domingo, 10 de enero de 2021

Poemas de amor, de José Cantabella


 

... voy a grabar tu nombre con mis ojos

en el pétalo fresco de una rosa;

luego, voy a lanzarlo

con todas mis fuerzas, decidido,

para que la suave brisa

lo lleve hasta tu corazón...


Esos versos, del poema titulado “Primavera” son toda una declaración de intenciones y revelan, si es que acaso el título dejaba algún lugar a la duda, el tema en torno al que gira Poemas de amor, de José Cantabella, publicado en 2014 bajo el sello de Azarbe.

Obra breve pero inmensa en cuanto a sus repercusiones en el alma lectora, que es, al fin y al cabo, lo que a esta servidora más le importa. Diecinueve poemas repletos de una de las emociones más humanas, porque, como dice el autor, “¿acaso hay un lugar/ donde el amor no prenda?”. Volvemos en esta obra a encontrarnos a un autor cuyas mejores armas son el verbo llano (que no simple) y la recreación en tinta de imágenes de una sencillez y una verdad casi turbadoras. Sencillez y naturalidad para escribir sobre el amor, ese ente indefinido y complejo que todo lo trastoca, y que llega cuando y de donde menos lo esperas. Atrevánse a leerlo y a decir que no se ven reflejados en la gran mayoría de versos.

Que Cantabella sea su apellido es algo casi profético, porque el autor canta, de una manera bellísima, al amor en todas sus facetas. No solo al amor romántico, sino también al amor a la vida, como puede verse con claridad en el poema “El saludo de la vida” (p. 31):


“Tal vez sólo sea

que ya ha amanecido,

y, la vida venga a saludarme, un día más,

a ungir sobre mi frente

su preciosa luz de oro”


No se olvida tampoco de su amor por la literatura. Un poema en memoria de Alejandra Pizarnik (“El silencio de las carolilas”), otro de homenaje a su admirado Cortázar (“Poema de Horacio Oliveira”), y estas líneas repletas de ternura así lo atestiguan ( “Algunas palabras”, p.19):


“Cuando tengas frío,

llevaré, solícito,

miles de libros de poemas

al pie de tu cama.

Nada da tanto calor

como las palabras, vida mía;

ni siquiera

un cuerpo como el mío.”


No falta en el poemario algún rastro de tristeza o melancolía, relacionados con la pérdida o la fugacidad ocasional del sentimiento amoroso, pues también los grises forman parte de la paleta de colores del amor, pero incluso esos grises los acaricia con grandeza y templanza (“La fugacidad del amor”, p. 35):


“y lo fijo con la tinta que es mi sangre,

que siempre, mujer, te amaré,

aunque nunca jamás sea tu dueño.”


Amor del bueno, del que todos alguna vez hemos soñado, pasión ardiente capaz de fundir el hielo del “Ártico” (p.17-18):


“Yo también quiero

acercarme a ti, dócil, y hallarte deseosa,

cuando esta noche

en nuestro lecho íntimo

frotes

con tu lascivo dedo índice

tu ardiente clítoris.”


“...cuando recorres

con tu adorada lengua mi sumiso cuerpo,

y llegas, feliz, ardiente, pura,

hasta mi sexo también encendido.”


Diecinueve poemas donde la serenidad y la mesura del poeta bailan un tango “apretao” con el fuego del sexo que arrasa a su paso. Del gris ceniza al rojo sangre de un corazón que late para obsequiarnos en tinta con la rotundidad de estos versos:


“Te amo.

¿Cómo no amarte?”







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