martes, 5 de enero de 2021

Amores que matan, de José Cantabella


 

Escribir es el arte de arrancar los demonios de adentro.

Comienzo con una de las frases que se me ha quedado enganchada en el pensamiento desde que he acabado de leer Amores que matan (Nausícaa, 2002), primera obra publicada de José Cantabella. A ciertos versos de este autor llegué de manera poco ortodoxa; no confesaré cómo, pues hasta mi yo más descarada se sonroja, pero sí diré que fue la entrevista que Pascual García transcribe en Palabras y café con escritores la que me incitó a buscarlo y leerlo con detenimiento.

Una enigmática niña que pasea por el cementerio durante el entierro de un escritor. La angustia de saber que “no siempre es buen momento para abrir una puerta”. La dramática dicotomía entre el hombre y el escritor en las frías tardes de un invierno gris. Un intento de exorcismo literario. El nacimiento de una terrorífica nueva especie: los Literators (sátira en modo on: “no son tan leídos como sospechábamos”, p. 26).Un idílico regreso a la infancia rememorando los ojos de una hermana de imaginación desbordante. El revelador recorrido de un individuo desde su casa hacia una cena de amigos. El momento mágico en el que se toma la foto de una hermosa mujer a principios del s. XX. El placer erótico que en ocasiones proporciona la lectura. La literatura y el “látigo sigiloso” de las palabras como armas contra la mediocridad. La bizarra historia de amor entre un hombre y un cajero automático (dedicada al enorme Pascual García). Un encuentro onírico con el gran Cortázar. El inaudito cuento sobre la enfermedad del amor. Las tribulaciones de un aburrido oficinista mientras devora la sección de contactos de un periódico. Un programa de libros con alas de plata (dedicado a un lector sublime) que no encuentra su hueco en la parrilla televisiva. Conferencias saboteadas por un Grupo de importantísimos elegidos. El editor que espera en su despacho a que un joven escritor le entregue el manuscrito original de su primera novela. Una familia que, rauda, presta su ayuda para salvar el decoro de un escritor. Un vampiro que, inopinadamente, descubre su condición y decide disfrutarla. Conocer a alguien en otra vida. Una mujer que se masturba en su salita viendo películas pornográficas. Y “un niño que no quiere y se niega de por vida a crecer”.

Veintidós relatos que ponen de relieve el incuestionable amor de José Cantabella por la literatura, a la que llegó de forma tardía pero que lo acogió con los brazos abiertos. Veintidós cuentos exentos de artificio donde se percibe la humildad de un autor que admira sinceramente a otros autores de la talla de Eloy Sánchez Rosillo, Pascual García, Rubén Castillo, y el enorme Cortázar. Páginas donde el mundo exterior y los sucesos que en él acaecen pierden importancia (“como si eso tuviera la menor importancia”, repite varias veces el escritor a lo largo de la obra) frente al grandioso poder de la imaginación mientras el narrador mezcla “indisolublemente lo real con lo fantástico”. Historias y personajes que se mueven rozando los márgenes de la irrealidad, del vértigo, envueltos en un aura de enigma irresoluble. Ironía, sarcasmo y erotismo exento de vulgaridad. Lecturas, en definitiva, interesantes.

Os dejo algunos de los fragmentos que coleccionaré en mi álbum:

“una ciudad olvidada llamada Recuerdo” (p. 17)

“Escribir es atar el tiempo.” (p. 21)

“Escribir es arrancar la vida rota.” (p. 22)

“... me preguntaba quién puede dominar los sonidos que oímos a través de la lectura, las músicas tan sonoras que hacen sentirnos irremisiblemente sometidos a los múltiples placeres que seguían invadiéndome...” (p. 45)

“... las papilas se enriquecían con los giros lujuriosos de la escritura...” (p. 45)

“... para acabar por fin de no entender a través de las palabras innecesarias.” (p. 59)

“... lo esencial es precisamente lo que se fuga.” (p. 61)




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