martes, 29 de septiembre de 2020

La Biblioteca: Memoria de la Humanidad, Julián Alarcón/Ignacio García (coordinadores) (La Biblioteca de Babel, de Jorge L. Borges, por una joven Aurora Carrillo)

 


Ayer, gracias al trasiego de libro para acá, libro para allá en que vivo estos últimos días llegó a mis manos un tesoro que no recordaba y que me hizo muchísima ilusión encontrar. Se trata de La Biblioteca: Memoria de la Humanidad, obra pergeñada y editada por D. Julián Alarcón (mi profesor de literatura de 3° de BUP) y D. Ignacio García (no fue profesor mío pero lo recuerdo, de cruzarnos en los pasillos, siempre con gesto amable y una sonrisa en la cara) donde se incluyeron textos de alumnos en relación a la temática de las bibliotecas y donde tuve el honor de participar con un pequeño escrito (no sabría cómo llamarlo, la verdad) sobre La Biblioteca de Babel, de Jorge Luis Borges. Fue publicado en el año 2000 aunque, si la memoria no me falla, yo debí de escribir el texto en algún momento del curso 1997-98. Que sensación tan extraña la de encontrarte a tu yo de 16 ó 17 años ya devota del mundo de las letras. Qué simplicidad, qué candor, qué idealismo, qué ingenuidad. Espero sean benevolentes y lean con indulgencia los deslices provocados por las carencias de la juventud. Ojalá pudiera mostrárselo como lo leen mis ojos y transmitirles la emoción que me provoca, pero es imposible. Por lo tanto, no me queda más que dejárselo en las siguientes líneas tal y como aparece publicado:

"LA BIBLIOTECA DE BABEL, Jorge L. Borges.

Borges es un autor que escribe de manera bastante difícil de comprender, utilizando, a veces, términos excesivamente cultos que no todo el mundo es capaz de asimilar, a no ser que tenga a mano un buen diccionario.

En este relato, Borges nos presenta el universo como una gran biblioteca, infinita, interminable.

Esta biblioteca está compuesta de galerías hexagonales, con vastos pozos de ventilación por en medio, cercados por barandas bajísimas. En esta biblioteca existen millones y millones de libros. Esos libros somos los seres humanos. Hay también un espejo y, al reflejarse todo sobre ese espejo, algunos piensan que la biblioteca –el universo– es infinita. La luz que la ilumina es insuficiente, incesante, como quizá son los conocimientos que poseen los hombres. Éstos peregrinan toda su existencia en busca de un libro, acaso al catálogo de los catálogos, que tal vez encierre todos los misterios de la vida y nos enseñe cómo vivirla. Pero esa búsqueda nunca consigue su fin: el hombre muere antes de saber realmente lo que es la existencia, a poca distancia del lugar –en esta biblioteca– donde nació.

La razón de que las salas sean hexagonales es porque la figura del hexágono es una forma necesaria del espacio absoluto, con número de lados par y con base de apoyo firme, lo que indica seguridad. Las barandas bajísimas que cercan los pozos encierran tal vez el significado de la intangibilidad de lo humano, que no puede encasillarse ni meterse dentro de unas absurdas barreras estereotipadas que no conducen más que a una absoluta pérdida de tiempo para el hombre. Éste posee una creatividad, una capacidad de parir ideas, seres imaginarios, como el dios que creó nuestra biblioteca.

Otro punto sobre el que trata el relato es de las posibles combinaciones de los símbolos ortográficos existentes.

Sobre el número de signos que él da, veinticinco, se podría conversar durante un buen rato –acaso hasta la eternidad–, pero lo cierto es que resultaría muy aburrido y monótono, y no llegaríamos a ninguna conclusión definitiva. Lo importante de esto es que en esas probables combinaciones radica la esencia del título de la narración La Biblioteca de Babel. Jugando con las distintas letras, símbolos y demás componentes de la ortografía universal, aparecen los variopintos idiomas, dialectos y formas de lenguaje del mundo. Por eso hay volúmenes y manuscritos de caligrafía incomprensible, desordenada y, a nuestro parecer, sin sentido. Pero en realidad todos lo tienen.

