Dice la ciencia que el tiempo es la magnitud física responsable de que sepamos ordenar una secuencia de acontecimientos, marcando hitos que demarcan un pasado, un presente y un futuro. Desde la perspectiva de la Física, y mientras nadie a este lado de la pantalla sea capaz de programar una DeLorean en condiciones, su linealidad y la homogeneidad de sus unidades de medida son irrefutables. Sin embargo, ¿cuántas veces no se materializa de manera inopinada el pasado o el futuro en nuestras vidas? ¿No es verdad que, hasta alcanzar el instante de cierre, ciertos pasados neutralizan inevitablemente presentes y futuros? Además, amparándonos en ciertos mitos platónicos que dejaron patente la inexistencia de las "cosas" en favor de la percepción subjetiva de las mismas, no me podréis decir que los segundos, minutos, horas... son precisamente homogéneos. ¿Dura acaso lo mismo un minuto de placer que un minuto de dolor? ¿Y 59 minutos? ¿Cuál sería nuestra percepción de 59 minutos si estos fueran el lapso que separa la vida de la muerte? Esta inusitada cifra (que solo he encontrado en Google referenciada a ciertos programas de lavado rápido de lavadoras de marca Candy) es uno de los catalizadores de la tensión de máximo nivel de uno de los thrillers más thriller que he leído hasta la fecha. Desde luego, el autor del mismo tiene bien interiorizada la definición del género, llevándola hasta las últimas consecuencias.
Desafío 59' (Knowmadas Books, 2023) es la última obra publicada de Javier Marín y está específicamente diseñada para aniquilar cualquier voluntad del lector y secuestrarlo en sus páginas desde la primera hasta la última. No es que el autor en cuestión no haya demostrado sus dotes en su saga anterior, protagonizada por el inspector Marco Duarte, pero en Desafío 59' alcanza cotas de tensión en mi humilde opinión desaconsejadas para personas con patologías cardíacas, ni tampoco para aquellos que traten de superar el pernicioso hábito de morderse las uñas. La trama de este explosivo hecho de páginas (con temporizador, recordad) comienza con la aparición del cadáver de una periodista, decapitado y exangüe, en la vivienda que comparte con Samuel Castillo, un friki informático cuya vida va a dar un giro de 180° cuando, sin comerlo ni beberlo, pase a ser el principal sospechoso del asesinato. La suerte va a procurar que se crucen en su camino dos personas que están en su misma situación, dos prófugos de la justicia que van a convertirse en su tabla de salvación para huir de la policía, que le pisa los talones, y para intentar comprender el complejísimo y peligroso entramado en el que desafortunadamente se haya inmerso. Ayla y Carlos (así se llaman los prófugos) se apoyarán en el privilegiado intelecto de Samuel para llegar al final de una cuerda con muchos nudos, trampas, mentiras y tapaderas, al tiempo que los policías, Diana y Roberto, tratan de encontrar hilos de los que tirar para esclarecer la autoría de un crimen cuya evidencia no parece encajar del todo en sus mentes habituadas a la investigación. Mientras tanto, un siniestro personaje acechará desde las sombras con el objetivo de eliminar los cabos sueltos. En paralelo, el lector será sufridor testigo de unas escenas (sacadas de alguna suerte de escape room diseñada por un sádico desquiciado) en las que una persona sin identidad explícita tendrá que resolver una serie de acertijos en un tiempo máximo de 59 minutos. ¿Cómo se liga todo esto en una sola trama? Pues de manera muy hábil, lo reconozco, pero tendréis que leerla si os ha picado la curiosidad.
Javier Marín ambienta su obra entre Murcia y Valencia, y demuestra una vez más su gusto por el juego y la adivinanza situando la trama en un tablero repleto de peligros y poderes ocultos, donde el enemigo puede esconderse en cualquier casilla. En sus páginas se combinan de manera eficaz y efectiva la muerte causada por un sadismo de lo más perverso con el desafío lúdico de la resolución de enigmas planteados desde la lógica y las matemáticas (vamos, que yo hubiera muerto todas las veces y más todavía) que no hacen sino incrementar la tensión narrativa, ya que el lector, con más o menos fortuna, se mete en la piel de la víctima para intentar resolverlos. Creo que os habrá quedado claro a estas alturas que he disfrutado la obra, ¿no? No creo que sea necesario seguir insistiendo para convenceros. Aparte de la calidad de la novela, una de las cosas que más he gozado de ella ha sido poder constatar la evolución de su autor en el camino de la escritura. Desde su Tablero Mortal, ganadora del Icue de Cartagena Negra en 2021, tuve claro que tenía un don, pero la sensación de verlo crecer en negro sobre blanco es indescriptible. Disfrutadlo si tenéis la oportunidad.
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