domingo, 31 de enero de 2021

Un hombre solo, de Pascual García

Amó lo prohibido y castigado fue por ello

porque se pagan todos los errores,

los de la carne y los del alma, todos

con soledad y con desprecio,

y ahora, sentado en una silla en el balcón

de la casa solitaria y oscura

donde fue confinado, piensa en ella

y admite su culpa de hombre ciego

que amó lo prohibido

y entregó su paz a cambio.

Es inevitable comenzar a hablar de la última obra de Pascual García, Un hombre solo (La Fea Burguesía, 2021) con los versos, íntegros, de “Pecado original”, la pieza que, a modo de flecha lacerante, abre este poemario de exquisita factura y esencia intimísima de un autor que nos demuestra, ahora más que nunca, que literatura y vida son para él una misma cosa. Un poemario lleno de dolor, de desgarro, de recuerdos amargos, pero también de valentía, de resiliencia, de lucidez y de la brisa limpia de la esperanza.

Pascual García estructura los sesenta poemas que componen el volumen en tres partes simétricas (de 20 poemas cada una, aunque quizá los de la primera parte sean comparativamente más extensos que los dispuestos en las dos posteriores) que marcarían tres ciclos diferentes en ese calendario de soledades, penumbras y vacíos que nos presenta como una suerte de diario de un hombre que recibe de repente el zarpazo de su soledad sola al entrar en una casa extraña y debe encontrar el camino de vuelta desde el infierno de las sombras hasta la paz que le otorgue la luz.

El primer ciclo aparece bajo el título de “Último anochecer de agosto”. Es la etapa más cruel, más descarnada de su viaje. En ella, el profundo dolor que lo atormenta sofoca cualquier sonido procedente del exterior, sumiéndolo en un silencio feroz solo roto por las notas de Mozart de cuando en cuando. “Le duele el tiempo que ya no suena”, “las horas han perdido su música de siempre”, nos cuenta el poeta en “Diario de un hombre solo” (p.20), y que “las voces que escucha/están en su cabeza solo”. En el mismo poema, uno de los más representativos del ciclo, nos confiesa también que la penumbra y la oscuridad le ganan cada segundo la batalla a la luz: “y la luz se esfuma...”, “come con la tristeza de la luz caída”. Nos habla de soledad, de miedo, de destierro (“Nadie en el cuarto de al lado”, p.22). El tiempo se torna obsesión, como muestran las continuas referencias temporales a las horas, los días (sobre todo a “Los días iguales”, p.36-37), el día o la noche, los meses y los años, las estaciones: “son iguales las horas y los panes/las sábanas de invierno y el otoño” (p.22). “Que no llegaba nunca”, “Compañía”, “Desnudos pero ajenos”, “Un lecho de piedra”, son los títulos de algunos de los poemas que contribuyen a crear y a perpetuar la atmósfera sombría, cruel y dolorosa de este primer ciclo, que se abre con “Pecado original” y nos entrega, quizá, la cifra del sufrimiento del vate: la culpa. No es difícil averiguarlo cuando se comprueba que el término “culpa” aparece ni más ni menos que 20 veces a lo largo del poemario, seguido de “condena” (14 veces), “castigo” (13 veces) y “error”(8 veces). Suerte que la palabra “perdón” aparece 8... Sin embargo, me gustaría destacar también la honestidad y la valentía del poeta en los versos iniciales de “El amor no pasa nunca” (p. 25):

“Tengo el amor de mi mano derecha

porque el amor no pasa nunca, dice

San Pablo, y en la mañana, turgente

me saluda mi sexo solitario

fiel a su cita con mi mano...”

(Honesto, valiente y grandioso, sí señor.)

La segunda etapa en su almanaque de redención la marcan los poemas agrupados bajo el título de “Mediodía en octubre”. Aquí encontramos ya a un hombre distinto, doliente aún pero más consciente de sí mismo, gracias a la reflexión y al diálogo constantes con el pasado, con el presente, con el amor, y consigo mismo.

“Durante muchos días ha pensado

el hombre en sí mismo, ha discutido

con él y con los espectros que fueron

sus fantasmas nocturnos, pues estuvo

solo y habló en voz alta...” (“Sumario”, p.65)

“Fracaso postergado”, “El poder de las sombras”, “Viene el amor de la memoria”, o “Brindis”, por seleccionar unos cuantos ejemplos, nos narran ya un periodo donde el miedo (que también es débil) le va cediendo paso a la esperanza y al consuelo, y la memoria muta de castigo doloroso a refugio cálido. Porque “había aprendido a estar en calma” (“Un año”, p.74-75) y que quizá toda la culpa no fuera suya (“Absolución”, p.67) y, aunque experimenta aún breves periodos de zozobra donde no percibe “nada salvo un tiempo vacío y homicida” (“El buque fantasma”, p.69), ya no es un extraño en su entorno (“Amanecer”, p.72-73) y ya le pertenece su casa en “La calle de los hombres libres” (p.78).

El tercer ciclo en su metamorfosis de hombre solo y triste en hombre solo y libre lo conforman los poemas auspiciados bajo el epígrafe “Amanece en diciembre”. Son estos versos ya más dulces, más cálidos, testigos de la “Travesía” (p. 96-98) del poeta por los mares de la resiliencia hasta alcanzar las costas de la “Salvación” (p. 94) en el mes de “Diciembre” (p.83-84). El hombre enfoca el futuro, solo pero libre, con mirada sosegada, pues su proceso de aprendizaje le ha valido estar ya “reconciliado con su destino y con su vieja culpa” (“Redención”, p.106), ha alcanzado su propio “perdón puro” y “ha cambiado el frío de las noches/ por las plazas pobladas de la vida” (“Su perdón puro”, p.85) y se ha encontrado a sí mismo en su soledad:

“De repente el hombre encontró su centro

visitó las estancias que ignoraba,

se internó en novedosos aposentos

y visitó lugares apartados.

Fue en esos sitios otro hombre, nuevo...” (“Otros días”, p.86)

El poeta y el hombre celebran ya con más ahínco (en realidad nunca dejaron de hacerlo) el amor y los placeres de la carne (“...pues el amor/ se da a manos llenas y no lo para/ nada, no es una quimera ni vuelve/ su rostro dulce a la carne gozosa”, nos dice en “A manos llenas”, p.91-92). El poemario no podía terminar mejor, y el broche final es del todo amable y optimista, pues el volumen inicia en el silencio más descarnado y acaba con la esperanza del poeta mientras “Silba una canción” (p.113): “es casi primavera y amanece/ y no va solo porque lleva siempre consigo/ una palabra amable y misteriosa”.

