Vuela entre la multitud un mirlo que aúlla su dolor entre el bambú negro de las]
ciudades sin alma.
El amor es puro sexo que se derrite entre los dedos. Una epístola a la muerte.]
Un sijei empapado de sangre placentaria.
En ocasiones, reservamos un artículo preciado para un momento especial. Un vino, un perfume, una prenda íntima pueden esperar pacientemente hasta que aparezca la circunstancia propicia para su disfrute. Yo he guardado un libro durante un par de meses. Decidí no leerlo tras los dos anteriores de su autor para gozar más el placer anticipatorio. Lo miraba cada día en su estantería y luchar contra la tentación de fisgar un poco entre sus páginas me hacía sonreir. El pasado fin de semana (no preguntéis el motivo, porque lo desconozco) supe que había llegado el momento, y por fin desvelé los misterios de Soledad de mirlo ebrio, de Carlos del Moral. Y fue todo un premio.
Soledad de mirlo ebrio (Canalla Ediciones, 2017) es un orgasmo lento e intenso disfrazado de poemario. El primer paso para comenzar a saborearlo es olvidarse de quien uno cree que es y fluir con sus líneas hacia el punto exacto donde la humedad destruye mapas y brújulas. Carlos del Moral escoge al mirlo, ave territorial y con cierto apego a la soledad, para sobrevolar el mundo y desordenarlo con palabras. A veces le huele el universo a flor que se abre para él; otras, a rama de cerezo japonés y a penas travestidas de origami. De vez en cuando el mirlo se transforma en lobo (del que me confieso adicta) y le aúlla a la luna para conjurar la oscuridad y la nada. O en perro callejero que mea todas las esquinas de tu piel para marcar su territorio. Muchas noches, el mirlo se vuelve fuego o lluvia entre las piernas de una mujer. O huye de la muerte mirándola a los ojos.
Igual que en Follándome la vida, jodiendo la muerte, en los 104 poemas de Soledad de mirlo ebrio el autor combina observación, experimentación, alma e instinto (cerebro, corazón y tripas) sin censura de ningún tipo. Todo es natural en él, en su sintaxis retadora y en su semántica del yo profundo: la tristeza, el desapego, el vicio inyectado en vena, el amor y la muerte. Todo en sus versos se confabula para volarme la cabeza, en un sentido o en otro. Para que las sensaciones y emociones sean tantas y tan dispares que esta entrada de blog solo la pueda escribir desde las entrañas. Y así lo hago, con la esperanza de que aquellos que la lean puedan captar algo en medio de esta tormenta.
Si tuviera que dejarles aquí todas las líneas de Soledad de mirlo ebrio que me han marcado, probablemente el autor o la editorial me demandarían por publicar en esta entrada el contenido casi íntegro del poemario. No obstante, y para terminar, les dejaré algunas seleccionadas al azar:
«Devoré las ovejas que cuentas, para tenerte
despierta
todas las noches.» (XII)
«Nunca supe quién era, hasta que aprendí a
lamer
todas las letras de tu tristeza» (XIII)
«Esta pequeña muerte,
te multiplica ante mis ojos; en un tornado de
gemidos.» (XXI)
«Busqué por los sótanos del cielo, la raíz de tu pelo;]
esa maraña que se enreda en mi boca.
Hallé tan solo,
un escarceo de mis dedos.
Adoro mojarlos
en el agua de tu agujero, olisquearte hasta
la noche llevando mi pico erecto.» (XXXIV)
«Ya sabes que te miro a escondidas porque es cuando se]
adivina
tu texto no escrito.» (XLIII)
«... Quiero crear una
noche eterna,
construir mensajes cifrados entre tus piernas.]
Vivir es escuchar
cuando te corres,
a pleno pulmón ahogado.» (XLVIII)
Con esas citas tan intensas que entresacas, cualquiera se resiste.
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