viernes, 19 de marzo de 2021

Cuando tomábamos café, José Carlos Sanchez


 Huyamos del mundo que no nos comprende,

que nos mira y murmura por la espalda... 


Hay obras que atrapan al lector prácticamente desde la primera página y, sin lugar a dudas, Cuando tomábamos café (Raspabook, 2019), de José Carlos Sánchez, es una de ellas. Escrita de forma asequible, dinámica y llena de sensibilidad, y habitada por personajes inolvidables, unos por entrañables y otros por absolutamente despreciables, esta novela constituye, como reza la solapa de la contraportada, "un canto a la libertad hasta las últimas consecuencias".


"Me llamo Sol Pizarro. Igual mi nombre te suena porque enseñó a cocinar en un programa de televisión. Lo que no sabes es que hace tiempo me llamaban Pepita. Llegué a Madrid a mediados de septiembre de 1969...". Así comienza el primer capítulo de Cuando tomábamos café, con la voz en primera persona de Pepita (cuyo verdadero nombre es Sol y a la que el lector cogerá cariño casi desde el primer párrafo) que, alternándose con la de un narrador omnisciente que hará trizas la mullida nube de inocencia en la que vive nuestra chica de pueblo, nos relatará durante algo más de 500 páginas una historia encuadrada en el Madrid de la última etapa del franquismo, una historia de luchas por la libertad, de sueños, de amor(es), de maquinaciones políticas y de la más vil codicia humana, elementos que convergen en torno a un café centenario que fue testigo del idealismo social y la revolución cultural que ya habían germinado en aquella época en las calles de la capital española.


El lector será testigo del crecimiento de Pepita como mujer y como persona, de la vida, inusual en aquella época, de Margarita y Constanza Martos, del desgraciado triángulo amoroso de esta última con Carlos Correas y Adela de la Maza, de los comienzos periodísticos de Pepín, de las maniobras de Adolfo de la Gándara para aumentar sus cuotas de poder, y de muchas otras vivencias que le harán, como mínimo, reflexionar y preguntarse cuánto hemos avanzado desde aquellos tiempos en algunos aspectos.


Destacaría sobre todo la exquisita contextualización (fruto, probablemente, de un proceso exhaustivo de documentación histórica del autor) de la novela, el eficaz engranaje de tramas y subtramas que mantiene la tensión de forma permanente durante todo el relato, la sensibilidad con la que el escritor narra vivencias y sentimientos en momentos convulsos en muchos sentidos y la contundencia con la que plantea la verdadera reivindicación feminista:


"Estoy cansada de que todo el mundo piense que puede aprovecharse o hacer con nosotras lo que quiera porque somos mujeres. Eso se acabó" (p. 155)


Lectura muy recomendable que me ha hecho desear poder robarle horas al sueño para sumergirme entre sus páginas.



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