Otro de los temas de este corto –pero a la vez de infinita posibilidad de reflexión– relato es que no hay dos libros en la biblioteca que sean completamente iguales, como ocurre con los seres humanos. Por ello cada libro, al igual que cada hombre, tiene su importancia en el universo. No se deben hacer especulaciones ni estériles hipótesis, como durante siglos han llevado a cabo algunos fanáticos, sobre qué clase de libros o de personas son los mejores, y mucho menos pensar en la más remota posibilidad de prescindir de ellos. Cada obra y cada hombre tiene su propio contenido, su propia esencia, y eso es imprescindible para el conjunto del que forma parte.

Debe ser un orgullo para todos pertenecer a la biblioteca infinita, tener el don de la razón, el conocimiento y una cierta sabiduría, como los libros; éste es un tesoro que todos poseemos. Pero, no se sabe si por suerte o por desgracia, no está todo escrito en los libros. El origen del universo y del tiempo es algo que nunca quedará definitivamente aclarado y ésta precisamente será la ocupación in aeternum de cada ser humano que escribe su página en el libro de la Historia. Para dilucidar todo esto habría que recurrir a la figura del Hombre del Libro, el compendio perfecto de todos los demás hombres. Pero también resulta excesivamente dudosa su existencia, y habría que consultar cada libro y a cada hombre para averiguar dónde están y si realmente existen el completo honor, la sabiduría y la felicidad.

Para casi finalizar, habremos de decir que condición humana es errar y, como son humanos los que escriben los libros, éstos pueden ser imperfectos, incoherentes y, a veces, contener disparidades incontables. Borges alude también a que los libros son la mayor parte de las veces mal utilizados por los jóvenes, que se los estudian y se los aprenden sin saber siquiera descifrar su significado.

Y ya por último, volviendo al punto que anteriormente hemos tratado, sobre si todo está escrito en los libros, ¿no sería preocupante y quizá amedrentador el que lo estuviera? ¿No constituiría nuestro destino reflejado sobre un papel una sombra fantasmal que nos perseguiría, impidiéndonos disfrutar de las cosas buenas de nuestra condición humana? Pues, por eso, ¡ánimo, a leer, para intentar solucionar tanto enigma!


Aurora Carrillo García, 3º B"

domingo, 27 de septiembre de 2020

Verdades Parciales, de Rubén Castillo

 


Hasta ahora nunca había leído (por placer) una colección de artículos periodísticos. Va a ser que al final siempre hay una primera vez para casi todo.

Verdades Parciales (nausícaä, 2003) es una colección que consta de 87 artículos, que vieron la luz entre finales del 96 y septiembre de 2003, de temática variada y verbo inconfundible (una vez leídos unos cuantos le va una cogiendo el pulso). Dejando de lado alguna posible diferencia de opinión (y digo posible porque es complicado valorar con ojos de ahora mismo palabras escritas hace casi una veintena de años) he disfrutado bastante la mayoría de ellos. He aprendido algunas cosas y me he hecho mil veces la misma pregunta: ¿pero dónde estaba yo en aquellos entonces que no me enteré de esto? (mejor ni me contesto, entre los 15 y los 22 no leía mucho el periódico; la verdad es que ahora tampoco...)

En este abanico articulístico podemos encontrar desde asuntos tan trascendentales como reflexiones sobre la enseñanza, la muerte de Santa Teresa de Calcuta, y otros temas que serían susceptibles de cuestionar en cualquier siglo de esta era, pasando por artículos de infinita ternura (véase nacimiento de sus hijos), hasta cuestiones de importancia vital y global donde el escritor hace gala de su alma bondadosa y caritativa (léase su preocupado artículo sobre el estrés laboral de uno de los Iglesias o la acérrima defensa de Los Morancos). No diremos nada de su pasión por algunos personajes de la escena política en aquella etapa.

En definitiva, otra muestra más de su ingenio, de esa capacidad para domar el lenguaje a su antojo, de esa manera de escribir que no te deja levantar la vista de la
página. Imagínense, mi cara seria y concentrada de leer un artículo periodístico y, de repente, una carcajada que se habrá oído hasta en Palencia (si es que de verdad existe).

Otra primera vez.

jueves, 24 de septiembre de 2020

La Mujer de la Mecedora, de Rubén Castillo


A la tía le gustaría cambiar de postura en el sillón, pero no lo dice. Se hizo ayer la firme promesa de irse apagando sin molestar, sin chirridos inoportunos, sin llamar cada cinco minutos a su hermana o a los sobrinos. Sólo quiere seguir en el mismo sillón, trono dispuesto para cobijar a la muerte, mecedora perpetua que mece un cuerpo tibio, pájaro de madera que gime a ras de suelo.

