martes, 11 de mayo de 2021

La coartada del diablo, Manuel Moyano

Finalizo la lectura de la sexta obra de Manuel Moyano con la gratificante sensación de que este autor no va a dejar de sorprenderme. Tras haber saboreado ya dos colecciones de relatos (los borda) y tres obras de ensayo (agradabilísimas), le toca ahora el turno a su primera novela publicada, La coartada del diablo, que llegó a manos de sus primeros lectores en 2007 con el sello de la palentina Menoscuarto.

En este excelente ejemplo de novela epistolar, el protagonista busca refugio en Manfraque, una minúscula aldea situada en medio de la nada –"un lugar idóneo para experimentar las propiedades terapéuticas del aburrimiento" (p.41)–, con el objetivo de hallar la paz y el sosiego necesarios para sobreponerse a la dramática muerte de su esposa. Allí conocerá a una serie de personajes de lo más peculiar: a Orellana, el prócer megalómano; al atribulado padre Jambrina y sus vacilaciones teológicas; al extraño doctor Paniagua y sus delirios de grandeza; a su casera, la Coronela y al vegetal Porfirio... Sin embargo, el hallazgo que más le sorprende es el de unos seres horripilantes, deformes y de inteligencia escasa: los bubos, humanos afectados, al parecer, por severas mutaciones genéticas. Nuestro protagonista se verá pronto obligado a abandonar sus pretensiones de tranquilidad y contemplación de la naturaleza a la luz de ciertos acontecimientos, cada vez más escabrosos, que rompen la monótona existencia de Manfraque: actos de vandalismo, profanación de tumbas, fenómenos climatológicos adversos, violaciones, asesinatos, suicidios... ¿Quién será el culpable de estos males? Tendrán que leerla y esperar hasta el mismísimo final, ya que es imposible descubrirlo antes. 

La trama es original y sorprendente, y los personajes están magníficamente construidos; tanto las descripciones de estos como las del entorno rural donde se desenvuelven son absolutamente sensacionales (apenas hay que esforzarse para visualizarlos). La elección de la forma epistolar, acertadísima. Pero el modo de narrar, señores (lo lamento, en el idioma que hablo el masculino incluye al femenino), eso sí que es soberbio. Moyano mima el lenguaje, escoge los adjetivos con precisión de cirujano. Ni le falta ni le sobra. Es, sencillamente, perfecto este narrador de lo insólito. Si aún no han probado a leerlo, ¿a qué esperan?




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