Honestamente, todo un alivio para el lector que acabe así, ya que durante la primera parte hemos sufrido junto a Pascual García versos que duelen y desarman (“se sienta solo/ en su sofá de nadie”, p.20; “y estaba el café amargo y las tostadas/ sabían a carbón y a noche”, p.28; “mientras naufraga en un lecho de piedra/ vasto como la mar y solitario”, p.40) y que el poeta crea sin usar más palabras que las necesarias. Una verdadera joya de poemario donde el tiempo, la culpa, el silencio, la luz y la ausencia de ella son los protagonistas, junto a nuestro estimado autor. 

Y para acabar esta entrada tan larga, os dejo uno de los poemas que más ... (a vuestra imaginación lo dejo). Si lo véis desde la versión sencilla para móvil, probablemente no aparezca el vídeo; por eso, aquí os dejo el enlace: https://www.youtube.com/watch?v=MRY7ChNMTOQ




 

 






sábado, 30 de enero de 2021

Algunos libros que leí despacio. Textos críticos, de Pascual García

... siempre un libro me ha hecho compañía, me ha quitado el sueño, me ha devuelto el sueño, me ha ocupado las horas de ocio, de la desgana, de la espera y de la soledad.

Ese secreto a voces nos confiesa Pascual García en "Leer", la suerte de introducción que hace a su obra Algunos libros que leí despacio. En el prólogo de la misma, el catedrático Francisco Javier Díez de Revenga afirma que "para escribir un libro como este hay que estar dotado de una gran capacidad para saber transmitir la emoción ante la obra literaria, y hay que disponer de un estilo personal, de un idioma propio, claro y preciso, a la hora de escribir lo que estas impresiones han supuesto para el autor". Queda claro que a Pascual García le sobra el talento para transmitir su pasión por la literatura, y que su idioma particular se articula en torno a una combinación de aciertos que resultan, por un lado, en la nitidez y en la asequibilidad y, por otro, en la belleza y en la brillantez más irrefutables.

Pluma de primera independientemente del género en el que se muestre, y lector avezado, sensible e inteligentísimo, Pascual García nos ofrece en Algunos libros que leí despacio 67 textos críticos en los que analiza de forma rigurosa, precisa y didáctica algunas de las obras que han enriquecido su universo literario. Nos regala, y digo bien, nos regala, porque no hay precio que pueda pagarlo, el privilegio de asomarnos con sus ojos a esas 67 ventanas cuyas vistas conforman el paisaje literario del que se ha nutrido como escritor y como persona. Su catálogo es amplio y variado en género, y contempla autores internacionales como Ismail Kadaré, Vargas Llosa o Benedetti, escritores nacionales de la talla de Muñoz Molina, y literatos de nuestra región de distinta proyección en el ámbito de las letras. Dionisia García, Aurora Saura, su estimado Pedro García Montalvo, Antonio Marín Albalate... y muchos otros nombres componen su particular lista de lecturas apreciadas. Comentar los que más poso me han dejado haría esta entrada interminable, pero no puedo sustraerme de mencionar los dos ventanales luminosos en los que nos ilustra con sus soberbias impresiones sobre Las grietas del infierno y Anillo de Moebius, de Rubén Castillo (es mi debilidad, lo sé, y no pienso disculparme por ello) del que afirma: "es un escritor poderoso, dueño de un mundo narrativo propio, donde la palabra cobra una importancia y una dimensión inusuales...". Ay, esos insólitos momentos donde el placer aparece por partida doble.

Además de deleitarnos con la palabra de Pascual y ampliar nuestros horizontes como lectores, Algunos libros que leí despacio nos ofrece la singular oportunidad de aventurarnos y sacar conclusiones acerca de los aspectos que más motivan a nuestro valioso Pascual. Su afición a la poesía y al verbo lírico no será a estas alturas ninguna sorpresa. A esto podríamos sumar su gusto por lo universal, por lo que huye del terruño, por la reflexión serena y sin aspavientos, por la dialéctica que se establece entre lo novedoso y lo clásico, entre lo elegíaco y lo celebratorio. Su interés por asuntos tan trascendentales como la fugacidad del tiempo y el paraíso perdido de la memoria. Pero, por encima de todo y si no ando muy errada, a Pascual le apasiona que le cuenten el mundo tal como es, sin edulcorarlo ni soslayar las tinieblas, por lo que valora enormemente la honestidad, la verdad literaria. 

Sus letras también merecen ser leídas despacio, a sorbitos, ser paladeadas y gozadas con el mayor de los deleites.

miércoles, 27 de enero de 2021

Años fugitivos. Crónica personal de Moratalla, de Pascual García


 ...he preferido yo recordar de un modo fragmentario, desordenado y cercano ese tiempo mágico e indulgente de la infancia y de la adolescencia, no porque esté de acuerdo con aquellos que lo califican de paraíso, sino porque en él se hallan, sin duda, las claves de mi existencia entera, mi estrecha relación con Moratalla, con el barrio del Castillo y con la calle Castellar, donde nací hace ya medio siglo. Uno es, de un modo indefectible, lo que su memoria contiene y lo que alberga su corazón...

Así, con claridad meridiana, nos desvela Pascual García, en la página 9 de Años fugitivos. Crónica personal de Moratalla (Gollarín, 2012) el hilo común que hilvana el conjunto de los numerosos textos que integran esta obra. En alguna otra página afirma el escritor que la obra que tenemos entre manos es una recopilación de artículos periodísticos publicados en El Noroeste entre 2007 y 2011, pero yo sé que es algo más, un obsequio de proporciones difícilmente medibles para aquellos lectores que tengan la fortuna de cruzarse con sus páginas. Porque, sinceramente, que un autor nos obsequie, ya no solo con su inmenso talento como escritor y como narrador, sino con uno de sus bienes más preciados, su memoria y, en definitiva, con su esencia más genuina, es un regalo que no sé si alcanzaremos a agradecer en su justa medida.

Asistimos, en Años fugitivos, de la mano del autor y, lo que es más importante, con sus ojos, a sus días de niño y de muchacho en las calles estrechas y empinadas de su Moratalla natal, encuadradas en el hermoso y a la vez hostil paisaje de la sierra que la rodea. Lo acompañamos con gusto en muchas de sus primeras veces (los que me conocen saben de la importancia que para mí tienen las primeras veces): un viaje al cortijo de los abuelos, el cine, a sus primeras experiencias con médicos y practicantes, sus clases en los distintos establecimientos educativos donde cultivó el germen de lo que fue hasta llegar a ser lo que es hoy, a los tempranos inicios de su carrera de escritor, al duelo por la muerte de un amigo. Gozamos con él de su memoria olfativa y gustativa (hasta el punto de que, en ocasiones, hasta las tripas imaginan con nosotros y rugen cual fieras hambrientas). Nos aterimos, indefensos, en su memoria del frío y la penumbra. Conocemos, no sin cierta desazón, las estrecheces de una vida ligada a la tierra y a la escasez de recursos materiales, y admiramos el valor de un chiquillo que hizo del esfuerzo y la constancia su ley, que aceptó estoicamente sus responsabilidades como miembro de la humilde familia donde había venido al mundo y, aun con llagas en las manos y cansancio a espuertas, logró subir los peldaños de la escalera del porvenir diferente con el que siempre había soñado. A todas estas anécdotas, acontecimientos y costumbres de sus primeros años y de la tierra donde vio la luz, resulta extremadamente grato añadir un sinfín de reflexiones, profundas, sinceras, honestas (a riesgo de aventurarse en el terreno de esa incorrección política en la que uno incurre a fuerza de decir verdades como puños) sobre asuntos de lo más trascendental en torno a la condición humana: amor, sexo, el valor del dinero y del trabajo, inmigración, educación, y tantos otros que no es posible enumerarlos sin hacer esta entrada tediosa de más.

