Los monstruos deberían dar señales de lo que esconden, pero no es así; sus casas son normales, sus vidas son normales, sus vidas pasan desapercibidas.
Buscando información para la que fue su primera novela, Azaría (Ediciones del Serbal, 2015), Anabel Rodríguez encontró una foto de principios de siglo que le picó la curiosidad. Investigando sobre los individuos que figuraban en aquella imagen, germinó en su mente la simiente de Perdedores, obra publicada por Ediciones Dokusou el pasado otoño y que esta servidora acaba de leer por segunda vez (tercera si contamos el primer borrador). Cada lectura ha sido distinta por razones varias, pero las preguntas y las emociones al acabar son siempre las mismas. Y es que la novela plantea tantas cuestiones, tantos retos éticos, morales (y legales) que no sé si alguna vez seré capaz de encontrar respuestas.
Perdedores se ambienta en el Madrid de principios del siglo XX y nos narra la historia, basada en hechos reales (léase sobre el crimen del capitán Sánchez), de un pleito que conmocionó profundamente a la sociedad madrileña de 1913 y supuso un escándalo mediático de proporciones colosales. Vicente Agrelo, militar, y Virtudes Agrelo, hija mayor de este pero menor de edad, se hallan en prisión a la espera de juicio. ¿El crimen? Haber matado, robado y despedazado al supuesto pretendiente de la hija. Los abogados Gaspar Santana y Zenón Cardenal serán los encargados tanto de defender a los acusados como de mostrarle al lector los entresijos del sistema judicial del momento y las circunstancias de la familia Agrelo, una familia marcada por el abuso, la violencia, el estupro, la miseria. Sujetos con el dolor grabado a fuego en el alma.
La narración es brutal y contundente, sin llegar al ensañamiento morboso. Anabel Rodríguez combina el relato de un narrador omnisciente con el monólogo interior (estremecedor y sumamente nítido) de Virginia, la hija pequeña de la familia y mantiene el interés del lector durante las algo más de trescientas páginas. Tanto la contextualización histórica de la trama (todo un catálogo de usos y costumbres del Madrid de principios del siglo pasado) como la articulación del contenido relativo al sistema judicial son fruto de un arduo y concienzudo trabajo de investigación por parte de la autora.
Y, como podría seguir hablando maravillas de la obra pero no quiero que esto se haga más largo, solo me queda recomendarla. Leed esta obra, esta historia en la que, al final, todos resultan Perdedores.