Así da comienzo La Mujer de la Mecedora, y se podría escribir una entrada de blog completamente dedicada a cómo me ha hecho sentir solo este primer párrafo. Suena (sí, suena, lo oigo) a primeras notas de una sinfonía profundamente triste y sublimemente hermosa. Pero no hemos venido a hablar de mi libro, sino de esta obra, pequeña en extensión pero grande en consecuencias.

El argumento de la novela, merecedora del XXXVIII Premio «Ateneo- Ciudad de Valladolid» de Novela Corta, es exiguo: una mujer entrada en la vejez ve su vida apagarse y, con una estoicidad digna de admiración, se resigna a su sino sin rechistar (al menos, de cara a la galería; la procesión va por dentro). Pero... y siempre hay un pero: esa mujer, la tata, la tía, el personaje central de esta narración se apellida Castillo y, antes de que el inexorable robín de los años la postrase en su mecedora, era bibliotecaria, y que el niño de sus ojos se llama Rubén, aunque ya no sea un niño y ya no vaya cogido de su mano. Y ante la posibilidad de tal vínculo emocional, me quito el sombrero por lo natural y realista de la ejecución literaria, por la habilidad y la templanza de la mano que guió la pluma por los páramos desolados de la «esperanza derrotada», de la «Esperanza sin esperanza».

La cadencia, el tempo de marcha fúnebre de esta elegía narrativa, el lirismo tan patente de sus líneas, tanto en la primera persona del monólogo interior como en el narrador en tercera persona, se entrelazan con los recuerdos y la amargura más amarga de uno de los tópicos más universales de la literatura: el tiempo como verdugo implacable, olvidados ya el collige virgo rosas y el carpe diem. Las únicas rosas que quedan ya en pie son fotos ajadas y manidas remembranzas. Su hogar lejano, su adorado sobrino. El refugio de la memoria.

A través de las páginas, tonos y semitonos de color agridulce comparten pentagrama con una extraordinaria riqueza léxica y una imaginería exquisita que acaricia la amígdala y pone patas arriba el sistema límbico («...pájaro que gime a ras de suelo»; «Los ojos le escuecen, peces amargos instalados bajo sus cejas, demonios encendidos que le hacen arder las cuencas profundas, tizones de un carbón combustible que se apaga con el paso del tiempo»). Notas de melancolía quedan prendidas en algún resquicio de mis ojos.

Y mientras acabo de escribir estas líneas, suena la marcha fúnebre en Do menor de la sinfonía nº 3 de Beethoven Op. 55 II (o quizá sea Verdi y yo no lo sepa).

 

miércoles, 23 de septiembre de 2020

Hegel en el tranvía, de Rubén Castillo.


En mayo de 2008, fecha de la primera edición de esta obra, esta lectora vivía a varios cientos de kilómetros de Murcia, por lo que no pudo ni montar en tranvía ni ser obsequiada con este pequeño gran tesoro. Hoy, más de doce años después, y tras acabar de leerlo por tercera vez (es cortito, ¿eh? De verdad que hago otras cosas), y sin haber puesto pie alguno en el susodicho medio de transporte, debo concluir que viajar en tranvía (o en patinete, o en burro) en compañía de la pluma de este autor es una verdadera delicia.

Hegel en el tranvía no es nada más ni nada menos que una colección de cuentos elaborados con materia prima (literaria, entiéndase) de primera calidad. En los primeros relatos (agrupados bajo el título "Hegel en el tranvía") nos regala una buena dosis de perspectivismo. "Tesis" y "Antítesis" son dos perspectivas divergentes, y "Síntesis" llega para desvelarnos la ¿realidad? de la situación. "Cuento 1" y "Cuento 2" (dentro de "Dos cuentos para que usted los escriba") son verdaderos ejercicios de estilo [atentos al autor entre corchetes]. "Alucinaciones" y "La Sorpresa"… no diré más para no incurrir en redundancia. Onirismo, surrealismo de realidades y ficciones que se enredan en insólitos finales. Y como colofón, la mejor (y de verdad verdadera) "Frase para la Historia".

