Hace unos días, en Estamos Leyendo Blog, publicaron una interesante entrevista en torno al thriller y la entrevistadora hizo una pregunta que me tuvo un rato pensando: ¿cuáles son los tres elementos clave necesarios para un buen thriller? El entrevistado (un señor con bastante más experiencia y solera que yo en la lectura de este género) mencionó en primer lugar la tensión y el hecho de que la historia te enganche. ¿Estoy de acuerdo? Por supuesto, y una de las mejores armas para conseguir ambos es iniciar la novela de una forma tan potente que empuje al lector a seguir para averiguar qué es lo que el autor le quiere contar, qué se esconde tras el impacto de la primera escena. En la novela que acabo de terminar ocurre justamente así.
El día que se perdió la cordura (Suma Editorial, 2018), de Javier Castillo, comienza de un modo absolutamente turbador. La noche anterior al día de Navidad, un hombre completamente desnudo y ensangrentado aparece por las calles de Boston portando la cabeza decapitada de una joven (no me negaréis que ya es motivo suficiente para quedarse pegado a las páginas y descubrir qué ha pasado). El hombre es detenido por la policía, se niega a soltar prenda de lo ocurrido y es internado en el centro psiquiátrico de la ciudad donde su salud mental deberá ser evaludada por el prestigioso Dr. Jenkins, que contará con la ayuda de la especialista en perfiles del FBI Stella Hyden. No han conseguido sacarle una palabra al "prisionero" cuando llega a las instalaciones una misteriosa caja a nombre del Dr. Jenkins que colocará a la agente Hyden al frente del interrogatorio y los embarcará a los tres en una investigación que los hará viajar diecisiete años atrás en el tiempo y volver al lugar donde comenzó todo. Intriga, ¿verdad? Pues a leerlo...
Aunque hay ciertos detalles que yo puliría un poco más, reconozco que la novela ha conseguido atraparme desde el inicio. En El día que se perdió la cordura se desarrollan tres tramas en paralelo en tres tiempos distintos. Una de ellas es con la que da comienzo el libro, otra narra lo que sucedió la noche anterior a ese acontecimiento, y la tercera nos remonta al año 1996 en Salt Lake, el origen de todo. Javier Castillo irá intercalando estas tres tramas a golpe de capítulo corto (encabezado por fecha y lugar, para que el lector no se pierda) con un lenguaje muy directo y con abundantes diálogos, logrando así una lectura ágil y fluida. Una lectura entretenida que me ha dejado con ganas de saber más.
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