viernes, 4 de noviembre de 2022

A la intemperie, de Rosario Guarino Ortega

A la intemperie: a cielo descubierto, sin techo o ni otro reparo alguno. Eso dice el diccionario de la RAE, y así nos quedamos muchos a causa de la pandemia que nos encerró en casa durante lo que pareció una eternidad y nos arrebató la burbuja de seguridad en la que hasta ese momento habíamos vivido. Asimismo, nos robó los besos y el calor de los abrazos de nuestros seres queridos. Vulnerables, indefensos y distanciados nos quedamos. Volver a las calles y reencontrarnos con los nuestros –con las debidas precauciones, claro está– fue un sueño hecho realidad (un sueño surrealista dentro de una realidad más surrealista aún). El verano de 2020, el de los abrazos furtivos que pudieron más que el miedo, ha quedado tatuado en nuestra memoria individual y colectiva y plasmado en las páginas de la obra que acabo de terminar.

De las manos de Rosario Guarino Ortega salieron los textos que, previamente publicados en la sección «Verano sin fin» de La Opinión de Murcia durante aquel estío, componen A la intemperie (La Fea Burguesía, 2021). Tras cautivarnos con sus versos en Palimpsesto azul y Los márgenes del tiempo y enamorarnos del todo en Florida Verba, el alma sensible de su autora llega a nosotros ahora en forma de prosa, con resultado igualmente delicioso. Su pluma serena y tierna dibuja en los relatos de A la intemperie fragmentos del mundo exterior de todos y de su hermoso universo interior. Esboza con mimo los contornos del mar y de las flores que tanto aprecia. Colorea con delicadeza la experiencia de un ocaso visto a través de las ramas del pino carrasco más grande del mundo. Recrea el sabor de una cerveza fresca en compañía de amigos. Diserta sobre las siestas de agosto, «esa hora mágica que el verano parece hurtar a la rutina vital» (p. 59). Posa sus ojos sabios sobre la luna y las referencias literarias y mitológicas asociadas a ella. Tiende puentes hacia el pasado que la impulsan a sobrellevar el presente pandémico y le acarician la memoria. Y lo adereza todo con amor, con ternura, con amistad y con elegancia.

La eterna pasión de Rosario Guarino por el mundo clásico impregna la obra letra a letra: la etimología, Homero, su gran Ovidio o los dioses griegos nos acompañan en la lectura y nos guían como faros en noche de tormenta. Sin embargo, confieso que a mí lo que me ganó ya desde las primeras páginas fue su declaración de amor –abierta y rotunda– a la palabra: «Sin poderlo ni quererlo remediar amo las palabras desde el origen hasta el extremo.» (p. 23); «Y en verdad las palabras abrazan, y dan calor, y sanan, aunque también hieran, y hasta puedan llegar a ser instrumento mortal. Nunca tanto como un silencio» (p. 24). Nada más cierto y más hermoso para mí. Disfrutad sus palabras, paladeadlas y dejad que os inunden.

Será que tienen razón y siempre fui un espíritu rebelde. Por eso es, quizá, que leo el diario de un agosto a principios de un noviembre.

1 comentario:

  1. ¡Qué honor para mí que dediques tu tiempo, tu atención y tus palabras a mis escritos! Millón de besos y de gracias 🙏🏼 😘

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