sábado, 13 de marzo de 2021

Prosa completa, Alejandra Pizarnik

Las palabras no son bebidas por el viento, es una mentira aquello de que las palabras son polvo, ojalá lo fuesen, así yo no haría ahora plegarias de loca inminente que sueña con súbitas desapariciones, migraciones, invisibilidades.

Es indudable que Alejandra Pizarnik es una fiel devota del lenguaje, de su poder, de su capacidad transgresora para darle nombre a la realidad y subvertirla. Bucea permanentemente en las aguas de una «escritura densa y llena de peligros a causa de su diafanidad excesiva». En la obra que nos ocupa, Prosa completa (Lumen, 2015), se nos ofrece por vez primera una recopilación de todos los textos en prosa de la autora argentina, muchos de ellos inéditos, estructurados en cinco apartados: relatos, humor, teatro, artículos y ensayos y, por último, prólogos y reportajes. En los primeros tres apartados el lector encontrará, inevitablemente, correspondencias entre la prosa y la obra poética de la autora. Por un lado, hallará elementos y motivos recurrentes entre ambas: jardines, bosques, jaulas, pájaros, barcos, mares, espejos, la palabra, el silencio, la infancia, la muerte... Por otro lado, descubrirá sin mucho esfuerzo la simbología de los colores y la plasticidad visual característicamente pizarkianas. Asimismo, percibirá los sentimientos de soledad, melancolía y aislamiento que impregnan cada una de las letras de Alejandra.

En la sección de relatos, dotados en su gran mayoría de un inequívoco cariz poético y bastante cercanos a los textos de sus diarios, Alejandra Pizarnik yuxtapone y superpone cuadros de una hermosura extraña, alitera con frecuencia musicalidades reveladoras o nos asombra con versos surrealistas que no pierden un ápice de frescura (“Cuando estalla el aro de fuego verde vivamente abrazado al aro de fuego azul”; “Yo intento evocar la lluvia o el llanto”). Los relatos protagonizados por la niña, la muerte y la muñeca (caracteres bastante recurrentes), como “Devoción”, “La muñeca abrió los ojos” y “A tiempo y no” son de una belleza mágica. A pie de página se nos informa de que el texto titulado “A tiempo y no” se escribió con la idea de integrarlo en un libro que Pizarnik tenía la intención de escribir como homenaje a Alicia en el país de las maravillas, obra admirada profundamente por la argentina. Esa devoción por la historia de L. Carroll centra también la narración de “El hombre del antifaz azul” donde, en lugar del célebre conejo blanco, un hombrecillo con antifaz azul va de un lado a otro exclamando: “Los años pasan, voy a llegar tarde”, mientras consulta la hora en una pistola en vez de en un reloj de bolsillo. “Las uniones posibles” es un texto bellísimo, posiblemente uno de los más bellos y desconcertantes que haya escrito la autora: “Amor mío, dentro de las manos y de los ojos y del sexo bulle la más fiera nostalgia de ángeles, dentro de los gemidos y de los gritos hay un querer lo otro que no es otro, que no es nada”.

En cuanto al apartado de los textos de humor, lo he encontrado insufrible. En ellos todo es exploración, innovación lingüística e intención transgresora. Sus personajes son pura y exclusivamente verbales y carecen de entidad fuera del lenguaje mismo, lo que los convierte en grotescos y absurdos hasta el extremo. Si bien es cierto que el motor de la escritura de Pizarnik es exaltar los poderes del lenguaje, la escritura de estos textos es tan idiosincrática que roza los límites de lo críptico. Consiste básicamente en un vapuleo explícito del lenguaje convencional con tintes de orgía anagramática y produce aburrimiento como mínimo, cuando no enfado por la pérdida de tiempo. Personalmente, no entiendo el humor de Pizarnik (solo he sonreído en un par de ocasiones, como por ejemplo cuando escrible “no hay pan que por miel no venga”) y el esfuerzo de intentar descifrarlos (sin resultado) ha sido demasiado costoso. Eso sí, son tremendamente eróticos. Lo único que he logrado comprender de estos textos han sido las alusiones (veladas o sin velar) a genitales, culos y tetas.

La tercera parte de la obra la constituye la única pieza de teatro que escribió Alejandra, titulada “Los perturbados entre lilas”, y podría encuadrarse, sin mayor pena ni gloria, dentro del denominado teatro del absurdo. En ella no queda más remedio que observar un permanente cuestionamiento del lenguaje como medio de comunicación (de una forma cansina, muy cansina) y la búsqueda de una trascendencia en ocasiones cargante hasta decir basta.

Los artículos y ensayos son más interesantes, dado el tono nostálgico y poético con el que la autora se acerca a las obras literarias de otros escritores, en su mayoría argentinos: Cortázar, Octavio Paz, André Breton, H. Bustos Domecq (pseudónimo del compendio Borges-Bioy Casares). Escribe sobre ellos desde su punto de vista de creadora, por lo que estos textos resultan una enriquecedora fuente de luz sobre la propia escritura de la argentina. Quizá los más interesantes de entre estos sean los dedicados a Bustos Domecq y, especialmente, a Cortázar (una entiende mejor ahora esa complicidad entre Pizarnik y Cortázar, el hecho de que ella se identificase con la Maga de Rayuela, y las palabras que Julio le dedica en una de sus últimas cartas, que Pizarnik leyó pocos días antes de morir: “Escribíme, coño, y perdoná el tono, pero con qué ganas te bajaría el slip (¿rosa o verde?) para darte una paliza de esas que dicen te quiero a cada chicotazo”). Pero claro, los dioses son los dioses y siempre son interesantes.

Por último, las entrevistas y reportajes que Pizarnik escribió para varias revistas, si bien no tienen, a mi gusto, excesivo valor literario, sí poseerían cierto valor histórico (ciertamente relacionado con la causa feminista y el sentir de una mujer-escritora de su época) y, sobre todo, filosófico:

¿no sería mejor transformar la vida en poesía que hacer poesía con la vida?”

Ojalá pudiera vivir solamente en éxtasis, haciendo el cuerpo del poema con mi cuerpo, rescatando cada frase con mis días y mis semanas, infundiéndole al poema mi soplo a medida que cada letra de cada palabra haya sido sacrificada en las ceremonias del vivir”.

En definitiva, una lectura que se ha quedado muy por debajo de mis expectativas (demasiado altas por haber leído en primer lugar sus diarios y su poesía). Una lectura que, exceptuando el apartado de relatos y los textos sobre Cortázar y Bustos Domecq, solo me ha provocado aburrimiento, irritación, y la sensación de haber perdido el tiempo. Bastante decepcionante, pero no podía ser de otra manera en una semana en que la decepción parece ser la protagonista una vez más.

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