En Años fugitivos, y con el estilo pulcro, conciso, elegante y lírico (a veces irónico, sarcástico, cáustico incluso) al que ya nos tiene acostumbrados, Pascual García nos dibuja de manera clara y nítida el contexto social de un pueblo de raigambre sencilla, pura y tosca, el mapa cultural de unas gentes y unos años influidos en gran medida por la sombra penosa y alargada de la guerra, la posguerra y la dictadura en un entorno rural y remoto, marcados por el afán de supervivencia, la religión del trabajo con las manos y un agridulce apego a la tierra y a sus costumbres. Y yo, animal de emociones sin lugar a duda, contemplo cautivada las siluetas de la geografía sentimental que bailan a la luz de sus frases. Forman estas un vendaval de verdad que en ocasiones conmociona al espíritu lector, un torbellino de honestidad que hace saltar los goznes de la contención y de la mesura y desboca la emoción. Para muestra, tres botones:

“Mi madre se desliza por la cocina como un hada buena.” (p.55)

“La casa en la que uno ha nacido y en la que ha pasado la mejor parte de su vida es un almacén sentimental de arpegios que, bien temperados, podrían constituir toda una sinfonía, una armónica pieza de cámara o, en algún caso, un sencillo y elemental pasodoble.” (p. 56)

“Éramos jóvenes, inocentes y pobres, pero qué culpa teníamos nosotros, hijos de un hambre antigua y un empecinado afán de supervivencia.” (p. 63)

En definitiva, se conjugan en esta obra las joyas, de incalculable valor, de la memoria de Pascual García, la inteligencia creadora, su asombrosa habilidad en el manejo del lenguaje, el gusto por lo bien hecho y la exquisita capacidad de conmover al lector. No me queda más, pues, que rendir mi admiración ante su mirada inocente de niño de Moratalla, teñida por los matices de la emoción pero desprovista de cualquier asomo de idealización edulcorante.


sábado, 23 de enero de 2021

Solo guerras perdidas, de Pascual García


Tantas guerras perdidas. La guerra de cada uno de nosotros y la guerra de todos. También lo que yo hago es una guerra, aunque deba recibir un nombre aún más sucio.

Esta es una de las reflexiones más duras y más verdaderas que, ya hacia el final de la obra, escuchamos desde el interior del protagonista de Solo guerras perdidas (Alfaqueque Ediciones, 2010). Su nombre es Aníbal Salinas, y lo conocimos en Nunca olvidaré tu nombre como el personaje que, a las puertas de la muerte, regresa a su tierra natal para cumplir con sus dos últimas misiones en la vida.

En esta ocasión, Aníbal vuelve a su comarca de origen, tiempo antes de su vuelta definitiva en Nunca olvidaré tu nombre, para cumplir con la tarea que se le ha encomendado por parte de sus superiores: aniquilar a los escasos miembros de una resistencia que no supone riesgo pero molesta. Conoce el terreno, a sus habitantes y sus modos de vida, por lo que resulta la apuesta más segura para el éxito de la misión. Conforme los pasos de Aníbal lo van guiando a través de senderos y parajes recónditos de la tierra agreste que fue testigo de su juventud (en las sierras que rodean Los Olmos y Puerto Errado, escenarios tan propios del autor), mientras improvisa estrategias, empuña su astra o hunde la navaja en la carne de sus objetivos, su memoria y su alma llena de nadas caminarán las sendas del pasado de manera errática. Rememorará los viajes junto a su padre que anteriormente le llevaron a contemplar los mismos paisajes y los nombres de mujer que una vez le hicieron suponer que el paraíso era, de algún modo, posible. Las recordará con la mente y con la carne, pues volverá a encontrarse con ellas y las poseerá como ya las poseyó en un ayer ya lejano, y serán estos encuentros sexuales el último reducto de su humanidad perdida y de su alma vaciada por el horror de la guerra.

Dureza absoluta y belleza más absoluta todavía (va por ti, maestro) en una narración tensísima que, gracias a la habilidad de Pascual García, el lector podrá disfrutar con los cinco sentidos: escuchará los muelles de las navajas y la percusión de las armas, percibirá el olor de la sangre entremezclada con el aroma del tomillo y la ajedrea, el tacto de las pieles que se encienden, el frío de fuera y el de dentro. Descripciones bellísimas y minuciosas de los escenarios, de sus características y de sus costumbres más arraigadas. A las reflexiones del narrador de unen las propias de los personajes (marcadas en cursiva, y qué cursiva tan poderosa), reflexiones amargas como la hiel que nos permiten vislumbrar lo verdaderamente importante en la prosa de Pascual García: el universo interior luctuoso, torturado, oscuro como la noche, de los personajes que pueblan sus páginas. 

Sublime en todo. Mayúsculo en general. Carne y alma de poeta. Pascual García. 

"Le parecía mentira tanta belleza en aquel paisaje, tantos hombres emboscados que seguían creyendo en el hombre y, en cambio, él venía a desbaratarlo todo, como un ángel de la muerte. Traía su testamento y su venganza." (p. 79)

Hermoso y amargo.

lunes, 18 de enero de 2021

El secreto de las noches, de Pascual García

Era como si las noches cobijaran el enigma de sus vidas y aquel secreto estuviera todo el rato con ellas...

La noche es el territorio difuso e inmisericorde donde el silencio no tiene cabida. Una vez se apagan las voces y los sonidos del mundo exterior el fragor del estrépito interior invade cada átomo de nuestra existencia mientras el sueño no nos bendice con el olvido transitorio. La noche convoca a nuestros peores enemigos, a nuestros miedos más íntimos y a nuestras sombras más impenitentes. La noche no es más que la huida de la luz y el desvalimiento más absoluto. En El secreto de las noches, Pascual García nos presenta veintiséis radiografías de las entrañas de una noche que se adueña incluso de las horas de luz. 

