En el vasto y diverso espacio de la literatura podemos distinguir grandes escritores, grandes narradores y unos pocos agraciados con ambos dones. Asimismo, hay autores que escriben, otros que dibujan historias y alguna rara avis que cincela universos a golpe de palabra y con precisión quirúrgica. Este último es el caso de Carlos Bassas, autor de la novela que acabo de terminar, donde esculpe sin tapujos el rostro y la esencia de la maldad. Sin excusa. Sin justificación. Maldad genuina que no rinde pleitesía a la norma consuetudinaria.
Luna (Ediciones Alrevés, 2024) es la segunda novela que leo (y disfruto mucho) de Carlos Bassas. Ambientada en una imaginaria población manchega, y liderada por caracteres eminentemente femeninos, lo cierto es que me ha recordado mucho a alguna película de Almodóvar. Como reza la sinopsis, Luna es la historia de tres mujeres, Dora, Sara y Luna. Abuela, hija y nieta. Tres generaciones de la misma familia obligadas por las circunstancias a convivir y a caminar por la cuerda floja de sus enigmas con pericia de acróbata. Un hogar que dejó de serlo a fuerza de silencio y de olvido, de una ausencia muy presente que habita el limbo de los secretos que hay que proteger a toda costa. Corre el verano de 1982. Mientras Naranjito aparece en todas las televisiones españolas, la moral católica nacional se resiente tras la aprobación de la Ley del Divorcio. Sin embargo, para Sara supone una oportunidad de escapar de las garras de un marido maltratador, y a la vez el suplicio de volver a una casa de donde huyó en cuanto pudo. Con ella lleva a su hija, Luna, una adolescente de catorce años y perturbadores ojos azules muy distinta al resto. Sara y Dora, su madre, tampoco encajan bien con el resto de la población. Viven marcadas por la pérdida de Juan, marido de Dora y padre de Sara, en circunstancias muy confusas. Amparadas en falsos recuerdos que ocultan una verdad que las arrollará al revelarse. Por su parte, Luna trata de ponerle nombre y darle entidad a una pulsión interna que la devora, a un deseo que debe satisfacer, mientras establece una relación sui generis con Toño, un chaval del pueblo. Y como en la mayoría de novelas negras, un asesinato conmociona la tranquilidad de erial de la población. Desaparece Javier, el chico "mongolo" (recordemos que aquella no era una etapa de corrección política), y encuentran su cadáver atrapado en un cepo y con la cabeza machacada con una piedra. No tardarán los avispados vecinos en encontrar un culpable: Miguel, el maricón, el sararasa, el invertido. Seguro que ha sido él. Nadie escapa del pecado, de la culpa y la condena cuando hay sentencia del pueblo. Celos, envidia y odios ancestrales en medio de un secarral.
Luna es una novela negra, sin duda, pero el misterio y la intriga no apuntan hacia el presente. El lector sabe perfectamente quién ha cometido el asesinato, porque lo ha presenciado. El misterio y la intriga nos acechan, pues, desde el pasado. En forma de fantasma, espíritu o espectro. Impregna el aire viciado y amenazador del hoy el aroma de un fuego purificador del ayer. La prosa de Carlos Bassas es ágil y lírica a la vez, y su yuxtaposición un auténtico tesoro. Sus personajes son totalmente poliédricos, llenos de aristas y recovecos, de pecados y de culpas, a excepción de Luna, que parece aceptar su condición con inmensa naturalidad. El pueblo, su voz, su inquina y sus miserias, se transforman en las páginas en un personaje colectivo que ejerce su poder con fuerza y con saña, inasequible a la empatía y a la clemencia. En una telaraña de relaciones ya heridas desde un inicio tendrán que desenvolverse sus protagonistas que, en cierto modo, también me han traído a la memoria a Bernarda Alba y a sus hijas, pues encarnan en su propia existencia el drama de las mujeres en los entornos rurales de España. Violencia implícita y explícita, maldad sin disfraz, todo narrado con una deliciosa sensibilidad. Si tenéis la oportunidad, haceos con ella.
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