Hay obras que despiertan en mí una curiosidad inmediata, de las que conviene atender pronto. Este ha sido el caso de La impostora: Cuaderno de traducción de una escritora, de Nuria Barrios (Editorial Páginas de Espuma, 2022). Llegó a mis manos por cauces inesperados a la par que bienvenidos y muchas de sus líneas se han convertido para mí en una suerte de epifanía novedosa e íntima. Me ha resultado de lo más grato "leerme" en algunos de los fragmentos, "identificarme" en alguna de las conjeturas, "saberme" partícipe del colectivo de los impostores, protagonista sus páginas a pesar de la invisibilidad que habitualmente lo caracteriza.
Nuria Barrios, doctora en Filosofía, escritora y traductora, en La impostora, acude al ensayo para intentar acotar la maravillosa, enriquecedora y complejísima experiencia que supone la traducción. Los catalizadores de esta necesidad de explicar, claros como el agua. Por un lado, el cataclismo existencial sobrevenido con la pandemia. Por otro, la polémica suscitada por la elección de los traductores de The Hill We Climb de Amanda Gorman, recitado por su autora en enero de 2021 en la toma de posesión de Joe Biden como presidente de Estados Unidos, que desplazó el ejercicio literario e imaginativo como pilar fundamental de la traducción sustituyéndolo por una base de índole totalmente diferente: política identitaria y racial (ay, el doble filo de las redes sociales). Nuria Barrios transforma este ensayo literario en una profunda reflexión ontológica, en un genuino viaje existencial. Transmite (con mucho acierto, a mi juicio) la debacle inicial que significa enfrentarse al comienzo de la traducción de una obra literaria, los bancos de niebla que acompañan a la traductora durante todo el proceso, el sentimiento apátrida de ser extranjera en ambas lenguas y la regresión a esa etapa anterior al dominio de la lengua materna (su expresión «un viaje desde la punta de la lengua a la raíz de la misma» la sintetiza con una eficacia brutal) cuando se comprende un elemento del idioma original pero no se encuentra la equivalencia en el de destino. Expresa con claridad meridiana la necesidad de despojamiento, de extrañamiento y de alienación con respecto a una misma al traducir y, a pesar de llegar al final del viaje sin una definición conclusiva del objeto del ensayo, sí elucida su perpetuo fluir entre la fidelidad al texto y la exégesis traductora. Se afirma como TRADUCTORA MUJER, y escribe en femenino genérico, huyendo del acostumbrado masculino genérico («muy masculino y poco genérico»), como reivindicación contra la capa extra de invisibilidad que envuelve a las mujeres que desempeñan este oficio que, casualmente, somos mayoría. Además, y continuando con la perspectiva de género, cuestiona cuál sería el papel de la mujer en la sociedad actual si la elección de cierto vocablo para traducir, en la Biblia, el término hebreo tezla se hubiera hecho con afán igualitario y no subordinador, ya que Eva podría haber nacido "al costado" de Adán y no de una "costilla" suya. Podría seguir escribiendo sobre La impostora durante muchas líneas más, pues dos lecturas de la obra dan para muchas apreciaciones, pero no quiero resultar cansina, así que lo dejaré aquí, invitándoles a adentrarse en su lectura si les apetece.
Eso sí, me van a permitir que concluya esta entrada con un fragmento del final del ensayo en cuestión. Probablemente se trate de las palabras que más cerca estén de definirme a mí misma: «... la que fui, la que soy y la que seré compartimos una certeza: los libros son nuestra manera fundamental de relacionarnos con los otros y con el mundo. También son mi manera de relacionarme conmigo misma».
Ya saben: si gustan, pasen y lean.
No hay comentarios:
Publicar un comentario