Cuentos que nos muestran la magia de la literatura en su estado más puro, que irradian la luz de un dominio apabullante del estilo, que susurran a gritos su sensibilidad, su originalidad y el alma creativa que los hizo florecer. Añadamos a eso el impresionante bagaje literario del escritor, su sentido del humor, la dulzura de su prosa (si los sintagmas se pudiesen abrazar, los «zapatos fricativos» se llevarían el premio) y voilà… Si hallan la fórmula matemática que sea capaz de dividir el porcentaje de talento y de genialidad por milímetro cuadrado de página, muy probablemente el resultado sea esta joya de tamaño reducido pero valor descomunal.

P. D. Se me han quedado en el tintero muchas cosas que era mi intención decir pero, como me preocupa que esta entrada se haga más larga que la obra en sí, aquí lo dejo. LEED Y SENTID. LEAN Y SIENTAN.

 

lunes, 21 de septiembre de 2020

Las Grietas del Infierno, de Rubén Castillo.


Las Grietas del Infierno cuenta la historia de una denuncia por supuesto acoso sexual de un profesor (de literatura, para más inri; quien alguna vez haya estado enamorada de un profe de literatura que se prepare para desempolvar viejos recuerdos y para sentirse señalada con el más acusador de los índices) a una alumna de bachillerato (nocturno, para más inri también). La temática, espinosa y atemporal. El enfoque narrativo, más que interesante: testimonios, transcripciones de entrevistas, cartas; voces en primera persona que conforman un caleidoscopio de perspectivas de verosimilitud milimétrica. Diferentes puntos de vista iluminados por la hoguera de la caverna platónica configuran la abyecta pendiente de descenso hacia los lodos más inmundos de la condición humana. Verdades como puños (políticamente incorrectas en los tiempos que corren, pero verdades al fin y al cabo), barra libre de hipocresía, los despojos del naufragio cuando amaina la tormenta y queda el rumor sordo del trueno en la lejanía. Ver «el infierno a través de las grietas de esta pesadilla» y quedarte a esperar que te engulla.

¿Y la forma de narrar de este individuo, qué? Brillante, brutal, sin ápice de clemencia, es capaz de borrar de un plumazo una sonrisa pícara para convertirla en asco. De transportarte de la certeza a la duda con un chasquido de dedos. De hacerte reír en una línea y obligarte a disimular una lágrima en la siguiente. Grandioso vapuleo emocional, sin precedentes.

Disculpad estas letras tan caóticas, tan dispersas, pero he de confesar que vuelvo a escribir perpleja, atónita, falta de verbo. Satisfecha pero resacosa. Salgo de esta novela como lo hubiera hecho un buceador tras una sesión de apnea prolongada más allá de lo recomendable. Casi sin oxígeno. Aturdida. Con la mente en un estado de ebullición que va in crescendo. Partida en dos: análisis objetivo contra emoción animal; pensamiento racional contra gritos del corazón y las tripas; cerebro contra Aurora. Fatiga la lucha aunque, en mi fuero interno, sepa quién gana en mí la batalla.

 

sábado, 19 de septiembre de 2020

IMÁGENES PROHIBIDAS DE LA BIBLIA, DE RUBÉN CASTILLO


Comienzo a escribir esta entrada en el blog con pulso titubeante, timorato e inseguro. No sé cuál será el resultado de este amago, de este intento de plasmar sobre el papel (sí, primero a mano y después aquí, ya que el teclado se niega a ayudarme) el castillo de fuegos artificiales que es mi interior ahora mismo.

Ayer por la noche concluí la lectura de la obra sobre la que versa esta entrada y no conseguí esbozar más que un manojo de balbuceos inconexos e insuficientes. Creí (ay, alma cándida) que hoy, más serena, lograría ordenar mis hilos de pensamiento de algún modo coherente, pero no. Escribo todavía a lomos de la bestia, del vórtice incontrolable- ha nacido, crece, se reproduce y espero que nunca muera- que ha hecho estallar en mil pedazos un caparazón cuya existencia desconocía.

Imágenes Prohibidas de la Biblia, un sorprendente e incendiario políptico integrado por siete relatos, extraídos directamente de la Historia Sagrada y versionados de forma magistral por el autor. Adán y Eva descubriendo el erotismo y el goce carnal gracias a la serpiente; la pérdida de la inocencia y el despertar sexual de las hijas de Lot; la felación de desagravio de Nefer; cuando el Creador te tiene reservado un dos por uno; la malevolencia de dos mujeres despechadas; la bestial orgía del pueblo elegido; el excitante y desgarrador (¡crueldad!) rito iniciático de una pareja de recién casados. No se trata solo de la originalidad del planteamiento, ni del modo en el que desafía al concepto de pecado dibujando la lujuria como valor al alza, ni la interesante perspectiva del rol femenino en sus páginas. No es solo el QUÉ, sino el CÓMO.

