lunes, 21 de septiembre de 2020

Las Grietas del Infierno, de Rubén Castillo.


Las Grietas del Infierno cuenta la historia de una denuncia por supuesto acoso sexual de un profesor (de literatura, para más inri; quien alguna vez haya estado enamorada de un profe de literatura que se prepare para desempolvar viejos recuerdos y para sentirse señalada con el más acusador de los índices) a una alumna de bachillerato (nocturno, para más inri también). La temática, espinosa y atemporal. El enfoque narrativo, más que interesante: testimonios, transcripciones de entrevistas, cartas; voces en primera persona que conforman un caleidoscopio de perspectivas de verosimilitud milimétrica. Diferentes puntos de vista iluminados por la hoguera de la caverna platónica configuran la abyecta pendiente de descenso hacia los lodos más inmundos de la condición humana. Verdades como puños (políticamente incorrectas en los tiempos que corren, pero verdades al fin y al cabo), barra libre de hipocresía, los despojos del naufragio cuando amaina la tormenta y queda el rumor sordo del trueno en la lejanía. Ver «el infierno a través de las grietas de esta pesadilla» y quedarte a esperar que te engulla.

¿Y la forma de narrar de este individuo, qué? Brillante, brutal, sin ápice de clemencia, es capaz de borrar de un plumazo una sonrisa pícara para convertirla en asco. De transportarte de la certeza a la duda con un chasquido de dedos. De hacerte reír en una línea y obligarte a disimular una lágrima en la siguiente. Grandioso vapuleo emocional, sin precedentes.

Disculpad estas letras tan caóticas, tan dispersas, pero he de confesar que vuelvo a escribir perpleja, atónita, falta de verbo. Satisfecha pero resacosa. Salgo de esta novela como lo hubiera hecho un buceador tras una sesión de apnea prolongada más allá de lo recomendable. Casi sin oxígeno. Aturdida. Con la mente en un estado de ebullición que va in crescendo. Partida en dos: análisis objetivo contra emoción animal; pensamiento racional contra gritos del corazón y las tripas; cerebro contra Aurora. Fatiga la lucha aunque, en mi fuero interno, sepa quién gana en mí la batalla.

 

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