Lluvia y amor son hijos de la misma madre. Ambos son melancolía. Ambos son inevitables. Ambos pueden calarnos hasta los huesos en el momento y el modo más inesperados. La diferencia es que del segundo no hay paraguas ni techo que nos proteja. Nada como disfrutar de una apacible tarde de lluvia tras los cristales, o dejar que nos moje y sonreír dando gracias por el regalo. Pero, ¿y si la tormenta es tan cruel y devastadora que arrasa con todo? ¿Y si acaso llueve donde algún dios prohibió que el cielo se derramara? ¿Sabéis lo que es amar a quien no debéis? ¿Sabéis lo que se siente al tenerlo/a cerca y no poder tocarlo/a? Duelen los besos huérfanos y las manos vacías como duele la tierra seca. ¿Sabéis lo que es marchitarse de tristeza y angustia y renacer al calor de un beso? ¿Subsistir día tras día y noche tras noche aferrados a la endeble esperanza de que se obre el milagro? Ojalá no lo sepáis o el tiempo se lo haya llevado a rincones donde no alcanza la memoria. Los que sí lo saben son los personajes de la novela que acabo de terminar. Lo llevan tatuado a fuego. Les llueve por dentro, y empapa tanto sus palabras como sus silencios.
Ambientada entre la lejana Rusia y Madrid, Mientras cae la lluvia (2023), de Teresa Pérez Landa, es una historia de AMOR (así, con mayúsculas) y suspense conjugada en varios tiempos y un millón de lágrimas. Teresa y Joel Valls son una pareja de escritores cuyo matrimonio no atraviesa precisamente sus mejores horas. El declive personal de Joel parece haber llevado la relación a un punto insostenible, que se agrava cuando este recibe el encargo de escribir la biografía de la gran bailarina Tatiana Vasiliev, sueño que lleva persiguiendo durante años. Dicen que todos tenemos un Santo Grial, y Tatiana es el suyo desde que, a la edad de 10 años, lo fascinara mientras impartía una clase de baile. La ya anciana gloria de la danza le exige como condición para contarle su historia que se instale en su casa y viva allí hasta que termine de escribirla. A pesar de la insistencia de Teresa en contra, Joel no tarda en hacer la maleta y mudarse, sin ser muy consciente de que está cruzando una línea roja que no podrá ya jamás volverse de otro color. Teresa se queda sola y aturdida, y quién mejor para consolarla que Seth Brown, su editor, que bebe los vientos por ella desde que la vio por primera vez. Con estas premisas, la tormenta que se avecina no es pequeña. Ya en casa de Tatiana, la vida de Joel volverá a cruzarse con la de Natasha, su espina clavada en el corazón desde hace tres años, el catalizador de su descenso al infierno. Otra tormenta en el horizonte. Mientras tanto, Joel, Natasha y la propia Tatiana irán desgranando la vida de esta última haciendo viajar al lector a la fría y áspera Rusia de Stalin. Tatiana, Nikolay, María, un triángulo amoroso tan intenso como destructivo que oculta un misterio que pocos conocen. Dosis de sufrimiento de las que no es posible salir ileso. Una vida de guardar las apariencias mientras las heridas sangran a borbotones. Dos matrimonios. Una hija fallecida en accidente de tráfico. Conforme vaya avanzando la trama, alguno de los personajes irá haciendo descubrimientos que darán a su existencia un giro radical. Una historia de personas que aman con todas las consecuencias.
Además del atractivo que ofrece la trama a priori, la forma de contarla de Teresa Pérez Landa escapa de los caminos convencionales por los que suele discurrir la novela y lo hace de manera tremendamente efectiva y eficiente. La narración se estructura en escenas encabezadas por el nombre del personaje o personajes que las protagonizan. A través de diálogos de una fuerza impresionante y monólogos interiores de una crudeza que a ratos te exige respirar profundo, la autora logra desde el primer instante que el lector entre de lleno en la historia y la viva, junto a los personajes, de forma muy intensa. Mientras cae la lluvia transcribe, en negro sobre blanco, un laberinto de emociones y sentimientos realistas, sin edulcorar, un laberinto donde el finísimo haz de luz de la esperanza gana la batalla al tinte fatalista que se agudiza con cada giro de la trama. Además, como toda buena obra (según mi criterio, faltaría más, así que no se me ofenda nadie), al acabarla deja un poso, un cierto sabor de boca ciertamente agridulce. Una reflexión sobre qué es en realidad el amor, y una única certeza: que amar de verdad implica desear sinceramente la felicidad del otro, incluso si las circunstancias no nos incluyen a nosotros en la foto. Lectura muy recomendable de la que os dejo unos fragmentos que me siguen lloviendo por dentro:
Nuestras miradas se cruzaron mientras caía la lluvia y fue cuando lo entendí todo, a veces las miradas son como palabras, y las palabras cárceles para nuestros sentimientos.
Tenías razón, es como una maldición, amarte es estar en un círculo que nunca se rompe. No puedo salir de él pero tú siempre estás fuera, al otro lado, donde no puedo alcanzarte.
El amor no puede explicarse. Nace y extiende sus ramas por todas las venas de mi cuerpo, se derrite dentro y pasa a formar parte de mí de tal forma que ya no puedo desprenderme del eco que has dejado en mí.
La vida es el tiempo de espera que hay entre revés y revés y nosotros los juguetes rotos que provoca.
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