jueves, 3 de junio de 2021

Travesía americana, de Manuel Moyano

Una de las posibilidades más hermosas que nos regala la literatura es, indudablemente, la de viajar. Trascender las fronteras del tiempo y del espacio, liberarse durante unas horas de las ligaduras que nos atan sin remedio a la minúscula porción del universo que habitamos y sucumbir a los encantos del nuevo entorno que se nos ofrece plasmado en papel. Si encima el guía de nuestro viaje es el narrador perfecto, o sea Manuel Moyano, la experiencia es doblemente placentera.

En Travesía americana (Nausícaä, 2012) el lector acompaña a Manuel Moyano y familia mientras recorren, en el año 2010, los gloriosos y variopintos  Estados Unidos de América de oeste a este durante un mes. Aterrizan un 19 de agosto en el aeropuerto de Atlanta y, a partir de ahí, se lanzan a la aventura a bordo de un Chevrolet gris plateado con matrícula de Alabama (qué americanísimo) y regresarán a España desde Nueva York, tras haber dado un paseíto por Queens. Salvo por la constante preocupación por los neumáticos (al parecer, el asfalto de las carreteras estadounidenses causa estragos en las gomas), el viaje discurre tranquilo y el lector contemplará a través de los ojos de Moyano (compartiendo su asombro, su bendito asombro) los paisajes y a las gentes de San Francisco, de LA, Salt Lake City, Cody, Chicago, y otras diecisiete paradas más.

Moyano le contará al lector de forma precisa, elegante y salpicada de sus toques de humor, una historia de alojamientos, gastronomía, paisajes, costumbres y personas. Siempre personas: taxistas, recepcionistas, dependientes, camareros, cantantes insufribles, ancianos hoscos o indígenas reconvertidos, son objeto de su atención y su observación minuciosa. Su mirada recoge los grandes monumentos, los lugares míticos, los grandes personajes y leyendas de la historia americana, pero sin perder de vista el pequeño detalle, el color de los sillones de un restaurante, la luz de un atardecer precioso, o la sonrisa coqueta de la camarera que les sirve el desayuno.

Doce mil kilómetros condensados en exactamente ciento dieciocho páginas. Una galería fotográfica que da fe de ciertos momentos, lugares y personajes que aparecen en la obra. Y la narración sin mácula de Manuel Moyano. No me queda más que pedirle que me deje acompañarle también en su próximo viaje, aunque sea en diferido. 

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