Un matrimonio atormentado por la pérdida de su hija diez años atrás. El aciago destino de dos amantes clandestinos que ahogan las tardes y el mundo entre besos y alcohol. Una mujer en una bañera deshaciéndose del résped de la ilusión de un amor vespertino dilatado en el tiempo. La muerte, la huida y la locura entre los árboles y el frío. El enigma de una noche de bodas. La dulzura infinita de dormir con la esposa. La ceguera de una madre y el zarpazo de la memoria. El maltrato de una madre alcoholizada. La absoluta soledad de una mujer sin trenes que se le escapen. El infortunio de una mujer barbuda. La locura homicida de una mujer subyugada. La pesadilla de la muerte. El extravío del deseo en la vejez. La soga al cuello. La noche al mediodía en un mundo al revés. Las pesquisas de un inspector. La parca en el fondo de un río. Monotonía conyugal compartida. La enigmática y perturbadora visita de una suegra. La fatalidad de dos cuerpos jóvenes que se aman en el interior de un coche. Un fuego que no cesará jamás. La difusa línea que separa la fe del amor. Una cena inquietante. Caer al vacío en un fin de semana. Un cadáver de mujer en la playa. Descubrir el secreto de las noches. Noches perpetuas que no conceden ni el beneplácito de la duda.

Con su habitual maestría y su verbo lírico, Pascual García nos toca el alma con historias donde lo cotidiano adquiere tintes de mal sueño. Con personajes que configuran una maraña de soledades entremezcladas. Vidas fabricadas con restos de naufragio, condenadas al fracaso y al olvido. Vidas que podrían ser las nuestras.

Y una frase que se me ha quedado dentro: 

"Amamos cuando nos duele lo que podríamos perder."

viernes, 15 de enero de 2021

El arte, las palabras y las horas, de Pascual García


He intentado con esta obra agavillar un puñado de hojas sueltas que, de otro modo, tal vez con justicia, se perderían irremediablemente.

Eso dice Pascual García en "A modo de disculpa", introducción a El arte, las palabras y las horas, publicada por los servicios editoriales de la UMU allá por 2014, y a mí no me queda más remedio que, desde la humildad y la honestidad de un corazón lector, tacharle el "tal vez con justicia", porque hubiera sido, precisamente, una verdadera injusticia si no hubieran llegado a manos de los lectores que las disfrutamos y nos deleitamos con ellas.

El arte, las palabras y las horas es un magnífico compendio de críticas, artículos de catálogos, etc. que se fueron publicando a lo largo de tiempo (veinte años llevaba ya regalándole al mundo sus letras) y que se articulan en torno a tres conceptos, que dan título a la obra.

En primer lugar, disfrutamos en la obra de "El Arte", repleto de verbo exquisito para comentar pinturas y a sus autores murcianos. Ha sido una auténtica experiencia, muy agradable y muy recomendable, buscar en Google pinturas y autores, y después dejame guiar por la mano sabia de Pascual y descubrir, a través de sus ojos y su pluma sublime, las ventanas en las acuarelas de Pedro Serna, las joyas naturales de Pedro Cano, la búsqueda de la luz de Cánovas o los colores del tiempo de Ramón Gaya (podría citarlos a todos, tengo unos seis folios de notas, pero me temo que se iba a hacer demasiado largo).

Pasamos después a gozar de "Las Palabras", terreno que domina con indudable maestría, un verdadero e ilustrador obsequio donde el autor expone en una decena de textos la preciosa verdad de que es un hombre modelado a partir del barro de la literatura más hermosa. Puede el lector disfrutar en esta sección de un recorrido por la trayectoria poética de Eloy Sánchez Rosillo, de una disertación sobre la farsa amorosa en Don Quijote, de su experiencia con Cien años de soledad, de un análisis bello y didáctico de las obras de García Montalvo y de la Historia del Eremita (ay, Espinosa).

La tercera columna que sustenta este espléndido monumento es, pues, "Las Horas", donde se tiene la posibilidad de leer a un Pascual García más cercano, más humano y menos, quizá, erudito literario (no mejor, sino distinto) con reflexiones personales sobre elementos variopintos como la primavera ("la estación más cruel"), el adorado invierno de su tierra, sus años universitarios (pisé la misma facultad veinte años después que él, y en un idioma distinto, pero, básicamente, sus recuerdos y los míos no son muy diferentes) o un entretenido paseo por el vapuleo a la institución matrimonial según diversas y paradigmáticas obras literarias.

Un verdadero placer para los ojos lectores (me abstendré por el momento de repetir una vez más lo hermosa que me parece su forma de escribir) poder deleitarnos con un autor que huele "la provocación de los jazmines" y nos deja fragmentos como estos:

"Nosotros somos la primavera y el tiempo, las estaciones todas y la vida. El resto no son más que palabras sin sustancia."

martes, 12 de enero de 2021

Cuaderno de Ibiza y otros poemas, de José Cantabella

Entonces,
como si nada, como si todo, 
nacieron los poemas para este Cuaderno,
que a veces te reclaman a gritos,
otras veces, en silencio, 
pero siempre reclamada, 
porque saben que sin ti
no serían.

Con esos versos del poema "Uno" José Cantabella nos revela ya el catalizador de la génesis creadora de su Cuaderno de Ibiza y otros poemas, su último poemario, que vio la luz a finales de 2018 bajo el sello de MurciaLibro. Dedicado por entero a Carmen Cantabella, su esposa, es otra muestra más de la importancia del Amor (así con mayúsculas, como lo escribe él en su dedicatoria) en la vida del poeta.

La obra se divide en dos partes. La primera, "Cuadernos de Ibiza", consta de veintiocho textos breves hilados con versos disfrazados de prosa, en donde el autor se despoja de todo para narrarle al lector, con esa mirada suya tan característica, limpia e inocente (aliñada con ciertas pinceladas de pasión erótica) su viaje y estancia en la isla bonita, conectados siempre al desarrollo de una historia de amor que parece que llegó para quedarse. Ambientación ibicenca, sus calles, sus playas y sus cielos como escenario de miradas, besos y caricias que le colman el alma, y que el lector es capaz de sentir como suyos.

La segunda parte, "Otros poemas", es una recopilación de textos en verso o en prosa de temática diversa. Amor, miedo, pintura, literatura ("El milagro del poema" es un ejemplo bellísimo de su estima por las letras) generan toda una serie de sentimientos esculpidos en tinta que merece la pena disfrutar. 

En definitiva, emoción, pureza y elegancia se dan la mano para dibujar los contornos de la intimidad más íntima del poeta. 

Os dejo uno de mis fragmentos preferidos: 

"Todas las noches, desde nuestro balcón vemos cómo la luna mira el castillo con ojos de enamorada, y el otro le devuelve la mirada con gesto idéntico, porque todas las noches la luna quisiera bajar, salvar la muralla para besar el castillo y sellar ya para siempre este pacto de amor que tiene a la isla encantada." (p.40)

domingo, 10 de enero de 2021

Poemas de amor, de José Cantabella


 

... voy a grabar tu nombre con mis ojos

en el pétalo fresco de una rosa;

luego, voy a lanzarlo

con todas mis fuerzas, decidido,

para que la suave brisa

lo lleve hasta tu corazón...


