miércoles, 30 de agosto de 2023

Deuda de sangre, de Ismael Orcero

En ocasiones no es necesario morir para adentrarse de lleno en el infierno. Tampoco es necesario desplazarse miles de kilómetros para llegar hasta él. Se halla ahí, a una breve jornada sobre la montura, al otro lado de una sierra que separa el mundo civilizado de la mera supervivencia. Se encuentra más cerca de lo que pensamos, a la vuelta de la esquina del funeral de un ser querido que es arrancado de la vida por manos ímprobas. A veces el misterio de ser de los buenos o de los malos de la película reside en el lado de la montaña en el que haya nacido cada uno. 

En Deuda de sangre (Grupo Master Distancia, 2022), Ismael Orcero nos presenta ambas caras de la moneda en un espacio narrativo de geografía imprecisa que evoca en el lector otras narraciones y otros caminos ya transitados por autores como Juan Rulfo o Cormac McCarthy. En la novela, narrada entre el presente de una búsqueda y el pasado de una memoria ahíta de tristezas, Andrés y su hijo Juan se echan al monte para dar caza al monstruo que ha segado la vida de su pequeña Adela de la forma más atroz y depravada. Persiguen a un villano sin alma ni nombre y con malformaciones de bestia apocalíptica apodado Colmillón. Nació como una maldición del vientre de María la de los Sapos, y apuntan que su padre es el mismísimo diablo. Dicen que a Colmillón nadie puede darle muerte, pero Andrés y su hijo se empeñan en demostrar lo contrario y para ello se aventuran al otro lado de la sierra, donde no gobierna Dios ni las leyes de los hombres y la brujería es un credo ante el que muchos se postran. Para saldar su deuda de sangre, se enfrentarán al sol calcinador, al frío implacable de las noches, a la aridez de una tierra baldía y ponzoñosa y al mal en todas sus formas en esa otra parte del mundo donde quienes mejor viven son los animales carroñeros. 

Entre el realismo mágico y el western, Ismael Orcero nos ofrece en Deuda de sangre una historia de venganza y desesperanza. Con ritmo lento y prosa dura de calidad impecable, el autor consigue que al lector le entre en la boca el polvo seco de los caminos y recele de las piedras bajo las cuales yacen criaturas ponzoñosas y sienta el cansancio del camino, atenuado por evocaciones del pasado que añadirán peso a la tristeza del presente. El autor pone con frecuencia en boca de los protagonistas reflexiones sobre asuntos universales y eternos: la existencia de Dios, el comportamiento humano y el mal en su naturaleza, la intervención divina (o del maligno) en el comportamiento de las personas, el conocimiento del mundo, la superstición, el azar, la moral, el destino del hombre y la muerte. En definitiva, literatura de la mejor calidad en la que conviven un universo agreste y salvaje con la profundidad del alma humana. Yo de ustedes no me lo perdería. 

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