domingo, 20 de noviembre de 2022

La Emperatriz de los Etéreos, de Laura Gallego

A riesgo de resultar cansina, repetiré una vez más que la imaginación es el arma más poderosa de la que disponemos los seres humanos. Gracias a ella podemos, por ejemplo, olvidarnos de nuestro sofá y nuestra mantita, desplegar nuestras alas y volar hasta aterrizar en mundos lejanos y radicalmente distintos al que habitamos. En esta ocasión, acabo de volver de un viaje fascinante a un mundo donde imperan el frío, la blancura de la nieve y el divino afán de una inmaterialidad redentora. La luz y el calor del sol brillan (que expresión tan paradójica en este contexto) por su ausencia y la vida, tal y como la conocemos, resiste oculta en las entrañas de la tierra.

En este escenario tan eternamente invernal sitúa Laura Gallego La Emperatriz de los Etéreos (Alfaguara, 2007), la novela juvenil de aventuras (mira que me gustarán a mí las aventuras) que ha mantenido mi mente ocupada durante las últimas 24 horas. La protagonista, Bipa, es una chica pragmática y poco soñadora que vive en Las Cuevas junto a su comunidad, resguardados del frío y la muerte segura que supondría alejarse de ellas. En las mismas grutas vive también Aer, un muchacho algo diferente al resto que se pasa el día soñando despierto y cuya máxima aspiración es cruzar los Montes de Hielo y encaminarse hacia el palacio de la Emperatriz de los Etéreos, el ser más bello y majestuoso sobre la faz de la Tierra. Será que los polos opuestos se atraen porque, a pesar de ella misma, Bipa inicia una suerte de amistad con el chico raro y comienza a tolerarlo. Un buen día, el muchacho desaparece y, tiempo después de haberlo dado por muerto, regresa con el único fin de demostrarle a Bipa que se equivoca, y que existen cosas que merecen la pena más allá de su refugio en Las Cuevas. Sin embargo, la naturaleza de Aer lo empuja a partir de nuevo hacia la Emperatriz que lo llama con fuerza, y el corazón de Bipa –aunque ella lo niegue con vehemencia– la obliga a marchar en su busca. La joven iniciará un viaje lleno de peligros que pondrá a prueba hasta el último gramo de su tozudez y le revelará la verdadera naturaleza del mundo en el que vive. ¿Logrará cumplir su objetivo de hallar a su amigo y traerlo de vuelta a casa? Para saberlo, tendrán que ponerse un buen abrigo (y los guantes, que no se les olviden) y seguir los pasos de Bipa.

Escrita en tercera persona, y en catorce capítulos de extensión considerable más el epílogo, La Emperatriz de los Etéreos nos adentra en una búsqueda, no solo de un amigo (puede que algo más), sino de la propia esencia. A lo largo de su periplo, nuestra protagonista descubrirá cosas sobre sí misma y tomará conciencia de lo que es realmente importante para ella mientras se topa con personajes de lo más variopinto. Entre sus líneas, si leemos bien, podríamos encontrar una reflexión sobre todo lo que dejamos atrás en aras de alcanzar la perfección y en qué podría resultar nuestro intento.



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