Esos versos, del poema titulado “Primavera” son toda una declaración de intenciones y revelan, si es que acaso el título dejaba algún lugar a la duda, el tema en torno al que gira Poemas de amor, de José Cantabella, publicado en 2014 bajo el sello de Azarbe.

Obra breve pero inmensa en cuanto a sus repercusiones en el alma lectora, que es, al fin y al cabo, lo que a esta servidora más le importa. Diecinueve poemas repletos de una de las emociones más humanas, porque, como dice el autor, “¿acaso hay un lugar/ donde el amor no prenda?”. Volvemos en esta obra a encontrarnos a un autor cuyas mejores armas son el verbo llano (que no simple) y la recreación en tinta de imágenes de una sencillez y una verdad casi turbadoras. Sencillez y naturalidad para escribir sobre el amor, ese ente indefinido y complejo que todo lo trastoca, y que llega cuando y de donde menos lo esperas. Atrevánse a leerlo y a decir que no se ven reflejados en la gran mayoría de versos.

Que Cantabella sea su apellido es algo casi profético, porque el autor canta, de una manera bellísima, al amor en todas sus facetas. No solo al amor romántico, sino también al amor a la vida, como puede verse con claridad en el poema “El saludo de la vida” (p. 31):


“Tal vez sólo sea

que ya ha amanecido,

y, la vida venga a saludarme, un día más,

a ungir sobre mi frente

su preciosa luz de oro”


No se olvida tampoco de su amor por la literatura. Un poema en memoria de Alejandra Pizarnik (“El silencio de las carolilas”), otro de homenaje a su admirado Cortázar (“Poema de Horacio Oliveira”), y estas líneas repletas de ternura así lo atestiguan ( “Algunas palabras”, p.19):


“Cuando tengas frío,

llevaré, solícito,

miles de libros de poemas

al pie de tu cama.

Nada da tanto calor

como las palabras, vida mía;

ni siquiera

un cuerpo como el mío.”


No falta en el poemario algún rastro de tristeza o melancolía, relacionados con la pérdida o la fugacidad ocasional del sentimiento amoroso, pues también los grises forman parte de la paleta de colores del amor, pero incluso esos grises los acaricia con grandeza y templanza (“La fugacidad del amor”, p. 35):


“y lo fijo con la tinta que es mi sangre,

que siempre, mujer, te amaré,

aunque nunca jamás sea tu dueño.”


Amor del bueno, del que todos alguna vez hemos soñado, pasión ardiente capaz de fundir el hielo del “Ártico” (p.17-18):


“Yo también quiero

acercarme a ti, dócil, y hallarte deseosa,

cuando esta noche

en nuestro lecho íntimo

frotes

con tu lascivo dedo índice

tu ardiente clítoris.”


“...cuando recorres

con tu adorada lengua mi sumiso cuerpo,

y llegas, feliz, ardiente, pura,

hasta mi sexo también encendido.”


Diecinueve poemas donde la serenidad y la mesura del poeta bailan un tango “apretao” con el fuego del sexo que arrasa a su paso. Del gris ceniza al rojo sangre de un corazón que late para obsequiarnos en tinta con la rotundidad de estos versos:


“Te amo.

¿Cómo no amarte?”







Afán de certidumbre, de José Cantabella.


 

Que nada me robe

los momentos de dicha

que me otorga el maravilloso elixir de la poesía

cuando leo unos bellos versos

sentado en un banco de la plaza solitaria,

en unos momentos en los que me hallo sólo

ante mis miserias y mi grandeza.


Comienzo esta entrada con los versos centrales del poema “Felicidad”, una de las treinta y cinco composiciones que dan vida a Afán de certidumbre, primer poemario publicado de José Cantabella. Leer la poesía de este autor es precisamente eso, experimentar unos instantes de “dicha” que protegen contra las tormentas de incertidumbre que azotan el mundo, por fuera y por dentro. Son un remanso afable de letras, un refugio amable que conjura la zozobra.

Si en el relato Cantabella mezclaba lo cotidiano con lo fantástico o lo extraordinario, me atrevería a afirmar que el pilar que sustenta su poesía es la realidad, el hambre de momentos del día a día, el anhelo y los sueños de andar por casa, y alguna melancolía acostumbrada. Se insinúa en los versos del poeta un alma sensible a la que sorprende cada mañana la posibilidad de ser feliz (“Nuevo día”), un alma que celebra el amor (“Celebración del amor eterno”) o las gotas de lluvia al caer (“Lluvia”). Se plantea incluso el difícil reto de armonizar los tiempos del amor y la literatura (“Pacto”). Y me ha ganado para siempre al cuestionar, en “No más cuentos”, el papel de víctima de Caperucita, pues a mí siempre se me figuró un cierto deseo de la chica encapuchada de que se la comiera el lobo (“Perdona el atrevimiento, Caperucita,/ pero no me creo tu cuento.”)

Cantabella construye Afán de certidumbre con un lenguaje sencillo que provoca una conexión inmediata con el lector, que podrá reconocerse sin dificultad en más de una línea del poemario. Es quizá esa sencillez, esa ausencia de artificio, la que aporta luz a los poemas, incluso en los matices tristes; una naturalidad que destila emoción por cada uno de sus poros y nos regala notas de una música limpia, inocente y serena. Creo que es esa melodía apacible, sosegada, el nexo común, el pegamento que aglutina las diversas composiciones de la obra. Un poemario que gana a un tiempo fuerza y candidez con las ilustraciones (de Francisca Fe Montoya) que acompañan a los versos, aunque quizá lo que ocurre es que son parte de ellos. O el poeta dio instrucciones muy claras y precisas al respecto, o la ilustradora interiorizó a la perfección el alma de los poemas, porque el resultado es hermosísimo.

Y, aunque por motivos personales no puedo olvidarme de los bellos y enigmáticos ojos de Ariadna, les dejó este poema para que puedan comenzar a apreciar el brillo emotivo de la poesía serena de Cantabella:


TU NOMBRE


Algunos nombres

se difuminan con el paso del tiempo

borrándose para siempre,

creando a su alrededor

una impalpable cortina de humo

de la que jamás se liberan.

Sin embargo, otros

quedan grabados perpetuamente

como un tatuaje en la memoria

y son recordados a cada instante

en todos los momentos de la vida.






sábado, 9 de enero de 2021

Llegarás a Recuerdo, de José Cantabella


Me paso la vida imaginando cosas, inventando otras realidades que me acerquen a mí particular realidad, y que me hacen sostener con más dignidad mi feliz existencia...

