Las palabras no son bebidas por el
viento, es una mentira aquello de que las palabras son polvo, ojalá
lo fuesen, así yo no haría ahora plegarias de loca inminente que
sueña con súbitas desapariciones, migraciones, invisibilidades.
Es indudable que Alejandra Pizarnik es
una fiel devota del lenguaje, de su poder, de su capacidad
transgresora para darle nombre a la realidad y subvertirla. Bucea
permanentemente en las aguas de una «escritura densa y llena de
peligros a causa de su diafanidad excesiva». En la obra que nos
ocupa, Prosa completa (Lumen, 2015), se nos ofrece por vez
primera una recopilación de todos los textos en prosa de la autora
argentina, muchos de ellos inéditos, estructurados en cinco
apartados: relatos, humor, teatro, artículos y ensayos y, por
último, prólogos y reportajes. En los primeros tres apartados el
lector encontrará, inevitablemente, correspondencias entre la prosa
y la obra poética de la autora. Por un lado, hallará elementos y
motivos recurrentes entre ambas: jardines, bosques, jaulas, pájaros,
barcos, mares, espejos, la palabra, el silencio, la infancia, la
muerte... Por otro lado, descubrirá sin mucho esfuerzo la simbología
de los colores y la plasticidad visual característicamente
pizarkianas. Asimismo, percibirá los sentimientos de soledad,
melancolía y aislamiento que impregnan cada una de las letras de
Alejandra.
En la sección de relatos, dotados en
su gran mayoría de un inequívoco cariz poético y bastante cercanos
a los textos de sus diarios, Alejandra Pizarnik yuxtapone y superpone
cuadros de una hermosura extraña, alitera con frecuencia
musicalidades reveladoras o nos asombra con versos surrealistas que
no pierden un ápice de frescura (“Cuando estalla el aro de fuego
verde vivamente abrazado al aro de fuego azul”; “Yo intento
evocar la lluvia o el llanto”). Los relatos protagonizados por la
niña, la muerte y la muñeca (caracteres bastante recurrentes), como
“Devoción”, “La muñeca abrió los ojos” y “A tiempo y no”
son de una belleza mágica. A pie de página se nos informa de que el
texto titulado “A tiempo y no” se escribió con la idea de
integrarlo en un libro que Pizarnik tenía la intención de escribir
como homenaje a Alicia en el país de las maravillas,
obra admirada profundamente por la argentina. Esa devoción por la
historia de L. Carroll centra también la narración de “El hombre
del antifaz azul” donde, en lugar del célebre conejo blanco, un
hombrecillo con antifaz azul va de un lado a otro exclamando: “Los
años pasan, voy a llegar tarde”, mientras consulta la hora en una
pistola en vez de en un reloj de bolsillo. “Las uniones posibles”
es un texto bellísimo, posiblemente uno de los más bellos y
desconcertantes que haya escrito la autora: “Amor mío, dentro de
las manos y de los ojos y del sexo bulle la más fiera nostalgia de
ángeles, dentro de los gemidos y de los gritos hay un querer lo otro
que no es otro, que no es nada”.
En cuanto al
apartado de los textos de humor, lo he encontrado insufrible. En
ellos todo es exploración, innovación lingüística e intención
transgresora. Sus personajes son pura y exclusivamente verbales y
carecen de entidad fuera del lenguaje mismo, lo que los convierte en
grotescos y absurdos hasta el extremo. Si bien es cierto que el motor
de la escritura de Pizarnik es exaltar los poderes del lenguaje, la
escritura de estos textos es tan idiosincrática que roza los límites
de lo críptico. Consiste básicamente en un vapuleo explícito del
lenguaje convencional con tintes de orgía anagramática y produce
aburrimiento como mínimo, cuando no enfado por la pérdida de
tiempo. Personalmente, no entiendo el humor de Pizarnik (solo he
sonreído en un par de ocasiones, como por ejemplo cuando escrible
“no hay pan que por miel no venga”) y el esfuerzo de intentar
descifrarlos (sin resultado) ha sido demasiado costoso. Eso sí, son
tremendamente eróticos. Lo único que he logrado comprender de estos
textos han sido las alusiones (veladas o sin velar) a genitales,
culos y tetas.
La tercera parte de
la obra la constituye la única pieza de teatro que escribió
Alejandra, titulada “Los perturbados entre lilas”, y podría
encuadrarse, sin mayor pena ni gloria, dentro del denominado teatro
del absurdo. En ella no queda más remedio que observar un permanente
cuestionamiento del lenguaje como medio de comunicación (de una
forma cansina, muy cansina) y la búsqueda de una trascendencia en
ocasiones cargante hasta decir basta.
Los artículos y
ensayos son más interesantes, dado el tono nostálgico y poético
con el que la autora se acerca a las obras literarias de otros
escritores, en su mayoría argentinos: Cortázar, Octavio Paz, André
Breton, H. Bustos Domecq (pseudónimo del compendio Borges-Bioy
Casares). Escribe sobre ellos desde su punto de vista de creadora,
por lo que estos textos resultan una enriquecedora fuente de luz
sobre la propia escritura de la argentina. Quizá los más
interesantes de entre estos sean los dedicados a Bustos Domecq y,
especialmente, a Cortázar (una entiende mejor ahora esa complicidad
entre Pizarnik y Cortázar, el hecho de que ella se identificase con
la Maga de Rayuela, y las palabras que Julio le dedica en una de sus
últimas cartas, que Pizarnik leyó pocos días antes de morir:
“Escribíme, coño, y perdoná el tono, pero con qué ganas te
bajaría el slip (¿rosa o verde?) para darte una paliza de esas que
dicen te quiero a cada chicotazo”). Pero claro, los dioses son los
dioses y siempre son interesantes.
Por último, las
entrevistas y reportajes que Pizarnik escribió para varias revistas,
si bien no tienen, a mi gusto, excesivo valor literario, sí
poseerían cierto valor histórico (ciertamente relacionado con la
causa feminista y el sentir de una mujer-escritora de su época) y,
sobre todo, filosófico:
“¿no
sería mejor transformar la vida en poesía que hacer poesía con la
vida?”
“Ojalá
pudiera vivir solamente en éxtasis, haciendo el cuerpo del poema con
mi cuerpo, rescatando cada frase con mis días y mis semanas,
infundiéndole al poema mi soplo a medida que cada letra de cada
palabra haya sido sacrificada en las ceremonias del vivir”.
En definitiva, una
lectura que se ha quedado muy por debajo de mis expectativas
(demasiado altas por haber leído en primer lugar sus diarios y su
poesía). Una lectura que, exceptuando el apartado de relatos y los
textos sobre Cortázar y Bustos Domecq, solo me ha provocado
aburrimiento, irritación, y la sensación de haber perdido el
tiempo. Bastante decepcionante, pero no podía ser de otra manera en
una semana en que la decepción parece ser la protagonista una vez
más.