martes, 5 de julio de 2022

Nada importante, de Mónica Rouanet

Calladita estás más guapa. Las mujeres, ver, oir, y callar. Así no se comporta una señorita. Con esa actitud, no vas a encontrar nunca un hombre que te aguante. Te vas a quedar para vestir santos. Podría llenar páginas y páginas con las lindezas que durante siglos han escuchado (y, lamentablemente, siguen escuchando) un alto porcentaje de mujeres. El simple hecho de nacer con dos cromosomas X sitúa a aproximadamente el 50% de la población mundial en una clara situación de desventaja con respecto a la otra mitad, es decir, el colectivo XY. Esposas, madres, sumisas, sujetas a cánones estéticos ridículos y lastradas por la desigualdad atávica de pertenecer al sexo débil. Susceptibles de sufrir acoso, agresión y violencia en cualquier entorno. Sin embargo, ciertos sectores enfermos y reaccionarios se empeñan en proclamar que todo lo anterior no existe, que es fruto únicamente de degeneradas y maquiavélicas mentes feministas. Por lo tanto, sigue siendo necesario –muy necesario, extremadamente necesario– visibilizar a todos los niveles el nefasto panorama al que nos seguimos enfrentando las mujeres en pleno siglo XXI. Y qué mejor arma para hacerlo visible, debió de pensar Mónica Rouanet un día, que la palabra escrita. Nada importante es el título de la novela donde Rouanet explora y expone con claridad meridiana la situación a la que se enfrentan ciertos personajes femeninos y las actitudes de ciertos personajes masculinos en torno a un episodio de violencia machista.

La primera parte de la trama de Nada importante (Roca Editorial, 2022) arranca en Madrid a principios de 1991. Minerva, una joven estudiante de Psicología, es hallada al borde de la muerte en un callejón oscuro por un tipo que pasea a su perro de madrugada. Junto a ella, el cadáver de su presunto agresor, su exnovio. Sota, caballo y rey: crimen pasional indiscutible. Contra todo pronóstico, el objetivo del verdugo no se cumple, y Minerva sobrevive. Totalmente amnésica, sí, pero viva. El inspector Campos (machista recalcitrante) y la agente Parrondo intentarán que la víctima declare, para poder cerrar un caso que está claro como el agua.  Julio Amaya, periodista de profesión convertido en tertuliano de la telebasura más amarillista, buscará la forma de recuperar su antigua gloria ofreciendo a la audiencia los detalles más morbosos del caso y, para ello, tendrá que utilizar un infiltrado. La doctora Fuentes, feminista convencida, ayudará a Minerva en su proceso de recuperación. Sagrario, la madre de la víctima, dejará su pueblo en la costa levantina para estar al lado de su hija que no la recuerda. En uno de sus muchos días en el hospital, trabará amistad con Fran, un personaje que será, más adelante, clave en la trama. Sin embargo, y sin que nadie sospeche lo más mínimo, el verdadero agresor de Minerva (no era el exnovio, eso ya nos lo dejan claro al principio de la obra) se oculta en las sombras temeroso de que esta recupere la memoria, e irá introduciéndose en su círculo más íntimo para tenerla bajo su control. Mientras tanto, irá narrándole al lector, en primera persona, el por qué y el cómo de lo que él mismo denomina sus "autoencargos". La segunda parte de la novela supone un salto considerable en el tiempo, pues nos sitúa a finales de febrero de 2020, al principio de la pandemia, a las puertas del confinamiento. Minerva nos cuenta que decidió volver a Madrid, huyendo de las miradas chismosas y reprobadoras de su pueblo, buscando el anonimato que garantiza la gran ciudad. Ha comprado el piso donde vivía cuando fue agredida, y trata de llevar una vida normativa a pesar de los vacíos. Ante el cada vez más inminente confinamiento que se cierne sobre ellos, decide quedar con sus amigos, Fran y Manuel, y al final de la noche les desvela una gran noticia: más de 30 años después, ha empezado a recordar. A partir de ahí... No querrán que se lo cuente yo todo, ¿no? Si quieren saber, tendrán que leer.

