¿Os he dicho alguna vez que me encanta leer por primera vez a autores que no había leído antes y, acabada la lectura, saber que voy a continuar con ellos porque me han atrapado entre sus letras? Pues es lo que me ha pasado con la novela que acabo de terminar, una historia fascinante en la que un engranaje de secretos y memorias del pasado dan lugar a una trama repleta de misterio, venganza y redención.
Las niñas salvajes (Contraluz, 2022) es la primera novela que leo de May R. Ayamonte. Ambientada en las calles y alrededores de la cautivadora ciudad de Granada, está dividida en dos líneas temporales. La primera, y la más breve en extensión, se remonta a 1975 y nos sitúa en un colegio religioso de la ciudad andaluza, una institución que acoge a alumnas externas (cuyas familias viven lejos de los centros educativos) e internas, muchas de las cuales esperan una familia adoptiva. En ella, la autora nos cuenta las rutinas de las niñas, sus quehaceres diarios, sus juegos y sus ilusiones. Pasados los años, una de esas huérfanas está a punto de ser adoptada, y justo ese es el momento en el que la línea temporal del pasado establece el vínculo con la del presente de la narración, pues sus consecuencias arrastrarán hasta 2017. En esta trama del presente, Jimena Cruz, una periodista que no pasa precisamente por su mejor momento a ningún nivel, adopta el rol protagonista. Jimena trabaja en un periódico local de escasa relevancia escribiendo artículos que no la llenan hasta que una mañana recibe una llamada de su jefe anunciándole el hallazgo de un cadáver en una plaza de Granada. Jimena aún no lo sabe, pero esa noticia le cambiará la vida para siempre. A nivel profesional porque significa periodismo de investigación, que es la rama que la apasiona y, a nivel personal, porque la víctima resulta ser María, una religiosa que formaba parte de su familia. Con el afán de esclarecer la autoría del crimen, la periodista iniciará un proceso de investigación por su cuenta para el que contará con la ayuda de Hugo, su amante y uno de los policías asignados al caso, y deberá enfrentarse a su propia identidad, descubriendo que la verdad, en ocasiones, libera y condena a partes iguales.
La prosa de May R. Ayamonte es ágil y directa, sin rodeos, y pone en marcha con fluidez los engranajes de la trama. He de confesar que el personaje de Jimena Cruz no me lo puso fácil al principio. Me costó conectar con ella porque en muchas ocasiones me pareció tener delante a una niñata malcriada y exasperante. Aun así, su determinación y su carácter inquebrantable (vamos, una cabezota de manual) terminaron por ganarme la partida, y reconozco que su empeño en seguir adelante con la investigación contra viento y marea le añade a la trama un punto de tensión y de intriga que mantiene al lector atrapado hasta el final. Conforme avanzan los capítulos, se aprecia una crítica draconiana a la España de los 70 y a sus tremendas desigualdades sociales. Si bien es cierto que las descripciones de Granada podrían parecer excesivas a algunos lectores, también lo es que aportan una gran plasticidad al escenario y crean una atmósfera única y peculiar. En definitiva, Las niñas salvajes es sin duda una novela que engancha ya que su autora sabe contarnos bien su historia. Una novela para disfrutar y reflexionar al mismo tiempo, de esas que no se acaban al leer la última página.
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