Cuando se dispone de poquito tiempo para leer por placer (mil veces ay), se agradecen enormemente los minutos invertidos en la narrativa de Manuel Moyano. Como escritor, es perfecto sin posibilidad alguna de discusión y, como narrador, el adjetivo fabuloso se le queda corto. Todo en sus páginas se conjuga para convertir los ratitos de lectura en momentos de puro vicio.
Tras los magníficos cuentos de El amigo de Kafka, Moyano continúa sorprendiéndome con los de El oro celeste (Xordica, 2003), una colección donde el autor explota las posibilidades de la verosimilitud dándole a la realidad otra vuelca de tuerca o alterando el molde de la fantasía de tal manera que encaja perfectamente en los márgenes de la cotidianeidad. Los relatos de El oro celeste se presentan a los ojos del lector barnizadas de humor, de un humor negro, del humor absurdo que asoma cuando se exploran los límites del mundo tal y como lo conocemos. Sin embargo, cuando uno rasca el barniz humorístico, descubre que las historias son trágicas, melancólicas, y que quizá sea la soledad el personaje común en todas ellas. Quizá el relato que mejor ilustre este profundo sentimiento de soledad sea el del astronauta que, debido a un imprevisto, queda atrapado en Marte y se aferra al amor que ha dejado en la Tierra como a un clavo ardiendo ("El Hombre de Marte"). O el del filólogo que intenta convencer al mundo de que ha descubierto una obra inédita de Aristófanes y acaba muriendo en la miseria más sangrante y abandonado por todos ("El espíritu del griego"). O en la voz triste del títere que confiesa al lector su aversión a la mediocridad del papel que le ha tocado en suerte ("Monólogo del títere").
"El extraño caso del Señor Valbuena" nos trae inevitablemente a la memoria al Valdemar de Poe y el Wakefield hawthorniano. En "Un pintor de Viena" encontramos sin duda la huella de Borges (¡qué adjetivos!) y a un hipotético Hitler con sueños, por desgracia, más que reales. "El oro celeste" y "Querida Sharon" son, simplemente, deliciosos.
En definitiva, una colección de cuentos sorprendentes, breves y manejabilísimos, narrados con la meticulosidad y la precisión de la maquinaria de un reloj suizo. Recomendables 1000% (no, no es un error, son tres ceros).
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