Desde pequeñita siempre me gustaron las brujas. Desconozco el motivo, pero nunca inspiraron en mí el terror que se esperaba (será que lo de no acatar las normas fue el don con el que fui bendecida al nacer). En lugar de miedo cuando las nombraban, lo que sentía era una enorme curiosidad. La bruja Curuja, su homóloga Piruja, la madrastra de Blancanieves y la que trató de engordar a Hansel y Gretel para comérselos sin duda fueron las heroínas de mis primeros años de lectura. ¿Sería la malvada Bruja del Oeste que aterrorizaba Oz verde de verdad? Ya desde niña fui consciente de que se las trataba fatal en el imaginario colectivo, y eso que aún no sabía nada de la Santa Inquisición... cuando supe del Santo Oficio todo empezó a encajar. Samantha, la bruja que movía la nariz, me decepcionó un poco, pero la que rompió mis esquemas de forma brutal fue la bruja Avería, que me causaba (y me causa) pavor y fascinación a partes iguales. ¿Que por qué esta disertación brujeril a estas horas de un domingo por la mañana? Pues porque los personajes de la novela que acabo de terminar son brujas y hechiceros acompañados de sapos y cabras fantasmas. Pinta bien, ¿verdad? Y si os digo que la autora es Gema Tacón, pinta mejor todavía, ¿a que sí?
Hoy os traigo Las Soliña. Brujas, sapos, cabras y sanguijuelas (publicada en 2023), la primera entrega de una saga que garantiza dos cosas básicas: excelentes ratos de lectura y numerosos episodios de risa que hace que la gente te mire un poco regular cuando estás leyendo en la playa. Gema Tacón combina en esta saga una especie de fantasía urbana con los mejores ingredientes de la comedia familiar y romántica (y algún puntito de nudo en la garganta también, ¿eh?), sumergiendo al lector de inmediato en un mundo de brujas y otros seres mágicos. Las Soliña son el aquelarre más poderoso que se ha visto en los últimos siglos. Todas menos Sarah Soliña, la protagonista, cuyos poderes se limitan a hablar con animales muertos y a desaparecer cuando estornuda, apareciendo en el primer lugar que se le pasa por la cabeza de formas un tanto embarazosas. La acompaña siempre una ricura de sapo del Más Allá y pronto se unirá a ellos una cabra que también está más para allá que para acá... Pero, ¿por qué empieza la novela con Sarah crucificada en top less y rodeada de vacas? Os lo va a explicar, pero tendréis que esperar unos cuantos capítulos para averiguarlo, y mientras tanto conocer a las Soliña en plena preparación de su viaje a la reunión anual de aquelarres, donde Sarah tendrá que hacer gala de sus poderes para obtener el certificado oficial de bruja por derecho propio (todas las brujas han de hacerlo al cumplir los 21 años). Sin embargo, Sarah no podrá llegar a hacer el esperado ridículo porque de repente un hecho inesperado provoca el caos en el macroaquelarre y su preocupación principal pasa a ser proteger y defender a su familia. Para ello, contará al mismo tiempo con la ayuda y la distracción que le aportará James, un misterioso y atractivo hechicero que la hará perder la cabeza en más de un sentido (si es que no la tenía ya suficientemente perdida). En medio de todo ese barullo, puede que Sarah y el lector empiecen a sospechar que a lo mejor, solo a lo mejor, Sarah no es el desastre de bruja que se nos presenta en las primeras páginas... pero tendréis que leer, porque yo no os pienso contar más.
Además de la excelente ambientación que permite al lector adentrarse en un mundo de seres sobrenaturales y visualizar a los personajes a todo color, y la divertida trama repleta de locuras, uno de los puntos fuertes de esta primera entrega de Las Soliña es ir descubriendo la extraordinaria relación que mantiene Sarah con su familia y los secretos que esta guarda, que intuyo van a dar mucho juego. Gema Tacón opta, de forma muy atinada, por la narración en primera persona, que elicita de inmediato la implicación y empatía del lector, y lo hace, como es habitual, de una forma muy ágil, directa y coloquial, concediendo a cada personaje su propia voz y marcando mucho cada una de sus personalidades, provocando que los queramos casi al instante. Una historia repleta de misterio, de enredos, de diversión y de carcajadas, pero también de una importante reflexión que queda clara como el agua en la nota de la autora. Dadles una oportunidad a Las Soliña y no os arrepentiréis (que os recuerdo que las arrugas de la risa son más sexys que las que salen por fruncir mucho el entrecejo).