Un lector que no puede esperar al lunes para adquirir una esperada novela. La carta de recomendaciones de una empresa de alquiler de amores. La insólita separación formal de un matrimonio para poder vivir juntos. Un anciano que, noche tras noche, marca el mismo número de teléfono anónimo. Las voces de los ciudadanos de la creando juntos, simultáneamente, el sonido de la ciudad. Un matrimonio de "bondades clásicas y costumbres más clásicas todavía" condenado por la Municipalidad a pagar un nuevo impuesto por hacer el amor dos o menos de dos veces al mes. La mujer que cruza por fin a la acera de enfrente y entra en un sex shop. Escribir y escribir sin parar sin dejar de pensar en unos ojos tristes que un día encontró el autor por casualidad. Descubrir el motivo del silencio de los perros que guardan la hacienda. La búsqueda de un gato blanco. Un extraño e imaginativo juego en un supermercado. La sabiduría de un librero. Una cena con resultado inaudito que pone fin a la monotonía de la vida de una pareja. "La venturosa jornada cotidiana del que llaman un hombre raro". La peculiar orgía de fin de semana de una horda de intelectuales primitivos. Habitar dentro de un tiranosaurus mientras se lava el coche. El ajusticiamiento de una parricida. La desternillante lectura del prospecto de un marido. La tragedia más profunda de una ensoñación erótica. La carta de una hija a su madre y su desolación por no haber sido elegida como esposa del heredero a la corona. Un desasosegante sueño navideño. Un funeral anónimo. El texto más corto para el día más largo. La carta de un tío a su sobrina donde le comunica su intención de ser un afamado literato.El inesperado final de un bedel que sueña ser novelista de éxito.

Veinticinco relatos que nos muestran cosas que solo podrían ocurrir en la "bella y olvidada ciudad de Recuerdo", donde solo se puede llegar, según el autor, "en un estado de ánimo diferente, un estado alterado". Una ciudad donde se superponen las realidades unas a otras, donde lo cotidiano y lo fantástico o lo extraordinario se sientan juntos a tomar café. Una galería de personajes amplia y variada cuya actriz principal es, sin duda, la ciudad de Recuerdo. Diferentes formas de enfocar la narración, originalidad, ironía, sarcasmo, humor, erotismo.... De nuevo, desconcertada por los relatos de este autor.

miércoles, 6 de enero de 2021

Historias de Chacón, de José Cantabella


 Poliédrico

Érase una cara que a cada gesto cambiaba. No era nunca la misma, de un perfil que del otro, de frente, una cara que a cada movimiento cambia, cuando habla, cuando ríe o cuando absorbe el humo del cigarro o cuando escribe. Cuántas caras tiene el escritor, que cada palabra que escribe, que a cada gesto va cambiándole la cara que es el espejo de su obra.

Así creo yo que es Chacón, cuyas historias nos relata José Cantabella en esta obra, un poliedro de innumerables caras que lo mismo pasea reflexionando sobre asuntos tan trascendentales como el paso del tiempo y la muerte, que recuerda de repente que la noche anterior estuvo poblada de sueños eróticos con su compañera de trabajo, que anuncia la apertura del plazo de matriculación en la Escuela Oficial de Idiotas. A Chacón lo conocimos en el relato “Fidelidad”, en Amores que matan, como el aburrido oficinista cuya imaginación volaba mientras leía la sección de contactos de un periódico. También en aquella primera obra nos presentó Cantabella la “bella y olvidada ciudad de Recuerdo”, por donde transita nuestro personaje y cuya configuración se asemeja bastante a la ciudad de Murcia, una ciudad inusual donde los escritores pueden bajar a un kiosko a comprar palabras o ideas. Chacón es la pasión por la literatura (más claro, y agua), la ambigüedad, la sátira (en alguna de estas páginas sigue recordando a los Literators, y no puedo evitar que se me escape la sonrisa pensando en ciertos individuos que, en secreto, podrían pertenecer a esa especie). En el día a día de Chacón (¿cuánto tendrá este carácter de autobiográfico? Me temo que no lo sabré nunca) se mezcla lo ordinario con lo insólito, transitando de lo uno a lo otro de manera sutil y a veces imperceptible. En estas 114 composiciones, el autor nos muestra con pinceladas difusas trazos fugaces de su alter ego literario, que ama sin duda a Cortázar y a otros tantos (los nombra directamente o alude a ellos mediante algún detalle en las composiciones). Un individuo meditabundo y hastiado en ocasiones que muta en pura socarronería o en asombrosa pachorra (“Cuando por fin Chacón encontró el punto G, Angélica Brown llevaba ya dormida un buen rato”).

Notas, apuntes llenos de ingenio y acrimonia. Interesante la forma en la que juega con las palabras. Un poco desconcertante.

Y ya para terminar (soy una viciosa, lo sé y no lo puedo ni lo quiero remediar), lo que me quedo para mi colección:

Pascual García

A Francisca Fe Montoya que vela sus sueños

Los que viven como Chacón para merecer la muerte nunca sabrán cual de los personajes que deambula por el mundo hostil de los libros del escritor de Los Olmos es realmente el intruso, pues esos individuos no creen en el bálsamo del tiempo, quizás solo sean voces y gestos creados para vengarse de tanta soledad o tal vez nada más que seres creados para que nunca olvidemos su nombre.


Toda novela

A Rubén Castillo

El lector es la esposa del novelista, el personaje principal es su amante, mientras que el lenguaje que utiliza es la prostituta con la que se pervierte.


martes, 5 de enero de 2021

Amores que matan, de José Cantabella


 

Escribir es el arte de arrancar los demonios de adentro.

Comienzo con una de las frases que se me ha quedado enganchada en el pensamiento desde que he acabado de leer Amores que matan (Nausícaa, 2002), primera obra publicada de José Cantabella. A ciertos versos de este autor llegué de manera poco ortodoxa; no confesaré cómo, pues hasta mi yo más descarada se sonroja, pero sí diré que fue la entrevista que Pascual García transcribe en Palabras y café con escritores la que me incitó a buscarlo y leerlo con detenimiento.

Una enigmática niña que pasea por el cementerio durante el entierro de un escritor. La angustia de saber que “no siempre es buen momento para abrir una puerta”. La dramática dicotomía entre el hombre y el escritor en las frías tardes de un invierno gris. Un intento de exorcismo literario. El nacimiento de una terrorífica nueva especie: los Literators (sátira en modo on: “no son tan leídos como sospechábamos”, p. 26).Un idílico regreso a la infancia rememorando los ojos de una hermana de imaginación desbordante. El revelador recorrido de un individuo desde su casa hacia una cena de amigos. El momento mágico en el que se toma la foto de una hermosa mujer a principios del s. XX. El placer erótico que en ocasiones proporciona la lectura. La literatura y el “látigo sigiloso” de las palabras como armas contra la mediocridad. La bizarra historia de amor entre un hombre y un cajero automático (dedicada al enorme Pascual García). Un encuentro onírico con el gran Cortázar. El inaudito cuento sobre la enfermedad del amor. Las tribulaciones de un aburrido oficinista mientras devora la sección de contactos de un periódico. Un programa de libros con alas de plata (dedicado a un lector sublime) que no encuentra su hueco en la parrilla televisiva. Conferencias saboteadas por un Grupo de importantísimos elegidos. El editor que espera en su despacho a que un joven escritor le entregue el manuscrito original de su primera novela. Una familia que, rauda, presta su ayuda para salvar el decoro de un escritor. Un vampiro que, inopinadamente, descubre su condición y decide disfrutarla. Conocer a alguien en otra vida. Una mujer que se masturba en su salita viendo películas pornográficas. Y “un niño que no quiere y se niega de por vida a crecer”.

