sábado, 5 de noviembre de 2022

Unos días en París, de Paco López Mengual

Decía Moslih Eddin Saadi, célebre poeta persa del período medieval, que «un viajero que no observa es un pájaro sin alas». Si aceptásemos como válida tal afirmación, cabría también figurarnos que el tamaño de las alas del ave en cuestión podría ser directamente proporcional a la capacidad de observación y a la perspicacia con la que observa el viajero. Partiendo de tales premisas no sería erróneo, pues, asociar a Paco López Mengual (mercero, escritor y trotamundos) con la imagen del cóndor andino, cuya envergadura alar alcanza los tres metros de longitud (cifra que lo sitúa en el número uno del ránking alado del reino animal). López Mengual viaja, observa y reflexiona, reflexiona y observa, y anota su cosecha del día en las hojas de un cuaderno para que, tiempo después, sus lectores seamos partícipes de la experiencia con todo lujo de detalles.

En esta ocasión, después de guiarnos por la capital lusa en Recuerdos de Lisboa, López Mengual vuelve al diario/libro de viajes convirtiéndose en nuestro cicerone particular durante Unos días en París (MurciaLibro, 2016). Durante seis días, del 30 de julio al 4 de agosto de 2006, visita el autor, junto a su familia, los entornos más relevantes de la capital del hexágono: la torre Eiffel, que logra vencer su reticencia inicial; el Louvre y sus miles de joyas; el Arco del Triunfo, Les Invalides, el Musée d'Orsay y los puentes del Sena. Se rinde ante los encantos de la sesión golfa del mítico Moulin Rouge y contempla con sus propios ojos los tesoros que guarda la Shakespeare and Company, la librería más emblemática de todo París. Logra tomarse un café en la icónica Les Deux Magots, tiempo atrás epicentro de la vida cultural parisina (y cuyos precios parecen mantener el espíritu de la calidad artística que un día albergó) y es testigo del significativo mensaje que su mujer deposita en la tumba de Jean Paul Sartre, descubierta por azar en el camposanto de Montparnasse.

Como siempre, los cinco sentidos de López Mengual recorren las calles de la ciudad del amor, de la luz y de los gatos (aunque él no recuerda haberse cruzado con felino alguno durante sus visitas) atentos a la historia (con y sin mayúscula), a la efeméride o al cotilleo de alcoba que le narran las piedras, los árboles, el agua del Sena o los guías argentinos que les acompañan. Lo acompaña también su habitual sentido del humor. Magnífica su retranca al describir el infierno sodomita esculpido en el pórtico central de Notre-Dame o las peculiares misivas que enviaba Napoleón a su esposa para anunciarle su regreso del campo de batalla. Sin embargo, impregna también las páginas de su diario un cierto aroma a melancolía, porque en su viaje el autor no solamente cambia su ubicación espacial, sino también la temporal. Regresa a las meriendas de su infancia rememorando Las maravillas del mundo, una de las cinco obras literarias presentes cuando era niño en la sala de estar de su hogar. Mientras camina y observa, resuenan en su memoria los ecos de las voces de los muchos que se vieron obligados a exiliarse en tierras galas a causa de la Guerra Civil, y los gritos de libertad del mayo francés del 68, de los días de vino y rosas, de los que creyeron que bajo los adoquines dormía la arena de playa. Lectura más que recomendable, sí señor.

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