Los escritores que realmente consiguen trascender el papel impreso son aquellos que llegan a modificar nuestra percepción de la realidad.
Hay afirmaciones con las que un lector puede estar de acuerdo, y hay otras que el lector rubricaría con gotas de su propia sangre. La que encabeza esta entrada es una de estas últimas. Lo cierto es que he disfrutado leyendo a la mayoría de autores que han pasado por mis manos, pero hay tres en concreto (de momento) que han cambiado mi forma de percibir el mundo. Manuel Moyano es, sin duda, uno de ellos.
Llegando ya al final del listado de sus obras, le ha tocado el turno a Mamíferos que escriben (Newcastle Ediciones, 2018), una obra pequeñita en tamaño pero magnífica en cuanto a las posibilidades de lectura que ofrece: tiene algo de ensayo, algo de cuaderno de viaje, algo de relato y mucho de posibilidad de conocer mejor al autor (al final yo también resultaré ser una lectora fetichista). Según cuenta el propio Moyano en su "Advertencia" inicial, los textos que conforman Mamíferos que escriben fueron concebidos como ensayos para El Kraken, revista literaria con la que colaboró mensualmente durante algún tiempo. Se trata, pues, de un conjunto de textos donde el autor nos muestra, de un modo "personal", en cierto modo "proselitista" pero "iconoclasta" (y así lo asevera él mismo), a los autores que realmente le han dejado huella.
Paul Auster, Lovecraft, Cioran, Bukowski, Bioy Casares, Dylan Thomas, García Lorca, Kipling, Álvaro Cunqueiro y, como no, Cortázar y Borges, junto a Bob Dylan y Stanley Kubrick, son las leyendas (casi mitos) que dan vida a las páginas de Mamíferos que escriben, y Manuel Moyano nos los dibuja cómo solo él podría hacerlo – pues nadie más es poseedor de su mirada de halcón–, de manera sincera y cercana (como si nos lo estuviera contando un amigo), mostrándonos con naturalidad sus luces y sus sombras, sus idiosincrasias, sus momentos de gloria y sus pozos de miseria. Aunando sus vidas y sus obras en un todo de lo más ilustrador. Visitando los lugares donde aún palpita el alma de los sujetos: sus hogares, los cafés que frecuentaban, sus tumbas. Rastros de su gozo quedan aún en la tinta desde la que nos lo narra.
Elegante y sutil, ácido a veces, ingenioso y brillante siempre, Manuel Moyano se reinventa en esta obra para volver a sorprenderme (sí, otra vez, y ya he perdido la cuenta de cuántas van). Todo un lujo viajar con él por cualquier senda, mucho más por las suyas propias.
Estoy totalmente de acuerdo contigo: un autor excepcional, que embriaga y encandila.
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