Que tú eres poesía,
solo lo sabemos nosotros dos.
Nada importa que ellos
digan que eres narrativa,
ensayo o teatro.
Qué sabrán ellos de literatura.
¿Acaso conocen de tus besos?
Estas preciosas líneas pertenecen a “Poesía”, uno de los poemas que integran Los sueños cotidianos, el segundo poemario de José Cantabella, que vio la luz en 2011 bajo el sello de Azarbe.
El primer poema del volumen, “Escribidores”, es ya toda una declaración de principios: «El que se sienta poeta/ que escriba el primer verso:/ su primer poema./ Y si nada en el mundo se inmutara,/ que entonces lea,/ lea,/ lea...». El interés de Cantabella por la lectura queda claro y, la consideración de esta como un requisito para obtener el poema deseado, también. En “Es-critor-es” vuelve a hablarnos sobre lo difícil de la creación y la escritura (él no se considera poeta) y en “Éxito” confiesa con humildad los esfuerzos de superación y su alegría ante (a sus ojos) sus modestos logros: «...he llegado yo/ mucho más allá/ de lo soñado./ Por ello/ doy las gracias»
Los sueños cotidianos, como lo que hasta ahora he tenido la oportunidad de leer de este autor, es una obra sobre la vida, donde los recuerdos y el amor (y el erotismo), las anécdotas y las experiencias se entremezclan de forma magnífica con atractivos juegos de palabras que llenan los ojos lectores de versos sencillos y hermosos. La muerte, como parte de la vida, tiene también cabida entre sus líneas, concreta y explícitamente en “Si es que algún día muero”, una de las piezas más bellas del poemario, donde la voz del poeta vuelve a la naturaleza y a sus orígenes: «Búscame allí,/ en aquel humilde lugar que un día/ fue mi casa,/ donde mi padre plantó/ aquellos árboles». En “Las gredas de Bolnuevo” y “La aurora” podrá el lector apreciar cierta melancolía por el paso del tiempo que todo lo hace desaparecer. En otras ocasiones, es el humor el que sazona sus versos, como en “Jonás”: «De ti ya nada creemos, Jonás,/ pero gracias te damos/ por inventar la literatura fantástica», o incluso en su reinterpretación de “Blancanieves”.
“La Cala de Calnegre”, “De amores”, “Lonja del amor”, “Obama y tú” y algunos otros poemas de la obra versan en torno al amor, pero este elemento adquiere especial intensidad en “El infierno tan querido”: «... y nos besamos, como solo nosotros/ sabemos besarnos». Sin embargo, son los versos de “Amantes prohibidos, prohibidos amantes” los que quizá más me hayan impactado de todo el poemario. En ellos, el poeta nos traslada su observación de una pareja que, en otro tiempo enamorada, «ya no esconden el fuego/ que les ardía bajo el pecho» pues «ya se apagó la hoguera» y ahora «ni siquiera se miran». «¿Cómo puede, el amor, ignorar su pasado?», se pregunta el observador, probablemente incrédulo.
No me queda más que invitarles a disfrutar de la lectura de una obra en la que, una vez más, José Cantabella contempla el mundo con ojos atentos, limpios y serenos, y nos lo regala en versos que susurran a gritos su sencillez y su belleza.
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