslices provocados por las carencias de la juventud. Ojalá pudiera mostrárselo como lo leen mis ojos y transmitirles la emoción que me provoca, pero es imposible. Por lo tanto, no me queda más que dejárselo en las siguientes líneas tal y como aparece publicado:
"LA BIBLIOTECA DE BABEL, Jorge L. Borges.
Borges es un autor que escribe de manera bastante difícil de comprender, utilizando, a veces, términos excesivamente cultos que no todo el mundo es capaz de asimilar, a no ser que tenga a mano un buen diccionario.
En este relato, Borges nos presenta el universo como una gran biblioteca, infinita, interminable.
Esta biblioteca está compuesta de galerías hexagonales, con vastos pozos de ventilación por en medio, cercados por barandas bajísimas. En esta biblioteca existen millones y millones de libros. Esos libros somos los seres humanos. Hay también un espejo y, al reflejarse todo sobre ese espejo, algunos piensan que la biblioteca –el universo– es infinita. La luz que la ilumina es insuficiente, incesante, como quizá son los conocimientos que poseen los hombres. Éstos peregrinan toda su existencia en busca de un libro, acaso al catálogo de los catálogos, que tal vez encierre todos los misterios de la vida y nos enseñe cómo vivirla. Pero esa búsqueda nunca consigue su fin: el hombre muere antes de saber realmente lo que es la existencia, a poca distancia del lugar –en esta biblioteca– donde nació.
La razón de que las salas sean hexagonales es porque la figura del hexágono es una forma necesaria del espacio absoluto, con número de lados par y con base de apoyo firme, lo que indica seguridad. Las barandas bajísimas que cercan los pozos encierran tal vez el significado de la intangibilidad de lo humano, que no puede encasillarse ni meterse dentro de unas absurdas barreras estereotipadas que no conducen más que a una absoluta pérdida de tiempo para el hombre. Éste posee una creatividad, una capacidad de parir ideas, seres imaginarios, como el dios que creó nuestra biblioteca.
Otro punto sobre el que trata el relato es de las posibles combinaciones de los símbolos ortográficos existentes.
Sobre el número de signos que él da, veinticinco, se podría conversar durante un buen rato –acaso hasta la eternidad–, pero lo cierto es que resultaría muy aburrido y monótono, y no llegaríamos a ninguna conclusión definitiva. Lo importante de esto es que en esas probables combinaciones radica la esencia del título de la narración La Biblioteca de Babel. Jugando con las distintas letras, símbolos y demás componentes de la ortografía universal, aparecen los variopintos idiomas, dialectos y formas de lenguaje del mundo. Por eso hay volúmenes y manuscritos de caligrafía incomprensible, desordenada y, a nuestro parecer, sin sentido. Pero en realidad todos lo tienen.
Otro de los temas de este corto –pero a la vez de infinita posibilidad de reflexión– relato es que no hay dos libros en la biblioteca que sean completamente iguales, como ocurre con los seres humanos. Por ello cada libro, al igual que cada hombre, tiene su importancia en el universo. No se deben hacer especulaciones ni estériles hipótesis, como durante siglos han llevado a cabo algunos fanáticos, sobre qué clase de libros o de personas son los mejores, y mucho menos pensar en la más remota posibilidad de prescindir de ellos. Cada obra y cada hombre tiene su propio contenido, su propia esencia, y eso es imprescindible para el conjunto del que forma parte.
Debe ser un orgullo para todos pertenecer a la biblioteca infinita, tener el don de la razón, el conocimiento y una cierta sabiduría, como los libros; éste es un tesoro que todos poseemos. Pero, no se sabe si por suerte o por desgracia, no está todo escrito en los libros. El origen del universo y del tiempo es algo que nunca quedará definitivamente aclarado y ésta precisamente será la ocupación in aeternum de cada ser humano que escribe su página en el libro de la Historia. Para dilucidar todo esto habría que recurrir a la figura del Hombre del Libro, el compendio perfecto de todos los demás hombres. Pero también resulta excesivamente dudosa su existencia, y habría que consultar cada libro y a cada hombre para averiguar dónde están y si realmente existen el completo honor, la sabiduría y la felicidad.
Para casi finalizar, habremos de decir que condición humana es errar y, como son humanos los que escriben los libros, éstos pueden ser imperfectos, incoherentes y, a veces, contener disparidades incontables. Borges alude también a que los libros son la mayor parte de las veces mal utilizados por los jóvenes, que se los estudian y se los aprenden sin saber siquiera descifrar su significado.
Y ya por último, volviendo al punto que anteriormente hemos tratado, sobre si todo está escrito en los libros, ¿no sería preocupante y quizá amedrentador el que lo estuviera? ¿No constituiría nuestro destino reflejado sobre un papel una sombra fantasmal que nos perseguiría, impidiéndonos disfrutar de las cosas buenas de nuestra condición humana? Pues, por eso, ¡ánimo, a leer, para intentar solucionar tanto enigma!
Aurora Carrillo García, 3º B"