martes, 7 de septiembre de 2021

Cuadernos de tierra, de Manuel Moyano

Cuando una madrugada de agosto me alejé de casa caminando por la orilla de cierto río, con intención de llegar hasta su nacimiento en las remotas montañas, no se me pasó por la cabeza que también estaba empezando a escribir un libro.

Así comienza Manuel Moyano su última obra publicada, Cuadernos de Tierra (Menoscuarto, 2020), donde nos relata de forma soberbia las rutas a pie que realizó durante un lustro por diversos parajes del sureste español. Movido por un impulso de soltar el lastre de la vida cotidiana y alcanzar, en sus propias palabras, «un estado mental impreciso», Moyano se echa a los caminos portando únicamente alguna muda, un par de mantas, botellas de agua y la cartera (amén de algún cuaderno cuyas anotaciones fueron el germen de esta obra). Remonta y desciende el curso del Segura, sigue también el trazado del Mula o del Vinalopó, o se adentra en pueblos remotos de las sierras de Albacete (alguno de ellos, por su nombre, podría pasar perfectamente por aldea gala). Pernocta al raso en muchas ocasiones; camina bajo soles crueles de agosto, indiferentes al sufrimiento humano; se baña desnudo en ríos, embalses o en acequias; se alimenta en tabernas o bares que el azar le va cruzando en el camino. A cada paso se aleja de su yo burgués y se reencuentra con su yo primitivo. Salvaje y libre. A veces en condiciones tan deplorables que se le confunde con un vagabundo. Por la pura cabezonería de hacerlo.

En Cuadernos de tierra, la pluma perfecta de Moyano nos dibuja paisajes y experiencias sin filtro. Salen directamente de sus ojos o de su piel y llegan a nosotros sin trucos de artificio. Como lo ve, lo describe; como lo siente, lo expresa. Vuelve a deleitarnos con su mirada de ave rapaz y su forma tan característica de observar y contarnos el mundo. La orografía, flora y fauna de los lugares que recorre pasan ante nuestros ojos como en un documental, complementadas con los usos, costumbres y las gentes de las poblaciones que visita.
Saboreamos de su boca el vino con gaseosa y las carnes que a menudo le sirven de combustible. Casi podemos oler su sudor y sentir su dolor de pies.

Sin embargo, en las páginas de Cuadernos de tierra, el autor no se limita a la descripción geográfica, biológica o antropológica. Manuel Moyano es un experto cazador de historias, un maestro de la peripecia narrativa certero y generoso: olfatea las historias interesantes que se le ponen delante, las rumia durante un tiempo y vuelve al origen a buscar las fuentes que le revelen los entresijos de tramas que parecen ficcionales pero no lo son. Encontraremos así, en cursiva, intercaladas entre ruta y ruta,  la historia de un asesino en serie que cruzó Europa sembrando su camino de cadáveres (y guardándose de paso algún souvenir) para ser detenido casi por casualidad en un pueblecito; o la de un ajusticiamento que, al parecer, de justo tuvo poco; o la de una guarida de nazis en costas levantinas. Y todo narrado como solo él podría hacerlo. Una auténtica delicia literaria, para variar. 

2 comentarios:

  1. El maestro de maestros, Rubén Castillo, nos regala estas hermosas palabras para esta entrada:


    ¡¡¡Qué grandísimo autor has elegido para conmemorar las 100 reseñas del blog!!! Enhorabuena por esa brillante autopista que estás trazando, y muchas gracias por seguirnos regalando tus palabras.

    Espero sepa perdonar la torpeza de mis dedos que han hecho click en eliminar en lugar de en publicar.

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  2. Dos grandes que se complementan y se entienden a la perfección. Tanto monta, monta tanto... O sea, el Castillo de Moyano o Moyano en su Castillo. Enhorabuena, colegas.

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