Tenemos luz para comer el pan
y estamos juntos y damos las gracias.
Es de bien nacido ser agradecido, y por lo tanto, qué mejor manera de comenzar a hablar de Luz para comer el pan (Ediciones Vitruvio, 2002) que dando las gracias a Pascual García, su autor, por haberme regalado la luz de su poesía, quizá no para comer el pan, pero sí para iluminar la penumbra de unos días un tanto extraños. Leer sus versos es mucho más que disfrutar de la lectura. Es perderse por su hermoso paisaje interior y percibir el aroma de los jazmines, el aire fresco de la sierra, la suave fragancia del mar el calma y la leña de un hogar que caldea el espíritu aun en medio de la peor tormenta.
En Luz para comer el pan, Pascual García comienza agradeciendo a la vida por los dones del presente: «Tenemos el pan y el sueño, la vida/ está aquí con nosotros, en el mar/ y en la ventisca de nieve, y en la rosa./ Este es el día de los dones. Gracias/ por todo...» ("El día de los dones"). Carpe diem porque tempus fugit y un día nos hallaremos «llenos del tiempo/ que ya no poseemos,/ porque se nos ha ido así de pronto,/ huido entre las manos y disuelto/ en las lágrimas y en los besos de humo/ que no dimos a nadie.» ("Viaje a este lado del mundo") y nada nos quedará «excepto la memoria, manos/ de niebla en el espacio de la ruina,/ y palabras de humo...» Para protegerse de "Tanta sombra" y del "Dolor del tiempo", Pascual García se refugia en el sabor agridulce del amor: «Porque el amor tiene caminos dulces/ y sendas de piedra y dolor y espinas» ("Todo el amor") y sitúa a este "En el centro del mundo". En "Barro en las manos" recuerda a los héroes de su infancia, a quienes «la fatiga les duerme los ojos de greda y sueño.» La luz de agosto, el fuego conciliador, la ternura de un recién nacido en el hogar, la pasión arrolladora de los amantes... constituyen parte de la prodigiosa ofrenda que Pascual le brinda al lector con su lenguaje y su magia de poeta de raza.
Y, como en la mayoría de ocasiones, siempre hay unos versos que se me quedan enganchados en algún rincón del alma. Pertenecen al poema "Locus amoenus", y con ellos me despido:
En alguna parte del cielo existe
un territorio para guardar sueños,
un país de mentira donde pasan
las cosas importantes cada noche,
un pedazo de mundo reservado
para nosotros dos que no supimos
estar el uno con el otro siempre...
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