Veintidós relatos que ponen de relieve el incuestionable amor de José Cantabella por la literatura, a la que llegó de forma tardía pero que lo acogió con los brazos abiertos. Veintidós cuentos exentos de artificio donde se percibe la humildad de un autor que admira sinceramente a otros autores de la talla de Eloy Sánchez Rosillo, Pascual García, Rubén Castillo, y el enorme Cortázar. Páginas donde el mundo exterior y los sucesos que en él acaecen pierden importancia (“como si eso tuviera la menor importancia”, repite varias veces el escritor a lo largo de la obra) frente al grandioso poder de la imaginación mientras el narrador mezcla “indisolublemente lo real con lo fantástico”. Historias y personajes que se mueven rozando los márgenes de la irrealidad, del vértigo, envueltos en un aura de enigma irresoluble. Ironía, sarcasmo y erotismo exento de vulgaridad. Lecturas, en definitiva, interesantes.

Os dejo algunos de los fragmentos que coleccionaré en mi álbum:

“una ciudad olvidada llamada Recuerdo” (p. 17)

“Escribir es atar el tiempo.” (p. 21)

“Escribir es arrancar la vida rota.” (p. 22)

“... me preguntaba quién puede dominar los sonidos que oímos a través de la lectura, las músicas tan sonoras que hacen sentirnos irremisiblemente sometidos a los múltiples placeres que seguían invadiéndome...” (p. 45)

“... las papilas se enriquecían con los giros lujuriosos de la escritura...” (p. 45)

“... para acabar por fin de no entender a través de las palabras innecesarias.” (p. 59)

“... lo esencial es precisamente lo que se fuga.” (p. 61)




lunes, 4 de enero de 2021

Alimentos de la tierra, de Pascual García


 

Jugué en las calles de un invierno frío,

en sucios callejones de otros años,

en un pequeño pueblo

donde la lluvia aún moja mi memoria.


Como ya he dicho alguna alguna vez, nunca he sido lectora habitual de poesía (sigo desconociendo el motivo). Podría decirse que casi me he estrenado en disfrutarla con Pascual García, y es que no es para menos. Acabo ahora Alimentos de la tierra (Huerga y Fierro Editores, 2008) y, como ya me ha ocurrido anteriormente tras paladear los versos de este autor, me quedo con la sensación de haber acariciado un verdadero tesoro.

Alimentos de la tierra consta de cuarenta y un poemas, divididos en dos bloques (La Tierra Nos Pertenece y Sentados a la Mesa), nacidos de la memoria más íntima del autor, de la que probablemente se nutren el hombre y el poeta configurando en su conjunto a una persona que despierta sin duda el interés y la admiración de aquellos que tienen la fortuna de cruzarse en su camino. Si lo han leído con anterioridad, sabrán (y si no, ya se lo digo yo) que el poeta nació y creció en tierras agrestes y hermosas, rodeado de una familia que fue sinónimo de amor incondicional y conectado de forma inevitable a la bendición y al castigo de la vida rural. Los recuerdos de aquella vida en aquellos tiempos son la materia prima preciosa con la que elabora estos cuarenta y un poemas. Y qué manera de transmitirnos sus vivencias. Pascual García recuerda con los cinco sentidos, revistiendo así cada uno de los versos de una contundencia y una honestidad (yo la percibo) impresionantes. Sus remembranzas adquieren la forma de escenas sencillas repletas de una belleza inconmensurable: una familia sentada alrededor de una mesa compartiendo los alimentos y el amor de cada día, los ojos de un niño oteando el cielo límpido de una mañana de invierno, el abuelo fumando junto a la chimenea. Los hilos de su memoria vienen acompañados del sonido del viento frío y el crepitar de la lumbre, y cargados de aromas, sabores y tactos imposibles de olvidar. Sus letras huelen a olivo, a humo y a pan recién hecho. Saben a leche caliente y a almendras dulces. Y tienen el tacto de la tierra áspera, de los dedos rugosos de los héroes del campo, del agua fresca de las acequias y de la suave piel de su madre. Precisamente, los versos dedicados a esta última, abundantes en todo el poemario, destilan ternura a raudales (“Antes de que amanezca/ me llamará mi madre con su voz/ de ala y susurro”; “Tengo el olor del pan y de sus manos/ como se tiene una reliquia sacra”). Dulzura infinita y sobrecogedora también en los poemas dedicados a la esposa y a los hijos (“y oigo sus palabras aleves, besos/ inesperados y nos crece el mundo/ en las manos y en los ojos...”, dice refiriéndose a su hija en el poema “Como la tierra”). Además, sus referencias al deseo carnal y a los encuentros sexuales son particularmente deliciosas (“Podrías haber sido otra, cualquiera/ una mujer hermosa y diferente,/ desnuda en un cuarto extraño, esperando/ a que llegue el turno de mis manos/ y ejerzan su honda labor de caricias,/ inéditos el vientre y los dos pechos,/ e inmarcesibles los muslos...”).

Belleza, sencillez y verdad conjugadas de forma sublime para dejarnos versos tan hermosos como estos:

“Sentados a la mesa nos queremos,/ el pan caliente, el humo de la sopa,/ y a veces llueve en las ventanas frías.”

“Éramos la piedra, el frío, la tarde,/ y vivíamos en la calle solos/ como animales sin dueño, puros/ y echados en el barro de las sombras.”

“... y está el amor también bajo la mesa,/ entre tus muslos y mis manos, cerca/ de la verdad.”

 

Una comienza a leer el poemario y se da de bruces con una cita de Antonio Muñoz Molina que el autor escoge, con mucho acierto, para dejar entrever a los ojos lectores cuál va a ser, a grandes rasgos, el menú del banquete literario que está a punto de degustar: “Escribir y recordar son actos de pura rebelión contra el tiempo.” Indefectiblemente, se ha de concluir que Muñoz Molina tiene razón, pero solo en parte. Cierto es que la memoria es la diosa que insufla el hálito de vida a cada uno de los versos del poemario. Asimismo, estaremos de acuerdo en que recordar es la única arma de la que disponemos para luchar contra ese tiempo que se nos escapa entre los dedos sin el más mínimo asomo de piedad. Pero escribir es una cosa, y lo que hace Pascual García, otra muy distinta. Porque estoy absolutamente convencida de él no escribió estos versos, sino que, de algún modo incomprensible para nosotros, la poesía que lleva dentro transformó su alma en letras y, engarzándolas con mimo, nos dejó a los lectores esta joya para disfrutarla con el mayor de los deleites.

domingo, 3 de enero de 2021

Hablar durante las comidas, de Pascual García


 

Pero la vida, esa hecatombe cotidiana e imparable, ha terminado pasándonos por encima de un modo despiadado.