Mónica Rouanet lo borda en Nada importante. Construye a los personajes de forma magistral, profundizando tanto en ellos y manejando su psicología hasta tal punto que el lector llega a pensar que son reales. Sin ahondar en lo escabroso, no escatima en detalles. La tensión dramática está presente desde la primera hasta la última página mientras intentamos averiguar quién es en realidad el agresor, mientras deseamos que se atragante el señor inspector de policía, que se vaya al carajo el periodista de tres al cuarto, que Minerva recupere la memoria. Las reflexiones de los personajes femeninos son a ratos puñetazos en la boca del estómago; otros, reminiscencias de un pasado que a más de una nos gustaría olvidar. Por si no lo habían captado ya, lectura absolutamente recomendable. Gracias, Mónica, por usar la palabra como arma. 

sábado, 2 de julio de 2022

El destino del agua, de Mikael Cantalapiedra

Llevo un rato dándole vueltas a cómo clasificar, en términos de género, la obra que acabo de terminar, y lo cierto es que ni me acerco a conseguirlo (también es verdad que no entiendo a qué viene ahora este afán clasificatorio, si a mí siempre me ha importado un pimiento, pero reconozco que esta obra me ha generado una cierta inquietud, una extraña necesidad de etiquetarla). Lo único que tengo claro es que se trata de literatura fantástica y que lo más probable es que no encaje en ninguno de los subgéneros estipulados hasta el momento (y, mientras escribo esto, sigo preguntándome: ¿eso qué más dará?). Mucho de fantasía alegórica, un poco de épica o epopeya, algo de gótica con sus fantasmas, sus ángeles y sus demonios, y magia y poderes a muchos niveles, y todo interfiriendo en el mundo real. En definitiva, un crisol de elementos que la sitúa como el enfoque menos ortodoxo y más original hacia la fantasía que he leído hasta la fecha. Y, como ya sabréis de sobra, me encanta que me sorprendan y me rompan los esquemas.

La obra en cuestión se titula El destino del agua y vio la luz bajo el sello de Ediciones Arcanas a finales de 2018. Su autor, Mikael Cantalapiedra, sitúa al lector desde la primera página en un escenario interdimensional donde las posibilidades son absolutamente infinitas. El relato comienza en la constelación de Piscis, sumida en la anarquía desde hace milenios, desde la partida de su Señora, Gota de Lluvia. Helena, una de las hijas del agua, decide bajar a la Tierra, convencida de que allí la encontrará y evitará así el cumplimiento de la profecía que augura la segunda destrucción de la vida en el universo. Una vez en el planeta azul, tendrá que unir sus fuerzas con las de otros cuatro seres con poderes extraordinarios: Julien, un niño terrestre que es en realidad un árcade que trata de regresar a su mundo; el mago Calen y su inseparable fantasma Danielle, cuyo objetivo es exterminar al demonio Samael; y Jack, el hombre-guepardo que busca desesperadamente a su amada felina. Juntos tendrán que enfrentarse a los Hijos del Vacío y su cohorte de esbirros, una serie de criaturas con habilidades asombrosas cuyo fin es... Y habrán pensado que se lo iba a contar todo. Pues no. Tendrán que leerlo si quieren saciar su curiosidad.

Ocho mundos separados a conciencia por los poderes superiores que manejan los hilos y, sin embargo, aquejados del mismo mal: la ambición desmedida que todo lo corrompe. Sorpresas y traiciones interdimensionales. Dudas y preguntas que quebrantan credos. La pureza y la inocencia frente a la depravación moral. El amor que todo lo puede y el agua generadora de vida. Esos son algunos de los elementos que intervienen en la receta del autor para conseguir una obra original narrada con solvencia, construida con una prosa bastante más que aceptable. En El destino del agua, Mikael Cantalapiedra combina de manera hábil los recursos de la mitología, el folklore, diferentes creencias religiosas y una imaginación desbordante para tejer una telaraña donde fantasía y realidad constituyen una sinergia indisoluble que captará, sin duda, la atención del lector desde el principio. ¿Se la van a perder? 

Mientras cae la lluvia, de Teresa Pérez Landa

Lluvia y amor son hijos de la misma madre. Ambos son melancolía. Ambos son inevitables. Ambos pueden calarnos hasta los huesos e...