Es la naturalidad con la que nos guía a través de una narración turbadora donde las haya. Es la sensualidad (sin límites, sin cortapisas) que transmite, y a la que solo hace sombra el estilo del autor: sublime e irreverente, delicado y descarado, soberbio y procaz.

En definitiva, un placer, a todos los niveles y en el sentido más literal. Nunca antes había encontrado palabras, oraciones, párrafos… tan tangibles que hasta tuvieran textura, color y temperatura.

LEER Y SENTIR. NIHIL OBSTAT.

 

jueves, 17 de septiembre de 2020

Donde Lloran los Demonios, de Pedro Martí.


Él es consciente de que el final siempre llega, de un modo u otro, pero esa idea no le impide albergar la esperanza de que dure un poco más.”


Ya han pasado dos años desde la presentación oficial. El tiempo vuela y se nos escapa de las manos, pero, por suerte, las cosas que merecen la pena dejan una marca indeleble en la memoria.


Lo esperé durante lo que pareció ser una eternidad. Cuando lo tuve en las manos la primera vez, el día del unboxing, no podía creerlo. Cuando fue mío, menos todavía. En todo momento estuve segura de que la espera valdría la pena y hoy, dos años después, me reafirmo en lo dicho.


¿Qué harías si después de 6 años vuelve de entre los muertos tu peor pesadilla, el pozo más oscuro de tu angustia, el catalizador del cambio más drástico en tu vida? ¿Por qué a ti? ¿Por qué lloran los demonios? La vida y la muerte bailando en la cuerda floja mientras el pasado viene a sacudirla.


Personajes construidos con minuciosidad y maestría que salen del libro para sentarse junto a ti en el sofá. Solvencia y soltura narrativa. Y esa voz en off...


Inolvidable también la sensación al terminar de leerla. Al igual que me ocurrió con su hermana mayor, La Pieza Invisible, al voltear la última página no tenía claro si me caía bien el autor o si, por el contrario, lo detestaba por vapulearme así a nivel emocional, por no dejarme dormir hasta acabarlo, por hacerme sentir tan vulnerable. Creo que todavía no he hallado la respuesta.


Si no la habéis leído todavía, ¿a qué estáis esperando?

 

miércoles, 16 de septiembre de 2020

Reina María, de Rubén Castillo

"Me llamo Rubén desde aquí, desde lejos, y me gusta decírtelo para que no me oigas, para que mis palabras sean viento y no lleguen nunca hasta tus oídos, y los agiten desde el silencio, para que mis frases queden perdidas al borde de una ventana cualquiera"


Primera etapa del viaje por las letras de Rubén Castillo completada. Terminada la segunda lectura de Reina María, XIV Premio de Novela Corta "Gabriel Sijé" allá por el año 89. 


De carácter intimista, y tejida por las agujas de un lirismo inteligente y una genialidad demoledora, he de reconocer que esta combinación de monólogo y onanismo epistolar me ha sorprendido gratamente. A decir verdad, la primera lectura me ha sorprendido, en la segunda he logrado paladear hasta el último de los paréntesis - "páginas intransitivas e intransitables". A través de sus páginas, Rubén le desgrana a Reina María (su amada, idealizada de forma dantesca- por su mención a Beatriz) fragmentos de su ser, hilos de su pensamiento mostrando, en palabras del mismo personaje, "una geografía cambiante, una geometría que lo mismo se basa en el cubo que en la esfera". GENIAL de genio. Una voz que en ocasiones se solapa a sí misma rompiendo cualquier indicio de linealidad. Narración-hiedra que trepa y se desliza por los pensamientos del lector y se hace dueña y señora de cada uno de sus recovecos. Palabras como lluvia (muy presente en la obra), a veces llovizna y en ocasiones aguacero, contra el cristal de la ventana. Y una pregunta que sigue resonando en mi mente: "¿cuántos kilómetros serán ochocientos?". Y muchas preguntas más que me asaltan y no me dejan tranquila.

El día que se perdió la cordura, de Javier Castillo

Hace unos días, en Estamos Leyendo Blog, publicaron una interesante entrevista en torno al thriller y la entrevistadora hizo una...