En esa frase se podrían muy bien resumir las idas y venidas, las cuitas y los llantos de los individuos que habitan las páginas de Hablar durante las comidas (Aguaclara Libros, 2014), conjunto de cuarenta y un relatos que, en mi modesta opinión, sitúan a Pascual García como uno de los mejores escritores y narradores que ha dado nuestra tierra.

Volvemos a encontrarnos en esta obra con los ya conocidísimos paisajes, íntimos y melancólicos, de Los Olmos y Puerto Errado como telones de fondo contra los que se recortan la mayoría de historias, como escenarios propensos a la aparición de figuras solitarias, desvalidas, destempladas y desasidas de cualquier atisbo de plenitud o equilibrio emocional. Terrenos hoscos y agrestes que cobijan almas a las que les falta un pedazo, curtidas en vientos fríos o soles de justicia.

Cuarenta y un relatos breves, pero no por ello simples o menos intensos, cuya materia prima principal es la vida, la humanidad y la cotidianeidad, y, por ende, el amplio abanico de situaciones, sopresas, misterios, emociones y laberintos que de las anteriores se desprenden. Ciento sesenta y tres páginas donde el autor demuestra una vez más su extraordinaria habilidad para adentrarse en sus personajes y mostrarnos sus resquicios, perfilando con delicadeza y con extrema pericia su geografía íntima de sombras, pesares y anhelos. Personajes que caminan por sendas que no llevan lugar alguno excepto al callejón sin salida de la tristeza más honda. Hombres y mujeres que duermen, trabajan o leen para ocultarse del mundo. Amores inéditos, perdidos o presos en brazos otros; amores que nunca se podrán rozar con la yema de los dedos. Gente corriente cuyo único refugio es la resignación, la aceptación de la nada y el dolor cotidianos. Miedos. Heridas. Pozos de melancolía. La muerte como parte de la vida. Y una nota de ternura que asoma de vez en cuando en la melodía de miseria y pesadumbre que empapa del primero al último de los cuentos. Excelente también la forma en que Pascual García lleva al lector de la mano hacia finales en su mayoría intuidos pero generadores de desazón y algo similar a la inquietud. Dicen que lo bueno, si breve, dos veces bueno, y el dicho se ejemplifica a la perfección en el relato titulado “El hijo pródigo” donde, con solo una línea, el autor transmite todo un universo de desasosiego.

Y, para finalizar, como suele ser mi costumbre, les dejo algunas joyas que me ha regalado la lectura de la obra:

“La esperanza es la bandera de los que no poseen nada, y yo me hallaba a la intemperie.” (p. 41)

“Les temíamos a las palabras, sin duda, porque, en ocasiones, también nombraban la verdad.” (p. 46)

“Nadie alberga más esperanza que el que ama y no sabe el motivo...” (p. 53)

“... y huye la noche en dirección a la tristeza, como ya nos tiene acostumbrados.” (p. 72)

“Vivimos en mundos paralelos y estamos condenados a no encontrarnos jamás.” (p. 93)

“... y callábamos consintiendo noche tras noche la atroz monotonía de la penumbra.” (p. 96)

“... y a la mujer la sorprendió el alba llorando con el desconsuelo de quien no entiende un sentimiento tan elemental como el desprecio o la indiferencia.” (p. 158)

Insisto, cuarenta y un cuentos breves pero intensos, escritos con maestría y narrados con la solvencia del que sabe lo que hace.

viernes, 1 de enero de 2021

Monólogo del que reza a la muerte, Pascual García


...ella no bajará, está con Pedro en dormitorio y me ha dicho que la olvides, que las cosas nunca serán como han sido hasta ahora...

Con esas palabras se inaugura el quebranto de una vida. Con esas pocas frases y el trasiego de los días iguales se transforma un hombre en una "bestia humana" de sufrimiento perpetuo y mezquindad patológica. Así se nos define al nonagenario protagonista de Monólogo del que le reza a la muerte, como a un ser que vive recluido en su guarida de soledad autoimpuesta, de dolor añejo que se renueva siempre al alba y al ocaso, de defensa contra aquellos que, según dictamina su paranoia, le desean la muerte. Un anciano que en otra vida fue un muchacho al que su primer amor cambió por la estabilidad del porvenir junto al dinero y al poder. Un rechazo que cercenó cualquier  posibilidad de amor, de luz o de calidez, que desterró toda fibra de humanidad al período anterior al cataclismo y condenó a todo aquel que llegó posteriormente a su vida, esposa e hijos sobre todo, al desprecio, al insulto, a la vejación perenne e infinita de una mente alcoholizada y quebrada por la frustración de lo que no pudo ser. Monólogo del que le reza a la muerte es el soliloquio en bucle de esa alma torturada mientras le reza a la muerte verdadera (personificada al final en el recuerdo de su amada) para que lo redima de la sordidez y la iniquidad del mundo y de los que le rodean.

Pascual García sorprende en esta obra utilizando una construcción gramatical que contribuye en gran medida a la atmósfera opresiva, asfixiante, repetitiva  e incluso fastidiosa del monólogo interior del anciano: ni un punto y aparte en las 187 páginas de la novela, escasísimos puntos y seguidos, y una profusión de comas que, al menos, permiten al lector ir respirando de vez en cuando, y confieren al relato el soniquete de una letanía donde prima la voz que desgrana su desgracia en primera persona sobre la de un narrador omnisciente que aparece de manera inopinada, contribuyendo a la sensación de desasosiego que permea la mente lectora. Una obra donde apenas hay nombres: Pedro (el sujeto cuyo dinero le hurtó a su amor) es mencionado una vez; Sara, la persona que cuida al anciano en su residencia de Los Olmos (mundo exterior hosco, frío y agreste que concuerda a la perfección con el mundo interior del anciano sin nombre) y mano ejecutora de la venganza de los otros en los delirios de su imaginación perturbada; y Dolores, qué nombre tan adecuado para la esposa que no recibió más que desprecio, insultos y golpes. Los demás nombres son irrelevantes, solo importa el dolor y el alivio futuro que traerá la diosa eterna a la que reza sin cesar. Prosa densa, intensa y con momentos líricos sublimes. Otro ejemplo más de la altura literaria de Pascual García. 

El día que se perdió la cordura, de Javier Castillo

Hace unos días, en Estamos Leyendo Blog, publicaron una interesante entrevista en torno al thriller y la entrevistadora hizo una...