Tarde de domingo y veo, a través de la ventana, cómo van llegando las nubes. Estoy intentando averiguar si se escriben reseñas –como las que escribo yo, que no llegan a eso– de revistas literarias. Hasta ahora, nunca había leído una y, además, me doy cuenta de que soy una desobediente, porque me había propuesto leerla despacito y que me durara mucho y me la he merendado en un par de ratos. Tampoco es que sepa muy bien qué escribir de ella que no suene pedante o paleto (por mí, no por la revista, claro está). Bueno, yo escribo lo que me apetezca y si no les gusta, pues que me detengan.
Mañana lunes hará dos semanas que tuve la suerte de poder asistir a la puesta de largo de la Revista Murciana de Letras tripulada por Javier Castro, de Newcastle Ediciones. La presentación fue interesante y divertida, entre asteroides, meteoritos y plumas llegadas del espacio sideral. Como ya comenté en su día, es emocionante estar en ciertos lugares en ciertos momentos concretos que quizá no sean un hito histórico (o tal vez sí, quién sabe) pero sí forman parte del inmenso y entrañable tapiz cósmico de las historias pequeñas. «La escritura es una forma de fuego que atraviesa la noche», dijo Javier, el temerario editor que ha puesto en marcha el proyecto, como poco anacrónico y desde una perspectiva tan particular como el patio de su casa. Una revista murciana de letras donde no escribe ningún murciano. Quizá esa sea la clave de por qué la lectura de la dichosa revista me ha atrapado. Ha borrado fronteras de un plumazo. El factor común de los autores que han colaborado con sus textos es que en algún momento de sus vidas han tenido contacto con Murcia (curioso también cómo el topónimo va reduciendo o ampliando su alcance según se refiera a la capital o a la región en conjunto). Para unos Murcia es una hermosura de perra, unos veranos en casa de los abuelos o una amiga de la infancia. Para otros, las marineras y las cervezas, el ambiente recoleto de unas calles en fiesta perpetua o una puesta de sol sobre el Mar Menor. Para otros más, Murcia es un lugar de nacimiento o residencia, concretamente el de Eloy Sánchez Rosillo, Pedro García Montalvo, Miguel Ángel Hernández o el cartagenero José Pla (pobre señor, toda la vida tratando de desvincular su pluma y su existencia de la de otro señor con el que compartió nombre y primer apellido). Esa etiqueta de "Murcia" recoge, en concordancia con las secciones en las que se divide la revista, memorias, lecturas, rescates y lugares.
Es esa abolición de fronteras lo que me ha fascinado y cómo, desde la tierra de mi patria chica, en junio del año 2023, he deambulado por bosques norteamericanos esperando a que regresara un animalillo eufórico, he contemplado la orilla del Lago Lemán de los años 30 del siglo pasado, siendo testigo indirecto de momentos históricos que no esperaba encontrar, he olido el aroma a bizcocho casero en el barcelonés barrio de Horta o el hedor del guano en las costas de una Irlanda indómita.
Enhorabuena a Javier Castro y, por supuesto, a la redactora Misha Castro, por su valiente y anacrónica labor. En la lectura de vuestra Revista Murciana de Letras, una entra con su tamaño y acaba saliendo sintiéndose pequeñita y con un par de títulos más añadidos al listado de pendientes.
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