domingo, 6 de junio de 2021

El imperio de Yegorov, de Manuel Moyano

Descubro con asombro que son ya once las obras de Manuel Moyano subrayadas de amarillo en mi lista y marcadas como leídas. Reconozco que este autor dispara y clava su dardo justo en el centro de la diana de uno de los aspectos que más me motiva literariamente hablando: su capacidad de sorprenderme es tanta que me debe haber aumentado el tamaño de los ojos al menos unos milímetros desde que comencé a leerlo. Calculo que, para cuando termine el listado, mi rostro se asemejará bastante al de un personaje de manga.

Tras haber cruzado con él los E.E.U.U en Travesía americana, durante estas últimas horas he viajado de su mano a El imperio de Yegorov (Anagrama, 2014) y la experiencia ha resultado francamente alucinante. Todo en El imperio de Yegorov, desde la portada hasta los agradecimientos, se conjuga de forma magistral para hacer de ella una obra fascinante en todos los sentidos. La trama comienza allá por 1967 en Papúa-Nueva Guinea, con un grupo de expedicionarios japoneses que persiguen el estudio de la desconocida tribu de los hamulai. Una de las integrantes de la expedición contrae una extraña enfermedad que dará lugar a la cadena de acontecimientos que vertebra el argumento de la novela y que desembocará en un mundo perfilado con trazos distópicos que, con toda seguridad, impactará en la mente del lector y lo dejará rumiando las mil y una posibilidades (poco halagüeñas, honestamente) que pudieran derivarse de él. Aborígenes, antropólogos, científicos, maridos abandonados, detectives, periodistas y miembros de la jet set estadounidense se dan cita en las páginas de El imperio de Yegorov a modo de piezas de un puzle que el lector deberá ir encajando para satisfacer la curiosidad que, sin duda alguna, comenzará a experimentar desde las primeras páginas.

Y si no fuera suficiente el magnífico encaje de bolillos argumental, Manuel Moyano lo refuerza con una estructura de once sobre diez, ocultando la voz del narrador entre una serie de documentos dispuestos cronológicamente a modo de texto académico. Anotaciones en diarios, transcripciones de entrevistas, cartas, correos electrónicos y hasta prospectos serán las herramientas con las que el lector construya la realidad de El imperio de Yegorov e intente despejar sus incógnitas. Con este formato, Moyano consigue unos niveles altísimos de verosimilitud y, lo que es más importante aún (en mi modesta opinión, claro está): proporciona un par de potentes alas a la imaginación lectora para que extraiga sus propias conclusiones a partir de la información consignada en las páginas. Todo un acierto, vamos.

Así, ¿quién no va a tener ganas de seguir leyendo a Manuel Moyano?

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