De una manera u otra todos portamos, seamos conscientes de ello o no, heridas en nuestro equipaje de años. Algunas de esas heridas sanan con el paso del tiempo, dejándonos cicatrices que dibujan el mapa secreto de nuestra historia personal. Otras heridas nunca cierran, o cierran solo de manera superficial, supurando humores acibarados que emponzoñan la existencia, la propia y la ajena, y perpetúan el dolor de un pasado que fagocita el presente. Esto último les ocurre a la mayoría de personajes de Hijos del pecado (Raspabook, julio de 2021), de Carmen Martínez Pineda, condenados a cadena perpetua en el cenagal de los recuerdos.
Con pulso firme y una prosa magnífica, Carmen Martínez Pineda nos ofrece en Hijos del pecado la posibilidad de ensamblar, pieza a pieza, capítulo a capítulo, la historia de una familia marcada por el drama. El pistoletazo de salida llega en 1999 con la muerte de Vicente, un discapacitado intelectual de veinticinco años, que deja a su familia al borde del precipicio de la memoria non grata. La autora buceará a partir de ese momento en los recuerdos de sus padres –Candela y Gerardo–, de su abuela Concha y de su hermano Ginés, que se bate a pecho descubierto con sus dos peores enemigos: el remordimiento por la muerte del hermano y su orientación sexual. Enlazará esta trama cercana en el tiempo con otras de los mismos personajes y otros familiares suyos en el levante rural (más concretamente en la huerta de Murcia), remontándose incluso a los últimos años de la Segunda República. Nos irá dibujando por capítulos la historia de la abuela Concha y de su hija Candela, la de la tía Angustias y el tío Herminio, que enmarcarán la trayectoria de la prima Margarita, la de Juan Antonio el Sin dios y Fuensanta de Fanjul. Vidas todas marcadas por la miseria de su entorno rural, por la Guerra Civil y, sobre todo, por el yugo cristiano del pecado, la culpa y el castigo. Almas sepultadas por el lodo de la hipocresía y la doble moral. Pieles tatuadas a fuego por la indecencia. Hiel en los labios y sueños de légamo.
En Hijos del pecado se aprecia un planteamiento diferente en cuanto a estructura temporal, puesto que prescinde de la secuencia cronológica de acontecimientos o del flashback y nos los presenta cual piezas de un rompecabezas que el lector deberá ir colocando en su lugar correspondiente para obtener la panorámica completa de una historia en la que la realidad se disfraza de verdades inventadas. La forma de narrar de la autora es verdaderamente magnífica (o a mí me lo parece), combinando el lenguaje común de gentes sencillas con una prosa intensa que a menudo roza lo poético. A este respecto, podría citar la forma en que varios de los personajes se refieren eufemísticamente al retraso mental de Vicente. Por ejemplo, en la página 30, la abuela Concha lo define como una criatura «con esa mente de alambrada en la que se enredan las ideas». También podría referirme a la escena cuando una Concha adolescente se mira al espejo en la página 42:«frente al espejo de la palangana que proyectaba su imagen a retazos, bosquejos de un cuerpo en espiral, zigzagueante, como látigo que trina con furia de tempestades». Me dejaría en el tintero sus «pasos de hospicio», sus «dientes temerosos» o sus «lenguas de ventisca», pero es imposible consignar todo lo que me ha parecido maravilloso sin que esta entrada se haga eterna. Os invito a leerla y a disfrutarla tanto como lo he hecho yo.
Nunca temas que tus entradas se "hagan eternas": siempre nos quedamos con ganas de más. Tienes arte para convencernos. Nos sumergiremos en esta obra, qué duda cabe.
ResponderEliminarGracias, Rubén. Que alguien a quien admiras tanto te dedique palabras tan motivadoras cambia el cielo de color. Un abrazo.
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