Existen personas que se consideran libres cuando en realidad son prisioneras. Solo que los muros que las mantienen cautivas no son de ladrillo y cemento, sino de ideas.
El fragmento que encabeza esta entrada esa una de las frases memorables de la novela que acabo de terminar. Lo pronuncia César Monfort, uno de sus entrañables protagonistas, y encierra una verdad grande como un castillo. A menudo solemos pensar que somos libres porque no hay muros ni barrotes físicos que nos impidan deambular, decidir o iniciar un camino concreto. Sin embargo, ¿qué hay de los blindajes de nuestra mente? ¿No están nuestros pensamientos, nuestros sentimientos y nuestras acciones condicionados por los cortapisas sociales de los que nos alimentamos desde que nacemos? Las cuerdas que nos sujetan son invisibles, pero marcan la senda que seguirán nuestros pasos, y definen a dónde irán los besos, los afectos, la empatía y hasta el voto en las urnas. ¿Dónde queda entonces nuestra libertad? Ya, ya sé que formulo demasiadas preguntas de difícil respuesta. La clave está en el pensamiento crítico e, indudablemente, una de las formas de estimularlo (que no la única) es a través de los libros. Leer diferentes obras de distintos autores, épocas, géneros y modelos de pensamiento amplía la perspectiva y modifica los constructos que con el tiempo vamos edificando sobre los cimientos de nuestro universo pequeñito.
Cuerda de presos (Cosecha Negra, 2023), de José Antonio Jiménez Barbero, supone, a la vez que una novela negra de enfoque particular y de inmensa profundidad psicológica, una oda a la literatura como sempiterna hacedora de alas y llama inextinguible que alienta la esperanza, pieza clave en este tablero carcelario de la prisión de Puerto II (Cádiz), repleto de violencia (implícita y explícita), rutinas, comida de rancho y trapicheos salvavidas. Sus protagonistas se alejan de los arquetipos del noir y presentan una gama de colores compleja e impredecible que fluctúa en armonía con los giros de la trama. César Monfort, un profesor de literatura granadino, se ve entre rejas por optar por la vía expeditiva para acabar con la situación de maltrato que sufre su hija. Cuánto dolor en negro sobre blanco. Raúl Maya correrá la misma suerte tras salir vivo de puro milagro de una trampa que le ha costado la vida al resto de miembros de su "colla", dedicada al tráfico de drogas en La Línea de la Concepción. Tras producirse entre ellos una conexión que a priori no parecía muy probable, el muchacho de la calle le dará al profesor con solera la lección más importante de su vida, que tendrá mucho que ver con la motivación que nos impulsa a seguir adelante aun cuando parece que todas las luces se han apagado: la esperanza. Mientras nos va mostrando una pulcra y literaria radiografía de la vida en un penal, Jiménez Barbero irá tirando del hilo de una trama cuyas raíces proceden de la lucha por el poder en el lodazal del tráfico de drogas y de la podredumbre de un sistema donde la corrupción campa a sus anchas. Nos dibujará con letras la historia de la caída en picado de Alonso Montalbán (el director de Puerto II), suscitada quizá por la redención de otro personaje, la Dolores de La Línea. Y nos deleitará con descubrimientos y reflexiones sobre joyas literarias como El guardián entre el centeno de Salinger, 1984 de Orwell o Farenheit 451 de Bradbury.
Con la prosa impecable de la que siempre hace gala, en Cuerda de presos, José Antonio Jiménez Barbero vuelve a conjugar trama negra y la mejor calidad literaria. Aborda la salud mental de forma más indirecta que en alguna de sus otras novelas, enraizando en las vivencias de la infancia ciertas conductas o maneras de proceder de los personajes. Se aleja del buenismo y del maniqueísmo dando forma a caracteres poliédricos cocinados con sus luces y sus sombras. Y nos deja un final... Ay, qué final.
Grandeeeeeeee
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