Ayer por la tarde, tras acabar de leer la obra que traía entre manos, investigué un poco por la red para averiguar si, con el paso de los años, los lectores de fantástica hemos subido algo en la escala de la crítica literaria –académica, rancia, a esa me refiero– y me llevé la agradable no-sorpresa de que no. Seguimos siendo esos lectores mediocres que ven en la literatura ÚNICAMENTE una vil forma de evasión. Inmaduros, retraídos, asociales... son algunas de las lindezas con las que se nos califica por parte de esos inteligentísimos señores (casualmente, la mayoría son hombres). A los escritores que practican este innoble género los condenarían, indudablemente, a las más atroces de entre las torturas. Leer ciertos artículos me provoca una sonrisa ladeada. Otros merecen directamente la más sonora de las carcajadas. No leo exclusivamente fantástica (excepto en ciertas épocas, como esta misma), pero ya de antemano les aviso de que estoy en completo desacuerdo con semejante consejo de sabios. La evasión es uno de los objetivos de la literatura tan lícito como cualquier otro. Además, admiro sinceramente la habilidad para construir mundos coherentes, a la par que personajes fantásticos completos y complejos. Afortunadamente, cada vez es mayor el número de personas que expresan sin pudor su afición por este género y, gracias a pequeñas editoriales que le dan voz (o tinta, en este caso), aumenta progresivamente la cantidad de autores que se atreven con él. Ediciones Arcanas –ya os he hablado de ellos alguna que otra vez– es uno de los sellos que apuestan firmemente por la literatura fantástica, y gracias a ellos llega a manos de los lectores la novela que acabo de terminar.
Se titula La rosa de los cuatro estados: El último Prestél, y el sello almeriense la publicó en diciembre de 2018. Su autor, Amador Peña Ruiz, opta en esta obra por la fantasía épica o heroica (básicamente, la que Fritz Leiber denominara a mediados de los 60 como de «espada y brujería»). Su protagonista, Lulcio, es un joven de 16 años que vive en una pequeña aldea junto a Ercilia, su madre. Lo desconoce absolutamente todo sobre sus orígenes –aunque su madre le recuerda constantemente el orgullo que debe sentir al ostentar el apellido Prestél—, y la mayoría de las noches su sueño se ve perturbado por terribles pesadillas que no es capaz de comprender. Tampoco conoce el mundo más allá del bosque tras el cual se oculta su aldea. Cierto día, mientras caza en el bosque junto a Delio, una serie de desafortunadas circunstancias darán lugar a que ponga por primera vez un pie fuera del bosque, y a que se ponga en marcha la maquinaria que le lleve a descubrir sus orígenes y el mal que asola el Viejo Elion (así se llama el mundo que habita). Un oportuno náufrago, que resultará ser un gran hechicero, jugará un papel clave en sus descubrimientos y e el cumplimiento de sus objetivos, relacionados con vencer a Aktum (otro hechicero, pero malvado donde los haya) y recuperar la estabilidad del Viejo Elion.
Amador Peña Ruiz nos presenta en esta novela un mundo fantástico oscuro, ya dominado por el mal y sus siniestros designios. Será nuestro joven Lulcio, saliendo de su cascarón y superando un indecible número de calamidades, el responsable de revertir esta situación. Para ello, contará con el apoyo de un grupo de peculiares compañeros que aportarán a la trama profundidad, perspectiva y momentos divertidos. La rosa de los cuatro estados: El último Prestél resulta así un viaje de crecimiento, de aprendizaje, donde tanto la magia como la lucha serán factores claves.
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