Esta tarde un poeta
cualquiera, un hombre anónimo
apunta vuestros gestos y recuerda
las voces broncas, el andar pausado,
la verdad sencilla y torpe de vuestras palabras]
junto al fuego, en las noches de invierno.
Y os evoca en silencio.
Ni poeta cualquiera ni anónimo, sino una de las plumas más bellas que ha dado la literatura de nuestra tierra murciana, Pascual García vuelve a encantarme con sus versos en La fatiga y los besos (Ediciones Vitruvio, 2013). En este hermoso poemario, y con un tono similar al que usaría posteriormente en Trabajan con las manos, el autor evoca con su verbo poderoso y brillante, su estilo preciso y elegante, y su música pura y honesta, la vida de los humildes siervos de la tierra, de los jornaleros, de losque viven condenados a «un trabajo de hambre y de miseria» por «unos pocos billetes muy usados». Probablemente se nutra de sus recuerdos de infancia y juventud, de esa memoria en la que se refugia para resarcirse de los agravios de la batalla perdida contra el tiempo.
Contrapone en sus líneas la fatiga diaria del trabajo y las noches de amor y de besos. Nos habla de las miserias de la ardua existencia en el tajo de sol a sol, del tiempo vendimiando «las vides evangélicas/ de un país extraño al que viajamos/ en busca de otro pan y de otro vino» (junto a su familia, pasó alguna temporada de vendimia en Francia), del clima inmisericorde, de los domingos de descanso y de la liturgia familiar que los reúne a todos en torno a una mesa para compartir lo más sagrado, el pan, el amor y la vida.
Sus preciosos versos dan forma al paisaje agridulce de su memoria, repleta de sabores humildes (el vino, las patatas, las migas de pastor), de aromas inolvidables (el humo, la sierra, la harina tostándose), de colores verdes, ocres y terrosos, de los sonidos del viento, de los árboles y del crepitar de la sartén en el fuego. Con imágenes de una dureza desoladora: «Polvo y sudor y sal/ reseca la piel les mana y sangre/ en ocasiones de las manos rotas.» ("Pasan sed"). Con imágenes hermosas y dulces como la miel:
De noche besan y tocan y gimen,
sobre la piel de los otros, gozosos
de merecer el premio de las manos
que acarician, de las bocas que sellan
el placer, de los sexos que cierran
el río del tiempo, y son de pronto
el edén en la tierra, su ventura.
Un poemario magnífico donde, como en otras ocasiones, Pascual García utiliza los cuatro elementos como fuente inagotable de su poesía. El agua escasa en el tajo y soñada como «el océano poderoso, los ríos largos, fuentes de niebla en la demencia de la sed.» La tierra, «la que nos niega el pan, pero nos da/ el trabajo, el sudor y la esperanza.» El fuego «de leña y de leyendas», y el aire «que entra en la boca y es tan puro/ que duele respirarlo muy deprisa.»
Y la luz, «la luz tenebrosa de las ascuas», la que marca el inicio y el final del jornal, y la que entra «por la ventana abierta como una joya». La luz y la verdad de Pascual, inigualables.
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